Ciudad Juárez, con las heridas abiertas, recibe a la presidenta
Los familiares de los 386 cuerpos hallados sin incinerar en un crematorio de la ciudad fronteriza esperan que la Fiscalía General de la República asuma el caso, aún en manos del ministerio estatal
Dulce tiene 14 años, lleva en sus manos la última esperanza de cientos de personas que buscan a sus familiares entre los 386 cuerpos hallados en el crematorio Plenitud, el infame lugar donde se mantuvieron sin incinerar durante años los cuerpos de sus seres queridos. Se abre paso entre una multitud compactada y echa a correr sin pensarlo mucho para subirse en el estribo de la camioneta negra en la que este viernes viaja la presidenta, Claudia Sheinbaum. El vidrio del lado del copiloto se baja, la presidenta la abraza y Dulce alcanza a darle una hoja. La hoja es, básicamente, una carta de auxilio. En ella, le piden que los escuche, que les regale un poco de tiempo para explicarle por qué es necesario que la investigación la tome la Fiscalía General de la República (FGR), porque sienten que pasan los meses y no avanzan. Porque no tienen el cuerpo de sus familiares y, por lo tanto, tampoco tienen descanso, todavía.
“La Fiscalía Zona Norte nos está dando atole con el dedo porque no hemos visto avances de las investigaciones. Hasta ahorita dicen que van 86 cuerpos, yo solo conozco a cuatro personas a los que ya les entregaron, ¿en dónde están los demás?”, se pregunta Miguel Villanueva, un hombre de 36 años que busca a su madre y a su hija fallecidas y cremadas en Plenitud y que tenía la esperanza de ser oído por la presidenta durante su visita a Ciudad Juárez.
“La FGE ha sido redundante en la información, se nos habló del catálogo de prendas desde hace dos meses y no hemos sabido nada. También se nos dijo que habría una máquina para analizar las cenizas y tampoco ha pasado nada. Queremos expresarle las injusticias a las que hemos estado sometidos”, dijo Bertha Matías, que busca a su madre.
Antes, los integrantes del colectivo Memoria, Dignidad y Justicia se instalaron en las gradas del Estadio Juárez Vive, al frente, justo al filo de la malla que los dividía de los invitados principales: políticos, mujeres y hombres indígenas que esperaban el discurso de Sheinbaum. Y detrás de las personas que buscan a sus familias, el estadio se llenó de empleados del Gobierno del Estado que con tambores y silbatos vitoreaban en todo momento a la gobernadora panista María Eugenia Campos.
El evento logró reunir, por un lado, el dolor de las familias del crematorio Plenitud, de los que buscan a alguien desaparecido, de los que buscan justicia por feminicidios y homicidios sin resolver, la imagen potente de las comunidades indígenas de Chihuahua, que marcó una fuerte presencia y las fotos, saludos y abrazos de los políticos del Estado, como un triángulo de extremos que se tocan, pero cuyos lados se mantienen distantes.
Principalmente, la presidenta se dirigió a los pueblos indígenas para prometer un plan de justicia para la Sierra Tarahumara, una Escuela de Enfermería para el Municipio de Guachochi, también en la Sierra, así como 12.000 millones de pesos en presupuesto directo para todas las comunidades indígenas.
La presidenta habló ante todo de economía, una economía con especial atención a las mujeres en situaciones de vulnerabilidad, a los pueblos indígenas y las clases más pobres, a través de los Programas del Bienestar.
Y finalizó con el tema migratorio para pedir que no se criminalice a los mexicanos al otro lado de la frontera: “Estados Unidos no sería lo que es sin las mexicanas y mexicanos que trabajan del otro lado”.
Una frontera en la que perduran las heridas abiertas y los temas de violencia que no se resuelven y no terminan. “Yo lo único que quiero es que se haga justicia realmente y que yo pueda recuperar el cuerpo de mi madre y darle una sepultura y que no me la hayan tratado como basura”, dice Esmeralda Rosales, en la multitud encendida en tamborazos, antes de la partida de la presidenta, antes de la carrera apresurada de Dulce, que representa a cientos de familias que esperan una respuesta, un cierre para un duelo reabierto y persistente.