El sexenio de López Obrador, en cinco actos
El mandato del presidente ha estado preñado de símbolos que desembocan en unas elecciones en las que su popularidad se mide todavía en millones de votos
El sexenio que concluye en México ha sido peculiar como pocos. La omnipresencia del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha llenado de símbolos su mandato, de frases, de viajes, de discursos machacones y aleccionadores “para los jóvenes”, de fobias y filias que, a unos meses de entregar la banda presidencial, siguen calentando el ambiente entre quienes lo adoran, amlovers, y quienes lo odian. Después de un intercambio de gobiernos del PRI y el PAN, los históricos partidos mexicanos antaño enemigos y hoy aliados por necesidad, la llegada del Movimiento de Regeneración Nacional (...
El sexenio que concluye en México ha sido peculiar como pocos. La omnipresencia del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha llenado de símbolos su mandato, de frases, de viajes, de discursos machacones y aleccionadores “para los jóvenes”, de fobias y filias que, a unos meses de entregar la banda presidencial, siguen calentando el ambiente entre quienes lo adoran, amlovers, y quienes lo odian. Después de un intercambio de gobiernos del PRI y el PAN, los históricos partidos mexicanos antaño enemigos y hoy aliados por necesidad, la llegada del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que fundó el presidente se vio como la gran novedad en el panorama político. Fue recibido con un éxito incontestable de votos y su popularidad no ha caído en todo el sexenio. López Obrador, que nunca ha abandonado el perfil de candidato, llena el espacio sin dejar un rincón para la indiferencia.
Las Mañaneras
Una cosa es indudable: el presidente mexicano goza de buena condición física. A pesar de su delicada salud coronaria, López Obrador ha estado en pie día tras día en el Palacio Nacional soportando más de dos horas ante los periodistas (a quienes no ha dado entrevistas), en una sala que obliga a llevar abrigo en invierno, él se lo ha puesto cuando arreciaba el frío. Las Mañaneras, como se denomina a estas comparecencias, han sido el mayor símbolo de este mandato; no ha habido un día que sus palabras y su foto no ocuparan los mejores espacios en la prensa desde temprano. Él ha marcado la agenda. Este espacio de propaganda e información se ha colado en todas las casas y ha centrado el mensaje, muy repetido en ocasiones. Todos conocen los gustos del presidente, hasta en la música, con la que deleitaba en ocasiones, en literatura, sus personajes preferidos y sus “adversarios, que no enemigos”, a quienes ha machacado a placer.
Si se hiciera un recuento por palabras, algunas de estas estarían en primer lugar entre las pronunciadas: neoliberal, Calderón, Juárez, Madero, Cárdenas, corrupción o pueblo. Pero también puso en boca de todos adjetivos como fifí, para insultar a los aburguesados, o promocionó expresiones como “me canso ganso”. Las Mañaneras han tenido momentos agrios, trágicos, como cuando los periodistas transmitían su miedo a perder la vida y el augurio se cumplía, y también tragicómicos. Y puramente cómicos, de todos los géneros. El populismo toma cuerpo cada mañana. Y los fines de semana se hacía itinerante por todos los Estados de la República, el presidente viajero no ha dejado de serlo.
Los sermones
El presidente ha tratado de ser una figura moral. En un país eminentemente laico a la par que religioso, López Obrador se ha saltado preceptos inviolables, como mostrar sus escapularios y alabar a la virgen de Guadalupe. La figura de Jesucristo como el líder de los pobres se ha traído a colación en innumerables ocasiones, también en los discursos navideños. Las alocuciones obradoristas más parecían sermones algunos días. La moral y los valores. Mandó imprimir la Cartilla Moral del escritor Alfonso Reyes, que data de 1944, para convencer a los mexicanos, decía, de que el país no saldría adelante sin un comportamiento digno del catecismo. Esa era la forma de acabar con la corrupción y con la violencia. Amándonos los unos a los otros, decía. El pueblo de México está sobrado de valores, los de la familia, los de las buenas gentes, heredados de un pasado prehispánico, venía a decir. La moral del presidente ha dado nombre a una ideología propia, el humanismo mexicano, en la que se encuadra antes de cualquier otra su sucesora, Claudia Sheinbaum, por ejemplo. El humanismo: “por el bien de todos, primero los pobres”. Esa no ha sido solo una frase mil veces voceada, también el gran eslogan de su campaña, la que resumió exitosamente su visión política y le alzó presidente.
