Xóchitl Gálvez reconoce la derrota: “Siempre seré una demócrata. Reconozco que las tendencias no me favorecen”
El fracaso en la contienda presidencial y en la batalla por el Congreso deja en la lona a la oposición y abre un mar de dudas sobre el futuro de los partidos tradicionales
El campamento electoral de la oposición se llenó de caras largas, silencio y resignación tras el fracaso en las votaciones de este domingo en México. El conteo rápido del Instituto Nacional Electoral (INE) borró cualquier posibilidad de triunfo de Xóchitl Gálvez, la candidata de la coalición Fuerza y Corazón por México, y dio una victoria contundente a Claudia Sheinbaum, de la alianza gobernante encabezada por Morena, que será la primera presidenta en la historia del país. Pese a que hubo atisbos de denuncias de fraude en las horas previas, el amplio margen de derrota obligó a la abanderada opositora a conceder el triunfo de su rival, a quien llamó por teléfono antes de dirigir el último mensaje de su campaña.
El naufragio abre un mar de incógnitas sobre el futuro de los partidos tradicionales, que hasta hace una década dominaban el escenario político y que no han podido ocultar su sorpresa ante el desplome de esta contienda. “Siempre he sido una demócrata. Reconozco que las tendencias para la elección presidencial no me favorecen”, afirmó Gálvez desde el Hotel Presidente de Polanco, una acaudalada zona de la capital. El INE estimó que obtuvo entre el 26,6% y el 28,6%, frente a un intervalo del 58,3% al 60,7% de la ganadora.
“Reconocí el resultado porque amo a México y sé que si le va bien a su Gobierno, le va a ir bien a nuestro país”, dijo Gálvez con tono solemne. “Sin duda, es un gran hito histórico que nuestro país vaya a tener a su primera mujer presidenta”, agregó. El búnker de la oposición se mantuvo en calma hasta la irrupción de la candidata pasadas las siete de la noche, cuando cerraron las casillas en todo el país. “Está claro que ya ganamos”, aseguró en un primer mensaje tres horas antes de que se dieran a conocer las primeras tendencias. “Estamos compitiendo contra el autoritarismo y el poder, y son capaces de todo”, agregó arropada por la plana mayor de su equipo de campaña.
En simultáneo, Mario Delgado, dirigente nacional de Morena, declaró que Sheinbaum había ganado por un margen de dos a uno, según sus sondeos. Sobre las nueve de la noche, cuando las mediciones a boca de urna no les favorecieron, los líderes de la coalición opositora exigieron a los medios de comunicación esperar los resultados del conteo rápido, a pesar de que fueron los primeros en declararse ganadores. La abanderada opositora coqueteó con un supuesto fraude y habló de “votos escondidos” en sus redes sociales. Aunque en público sonaron los tambores de guerra, el entusiasmo tras bambalinas se desvaneció por completo al caer la noche. A la medianoche, el anuncio del INE, que daba el triunfo a Sheinbaum, fue lapidario.
Gálvez, una exsenadora sin militancia, asumió en septiembre del año pasado el reto de encabezar la candidatura del Partido Acción Nacional (PAN, centroderecha), el Partido Revolucionario Institucional (PRI, centro) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD, centroizquierda). Fuerza y Corazón por México surgió como una amalgama de rivales históricos y formaciones con marcadas diferencias ideológicas, unidas bajo el gran paraguas del hartazgo y las diferencias con la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. “En Palacio Nacional [la sede del Ejecutivo] están temblando porque saben que los buenos somos más y que ya nos cansamos”, afirmó en su cierre de campaña del pasado miércoles en Monterrey, la segunda área metropolitana más poblada del país.
La apuesta fue, desde el inicio, frenar la hegemonía electoral de López Obrador y su partido-movimiento, Morena, que en 10 años ha logrado controlar la mayoría del mapa político del país. En ese cálculo, la oposición buscaba sobreponerse también al desgaste ante los ojos de la mayoría de los electores mexicanos y garantizar su propia supervivencia. Gálvez fue la primera candidata del PAN sin pertenencia formal a ese instituto y la primera mujer que se hizo con la nominación del PRI, que gobernó México de forma ininterrumpida durante más de 70 años en el siglo pasado. “Ser candidata ha sido el gran honor de mi vida”, dijo la aspirante, en un intento por resarcir las heridas. Al filo de la jornada, se escribía el último capítulo de una elección dividida entre dos candidatas: afuera del búnker de Sheinbaum iniciaron los festejos y en el de Gálvez reinó el silencio.
