El ‘caso Ayotzinapa’, un problema de Peña Nieto que López Obrador ha hecho suyo

El resquemor con los normalistas y la cercanía del presidente al Ejército sugieren una difícil resolución para una tragedia que corre el riesgo de caer en el olvido

Estudiantes de la Normal de Ayotzinapa marchan por las calles de Ciudad de México el 3 de marzo de 2024.Raquel Cunha (REUTERS)

Las últimas protestas de los normalistas de Ayotzinapa, con todo lujo de pirotecnia y cortes de calles en la capital mexicana, que desembocaron en el destrozo de una de las puertas del Palacio Nacional estampando contra ella un vehículo, ha devuelto el conflicto a la esfera más política, en plena campañ...

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Las últimas protestas de los normalistas de Ayotzinapa, con todo lujo de pirotecnia y cortes de calles en la capital mexicana, que desembocaron en el destrozo de una de las puertas del Palacio Nacional estampando contra ella un vehículo, ha devuelto el conflicto a la esfera más política, en plena campaña electoral, máxime cuando este jueves la policía abatió a tiros a uno de estos estudiantes en Guerrero en un control de tráfico. La reacción del presidente Andrés Manuel López Obrador puede calificarse de furibunda si se tiene en cuenta que quienes atacan su vivienda y la sede del gobierno fueron antes sus aliados para derribar la tramposa verdad histórica orquestada en la Administración de su antecesor, Enrique Peña Nieto. La nueva cruzada de los estudiantes, sin embargo, no parece que vaya a restar muchos votos a los morenistas, inmunizados ya ante la sordera del presidente ante ciertos movimientos sociales; tampoco a un pueblo que no se ha inmutado por el enorme acercamiento del poder civil al Ejército en este sexenio. En todo caso, como dice el profesor Carlos Illades, sorprende que un político tan habilidoso “haya hecho suyo un problema que era de Peña Nieto” y que lo perseguirá como uno de los agujeros de su legado presidencial.

Los normalistas, curtidos en el combate por razones históricas, han logrado centrar su causa en el mejor momento, cuando los políticos andan en campaña echándose a cubetadas las culpas de todo lo que va mal. López Obrador ha aprovechado esa circunstancia para inscribir el asunto como un “vulgar acto de provocación”, en la “desesperación” de sus adversarios políticos, que recurren, dice, “a la guerra sucia”. La candidata morenista, Claudia Sheinbaum, heredera del presidente y probablemente la siguiente presidenta, no se ha apartado de esta versión, mientras la oposición hacía responsable a López Obrador de la vandalización de la puerta del palacio. No es la primera vez, dicho sea de paso. En tiempos de Peña Nieto, una marcha en solidaridad con la misma causa acabó con la puerta principal del palacio en llamas, hace casi 10 años, al poco de la desaparición, aún sin resolver, de los 43 estudiantes de Iguala.

El símbolo de la puerta es extraordinario, porque apela directamente a la sordera que se le viene achacando al mandatario mexicano con todo lo que tiene que ver con movimientos sociales que le eran connaturales antes de llegar a la presidencia, lo mismo fueran madres buscadoras que normalistas o ambientalistas. Sin olvidar que fue esa misma puerta la que abrió las posibilidades presidenciales de la candidata de la oposición, Xóchitl Gálvez, por entonces casi desconocida para el gran público. Llamó y no la abrieron. El presidente estaba encerrado en su castillo, lejos del pueblo, fue la lectura política.