Enemigos a gogó
Pero el líder morenista no ha sido solo un cordero en el rebaño de Jesús. Sus ataques a los adversarios han copado buena parte del mensaje. En el Poder Judicial son “corruptos, delincuentes organizados de cuello blanco”; los intelectuales, “alcahuetes”; los periodistas, “pagados con moches”; la clase media, “aburguesados que se han olvidado del pueblo”; las feministas, el brazo “de la derecha”; los ambientalistas, “falsos y chantajistas”. La Universidad Nacional Autónoma de México, su casa, “neoliberal”. Los estudiantes de Ayotzinapa, “manipulados”. Hay para todos. Son muchos los puentes que ha ido dinamitando el presidente en este sexenio sin que su popularidad se haya resentido, pero no hay cálculo exacto aún de cuánto pueda costarle en votos a su sucesora esta actitud. El mundo científico, académico, los activistas, las madres buscadoras, que antes fueron los pilares de sus promesas, tienen heridas abiertas.
Política social y violencia
Las medidas de calado social emprendidas en este sexenio son el marchamo del presidente. Otro de sus símbolos: becas escolares, para discapacitados, pensiones para adultos mayores que reciben sentaditos en carpas callejeras con la Mañanera puesta en la televisión. El incremento del salario mínimo y la eliminación de las subcontrataciones (el outsourcing), así como la reforma laboral y la austeridad han sido señas de identidad del mandatario. Todo ello forma parte de su estrategia resumida en una frase: no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Las condiciones de pobreza se han moderado sin experimentar un cambio sobresaliente, pero sí han atado lazos entre la población y el presidente que le han obligado en ocasiones a bajar de coche para saludar entre una multitud enfebrecida.
Otra frase ha sido mucho más polémica y le ha traído más dolores de cabeza: “Abrazos, no balazos”, que condensa su estrategia contra el crimen organizado, una estrategia fallida: la criminalidad está desatada y deja un saldo de más de 30.000 muertes al año. El gran símbolo en negativo de este sexenio ha sido la violencia. Y de eso, como de la corrupción o de tantas otras cosas, López Obrador ha acusado a los periodos neoliberales que le precedieron. El gran mantra, el neoliberalismo.
Que España pida perdón
No bien comenzado el sexenio, el presidente se descolgó con uno de sus grandes símbolos en política exterior: que España, la Monarquía, por resumir, pida perdón por los abusos y desmanes cometidos en la conquista de México y la época virreinal. Él mismo lo ha hecho, en nombre de los gobiernos mexicanos, por los crueles padecimientos a los que fueron sometidos ciertos pueblos originarios. La mano izquierda que López Obrador ha mantenido con su gran socio comercial, Estados Unidos, así gobernara Trump y su muro antimigrantes o Joe Biden, más comedido con México, no ha tenido un reflejo con España, “pueblos hermanos”. Aunque se ha cuidado de distinguir entre los españoles y sus gobernantes, con el Rey como jefe de Estado, la polvareda diplomática fue larga y las tensiones muchas, hasta “pausar” las relaciones.
La jugada política, como todas las que emprende Obrador, no es inocente: en las izquierdas son muchos los que se duelen del antiguo yugo español, contra el que fabrican su propia identidad prehispánica, mientras que las derechas aún se empeñan en calificar a España de “madre patria” sin ambages. Otra vez, la polarización. El mandatario, que no ha salido prácticamente al extranjero más que en ocasiones contadas (Estados Unidos, Cuba, Chile, Colombia y una vuelta por Centroamérica) sí ha mantenido una agenda latinoamericana con un final abrupto, la pérdida de relaciones diplomáticas con Ecuador por el asalto a la embajada mexicana en Quito. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, otro de los grandes adagios, este tomado de Benito Juárez, ha sido una máxima de política internacional del presidente, que no siempre ha respetado.
Y una coda
La figura de López Obrador, se decía, no deja indiferente. Aunque el sexenio le ha reportado un odio irrefrenable entre sus adversarios naturales y quienes se han ido sumando a esa animadversión, pocos le niegan que se ganó su presidencia a base de esfuerzo, trabajo y perseverancia. Tampoco está en duda su personalidad política, un fino estratega que lo mismo golpea a la oposición que acaudilla a los suyos con mano firme. Sus palabras requieren en no pocas ocasiones de una segunda interpretación que busque en lo que pretende más que en lo que dice. No da puntada sin hilo, suele decirse, cuando expresa sus opiniones. Estas elecciones, que concluirán con su mandato, se han enfocado como un riesgoso plebiscito contra el gran líder popular, o populista, y eso puede salir caro. Algunos incluso sostienen que él fue quien logró desviar la trayectoria de la actual candidata opositora, Xóchitl Gálvez, para que se presentara a la presidencia, donde tenía menos posibilidades de triunfo, y abandonara sus aspiraciones por la Ciudad de México, más peligrosas para Morena si ella las encabezaba. Sea o no cierto, este presidente tendrá dos versiones, la real y la de leyenda.
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