Segunda en prácticamente todas las encuestas, Gálvez tomó el combate contra la inseguridad como bandera de campaña, bajo el lema “Por un México sin miedo”, para convencer a la ciudadanía de que se necesitaba un cambio de rumbo frente a la continuidad que ofrecía Sheinbaum. El diagnóstico de estrategas electorales y analistas políticos, sin embargo, es que la candidata opositora batalló para encontrar su propio mensaje, apelar a un público más allá de los desencantados y se quedó corta al explicar por qué los votantes debían votar por ella, al margen de la insistencia para que no lo hicieran por la sucesora de López Obrador.
La aspirante también tuvo que remar contra corriente frente a la idea de que la contienda estaba definida y que la ventaja que su rival mantuvo en los sondeos era irremontable, como lo fue. “No será un día de campo, por más que digan que es un mero trámite”, dijo Gálvez antes de ir a votar, en medio de una nube de reporteros y decenas de seguidores que se acercaron para tomarse una última foto para el recuerdo. Sobre las once de la mañana, la candidata posó sonriente para los fotógrafos tras emitir su sufragio, convencida hasta el final de que una sorpresa era posible. La oposición apeló al “voto oculto”, las preferencias de la gente que no se animaba a decir públicamente a quien iba a elegir, y lanzó una cascada de ataques contra Jorge Álvarez Máynez, candidato de Movimiento Ciudadano y tercero en las encuestas, a quien tildaron de “esquirol” por no declinar para abrir paso al “voto útil”.
La estrategia no funcionó. Desde hace al menos dos años, mucho antes de que empezaran los plazos que dicta la ley, López Obrador enmarcó esta elección como un plebiscito sobre su proyecto político, la llamada Cuarta Transformación. “Que siga la transformación o que regrese la corrupción”, planteó Sheinbaum en su primer acto masivo. El presidente, que goza de niveles de popularidad que sobrepasan el 60% y marca la agenda mediática con conferencias de prensa diarias, catalogó desde hace años al PRIAN ―como llama a la alianza opositora― como la “mafia en el poder” y “traidores del pueblo”.
Pese a los reclamos de una “elección de Estado” y por la ausencia de un “piso parejo”, la oposición jamás supo salir de ese rincón y acabó por bailar al ritmo que marcó su principal adversario. “Claudicar o luchar”, respondió Gálvez en sendos actos de campaña. Los críticos abrazaron la narrativa del Gobierno y solo les alcanzó para rondar niveles de intención de voto siempre acotados a quienes no comulgan con este presidente, unos cuatro de cada diez votantes. “Es momento de dejar atrás el encono de las campañas”, afirmó Gálvez y exhortó a la población a “entrar a una fase de reconciliación”.
Equilibrismo político
La oposición arrastró, además, las divisiones internas. Las fracturas se hicieron evidentes en varios tramos de la campaña y la desconexión entre la abanderada y los partidos que la postularon ―ya fuera sobre el presupuesto, sobre la estrategia o sobre los mensajes― traspasó la trastienda del cuarto de guerra. En un acto de equilibrismo político, Gálvez intentó apelar a las bases del PRI, PAN y PRD, pero también se presentó como una candidata ciudadana, identificada con el centroizquierda y a veces en franca rebelión frente a sus propios aliados. Con todo, sí logro hablar al oído del empresariado, de los decepcionados y de los ciudadanos que formaron parte de la Marea Rosa, una movilización que congregó a cientos de miles de votantes contrarios a López Obrador. “Gracias por su voto, por su entusiasmo, por su esfuerzo”, agradeció Gálvez.
Aunque en el sistema político mexicano los candidatos perdedores no pueden saltar en automático al Congreso, Gálvez adelantó que se mantendrá activa tras los comicios. “Continuaré ejerciendo una labor vigilante”, anunció la candidata y deslizó la posibilidad de volver a competir. “Nos vemos en tres o seis años”, dijo.
Tras la cita en las urnas y los aires de celebración en el bando contrario, los próximos pasos de la oposición también son inciertos. A la espera del reparto de culpas y responsabilidades sobre lo que salió mal, en puerta está la prueba del ácido para los partidos tradicionales: que pasará con un PRD al borde de la desaparición; un PRI desacreditado ―un 45% de los mexicanos nunca votaría por él, según la última encuesta de Enkoll para EL PAÍS―, y un PAN en constante duda sobre si merece la pena cargar con sus antiguos rivales.
Al calor de la jornada electoral, esa reflexión se afianzó como el tabú definitivo, pero ha sido ineludible desde hace cuatro años, cuando empezó un acuerdo por conveniencia que no ha logrado su cometido. Los resultados finales, que tendrán que ser valorados y validados por la justicia, serán cruciales para medir el impacto de la caída y la viabilidad de la alianza ante la llegada de un nuevo Congreso y un nuevo Gobierno en los próximos meses. Por lo pronto, México tendrá a su primera presidenta, después de 65 hombres que vinieron antes que ella. Fue Sheinbaum y no Gálvez quien hizo historia.
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