“Lo que ha ocurrido con los normalistas demuestra lo que ya sabíamos, esa profunda desconexión que ha ido operando entre Morena, el presidente, y los movimientos sociales, que ha llegado incluso a un punto de negacionismo, se rechaza la legitimidad de esas luchas si están fuera del partido, ya sean del feminismo, de los ambientalistas, etcétera”, sostiene el historiador del Colegio de México Humberto Beck. Aunque no cree que esto vaya a restar votos a la candidatura oficialista. Ni eso, ni la conexión inmediata que se establece entre el caso Ayotzinapa y la estrecha relación que el presidente ha mantenido con el Ejército, algo que, en principio, no cuadraba con su ideario de izquierdas. Más bien al contrario, “demuestra la alianza entre ambas instituciones, que se puede calificar de cogobierno entre los militares y el poder civil. Resolver este caso implicaría tocar fuerte al Ejército y eso es impensable en esta alianza”, reflexiona Beck.

El presidente ha prometido “llegar hasta el fondo”, pero el asunto se torna abisal una vez que las investigaciones han chocado contra el silencio militar, cuestionados los uniformados hasta el límite en estos años por su implicación en la desaparición de los estudiantes, incluso con algunos encarcelamientos. A ese muro contra el que se chocan los familiares de los malaventurados normalistas se refiere la presidenta de la Organización Comunitaria para la Paz, Paola Zavala Saeb, cuando señala algunas referencias en el camino de López Obrador, como su empeño en traer desde Estados Unidos y defender el expediente del general Salvador Cienfuegos, secretario de Defensa Nacional en el anterior sexenio, que estaba detenido por vínculos con el crimen organizado. Zavala Saeb menciona también los intentos del grupo de expertos independientes por resolver el caso que concluyeron con la cerrazón del Ejército a desvelar informes posiblemente esclarecedores, así como los ataques que López Obrador ha dedicado a los abogados que rodean a los familiares.

Zavala Saeb no acierta a decir si la actual pelea de los normalistas restará votos a Claudia Sheinbaum, “pero será un fantasma que la perseguirá en su sexenio si gana las elecciones”, afirma. Porque el caso Ayotzinapa “es solo un síntoma”, explica, de las conexiones del crimen organizado con algunas instituciones. “Se pueden negar los vínculos y decir que se atienden las causas, está bien, pero la gran causa ahora mismo es el crimen”, dice la analista.

Especialista en la Historia de las izquierdas y de los movimientos sociales, el profesor distinguido de la UAM Carlos Illades enmarca el conflicto de los normalistas en la historia de las guerrillas de Guerrero, antes del crimen organizado, cuando ese Estado tuvo el mayor despliegue de militares conocido hasta entonces. Guerrillas que aún no se han extinguido del todo y que fueron las primeras que relacionaron la desaparición de los estudiantes con un crimen de Estado, una idea que permeó Ayuntamiento tras Ayuntamiento antes incluso de que Peña Nieto abriera la boca, a la espera de que el fuego se fuera apagando como había ocurrido con otras matanzas, algo que no sucedió. El caso Ayotzinapa fue y sigue siendo uno de los peores escaparates al mundo de la época reciente mexicana. “La investigación se ha ido enredando con múltiples actores hasta convertirse en un verdadero nudo. Quizá López Obrador haya tenido la buena intención de aclarar lo ocurrido, pero todo se ha enturbiado por el desaseo de su Administración en las investigaciones, con testigos que primero fueron torturados, después protegidos...”, cita Illades entre otros obstáculos, como “el acercamiento a los militares del presidente. Cada vez será más difícil determinar un posible involucramiento del Ejército”.

Illades tampoco cree que eso pueda menoscabar la fortaleza que Morena presume ante las urnas. “Lo que perdió con los movimientos sociales ya está perdido. Le dan urticaria, porque no los controla, no puede negociar con ellos”.

El ruido de Ayotzinapa se va acallando a base de tiempo. Son 10 años ya sin una respuesta que abra camino a la justicia. Se les escucha fuerte en cada aniversario de la matanza, “pero el resto del tiempo, la gente no está ya muy atenta”, sostiene el profesor de la UAM. La ausencia de cuerpos, nunca encontraron cadáveres, apenas unos huesecillos, se alza como un muro de silencio que impide esclarecer la verdad, dice Illades. “Yo creo que la apuesta política será al olvido”.

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