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El CCH Sur de Ciudad de México navega en la incertidumbre a un mes del asesinato de un estudiante: “Alteró la realidad de todos”

Profesores del centro señalan la falta de concreción para regresar a las clases presenciales y plantean que el formato en línea podría rezagar a los alumnos

Aquella noche del 22 de septiembre, Daniel y Miguel fueron convocados por la dirección del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur, en Ciudad de México, para una reunión extraordinaria junto al resto de profesores. El clima era tenso, nadie tenía certeza de lo ocurrido unas horas antes, cuando el patio del plantel apareció acordonado. “Los profesores que estaban en salones aledaños se preguntaban qué estaba pasando, si era una broma, si había alguna amenaza real o cuál era la razón. No se dijo. Solamente, ‘desalojen, por favor”, recuerdan. En aquella reunión, la directora reveló, al borde del llanto, que Lex Ashton, un joven de 19 años, había asesinado a Jesús Israel, un estudiante de 16, y agredido a un trabajador que trató de frenar la situación. El suceso hizo saltar las alarmas en el centro, que desde entonces navega entre la incertidumbre y la falta de concreción hacia el profesorado. EL PAÍS conversa con dos de los docentes un mes después del suceso. “Hay un sentimiento de que ganó el joven [Ashton], de que su cometido sí triunfó, en el sentido de que alteró la realidad de todos”, comenta uno de ellos.

Daniel y Miguel, nombres ficticios de dos profesores del centro que prefieren no revelar su identidad, cuentan que todavía imparten sus clases en línea, pese a que se les contrató para darlas presencialmente. “Por ley del trabajo no pueden cambiarnos el estatus, pero moralmente nos sentimos con la obligación de seguir con los chicos, para que su educación no se pierda. […] No hay una fecha oficial de cuándo vamos a regresar. Hay tentativas. Se dice que va a ser en noviembre”. Ese ataque, dicen, ha llevado a que muchos alumnos pierdan la tranquilidad de un centro que sirve como “espacio seguro”. Y ponen un ejemplo: “Una estudiante me mandó su receta médica. Había tenido una crisis nerviosa, tuvo que tomar demasiados ansiolíticos y por eso no pudo ir a mi clase”. Para Miguel, la socialización entre los jóvenes resulta muy útil, en especial en esas edades. “El hecho de que no puedan externar sus pensamientos con sus colegas y profesores en el aula les está pasando factura”, subraya.

Dicen que la situación les pone entre la espada y la pared, ya que muchos quieren regresar, pero otros dicen que no hay condiciones para hacerlo. “La condición [para la vuelta presencial] es que los trabajos de remodelación –lo que ello signifique– van a ser el parteaguas de ello”, apuntan. El cruel desenlace desembocó en diversas iniciativas. Los padres y madres de alumnos vieron viable la revisión de mochilas –una medida criticada por parte de activistas– y la directiva busca implementar torniquetes y la credencialización de alumnos. La autoridad del plantel también ha puesto en marcha una revisión de luminarias, del estado de las cámaras y de botones de auxilio, aunque los docentes entrevistados concretan que estos últimos ya estaban antes del ataque.

La continuación de las clases en línea, explican, supone un varapalo especial a los alumnos más humildes del centro. “Sí hay estudiantes que están siendo segregados porque no tienen o bien un internet con la suficiente potencia para estar seis horas en clases o una computadora tan moderna, lo que supone ver las clases pixeladas”, comentan. Creen que deben seguir manteniendo el apoyo educativo, para que los muchachos aprendan lo máximo posible, aunque dicen que esta medida online puede dar lugar a un rezago educativo: “Vamos a tener que ir remando y subsanando a lo largo de lo que nos quede con ellos”.

Piensan que lo ocurrido abre de nuevo el trauma de la pandemia de la covid-19, el no poder ver a los amigos o no generar vínculos sociales. Y ven que el panorama al regreso de las clases presenciales puede resultar diferente: “Al final del día hubo una fractura social bastante fuerte y delicada. […] Los chicos van a entrar con otra cara. Y no sé si sea algo que en otras generaciones, cuando ya estén aquí personas a las que nunca les haya tocado, cambiará un poco”. Consideran que permeará en la confianza de los alumnos, los docentes y los directivos, pese a que sienten que la tensión se ha rebajado por el momento.

El día en el que Lex Ashton salió de su casa con cuchillos escondidos en la mochila, el otoño comenzaba en México. Los profesores explican que desde hace unos años los alumnos comenzaron a llevar flores amarillas ese día a sus parejas, una tendencia influenciada por la telenovela argentina Floricienta, que llevó a que los argentinos regalasen este tipo de flores a sus parejas (en Argentina es el comienzo de la primavera). Miguel dice que esa fecha “no fue elegida al azar”. “Esta persona tenía una intención muy clara de sabotear este tipo de festejo por toda la dinámica incel que está asociada. El odio a la mujer, a que las personas tengan pareja y ellos no. […] Eso es lo que es problemático. Habla de algo que socialmente está mal. No fue un conflicto. Eso habla de una sistematización del odio”, afirma. Un mes después de aquel asesinato, los profesores perciben un deseo en su alumnado: “Sí creo que los estudiantes están genuinamente ávidos de volver, de recuperar la normalidad que les fue quitada”.

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