Un enfrentamiento entre civiles y miembros de la Familia Michoacana deja 14 muertos en Texcaltitlán, Estado de México

Un grupo de vecinos de la comunidad repelió a tiros a un comando del grupo criminal que trataba de extorsionarlos

Un momento del enfrentamiento y un vehículo calcinado, en Texcaltitlán, este viernes, en imágenes compartidas en redes sociales.Foto: RR. SS. | Vídeo: RR. SS.

Una masacre ha manchado de sangre por enésima vez la Tierra Caliente del Estado de México. Al menos 14 personas han muerto, cuatro recibieron heridas de bala y dos permanecen desaparecidas este viernes tras un enfrentamiento a tiros entre un comando criminal y un grupo de civiles en el municipio de Texcaltitlán, según ha confirmado la Secretaría de Seguridad de la entidad en un comunicado. De los fallecidos, 11 pertenecían presuntamente a una célula de La Familia Michoacana; los otros tres eran vecinos de la comunidad.

La prensa local habla de un conflicto por el derecho de piso, una práctica habitual del crimen organizado, que extorsiona a los propietarios de negocios o tierras para que paguen una suerte de impuesto ilegal a cambio de poder realizar sus actividades. De acuerdo con los primeros indicios, el tiroteo se ha producido tras una negociación fallida, ya que el comando criminal trató de elevar los pagos y los trabajadores se revolvieron contra la subida.

Los vecinos se reunieron con los criminales el viernes en la mañana para tratar de resolver la situación, pero el encuentro derivó en un enfrentamiento a tiros y cuchilladas que se saldó con los 14 muertos. En un principio, la Secretaría de Seguridad informó de 11 víctimas. De acuerdo con el diario El Universal, los civiles eran agricultores extorsionados a pagar un impuesto por cada metro cuadrado de siembra. La policía del Estado ya se ha trasladado al lugar de los hechos para investigar la masacre, en coordinación con la Guardia Nacional y el Ejército.

En un video difundido en las redes sociales del momento de los hechos, se observa un campo de fútbol de tierra en un barrio humilde al que llegan cada vez más vecinos que rodean dos coches rojos y a las personas que hay cerca. En la grabación se escuchan gritos de fondo, los grupos se increpan entre ellos. La multitud se echa encima de los hombres más próximos a los dos vehículos. Se escuchan decenas de tiros, un sonido seco, y a muchos de los vecinos huyendo del tiroteo.

Los vecinos que se quedan en su mayoría van armados con bastones y machetes. Algunos llevan también pistolas y lo que parecen fusiles de caza. Varios hombres apalean a otro que ha caído al suelo con garrotes y cuchillos largos. La cámara se mueve y deja ver el resto de la calle, que parece una zona de guerra: grupos de personas corriendo, sonido de tiros, gente disparando al aire.

“Ya tiraron a uno ahí”, se oye decir a la persona que graba. Un joven con camiseta roja y el pelo amarillo es arrastrado al suelo de un camino por decenas de hombres que lo golpean y lo patean mientras el polvo se levanta, hasta que el chaval ya no se mueve. Las imágenes son crudas, borrosas y de poca calidad, pero ofrecen un pequeño vistazo de dos minutos al campo de batalla en el que se ha transformado Texcaltitlán este viernes.

La masacre no ha sorprendido a la comunidad, acostumbrada a vivir entre las extorsiones del crimen organizado y la amenaza de las balas perdidas. Los límites del Estado de México con Michoacán y Guerrero son desde hace años una zona minada, asediada por la violencia de los cárteles y la ausencia de una respuesta estatal a la grave crisis de seguridad que asola la región.

En el mismo municipio de Texcaltitlán, hace poco más de un año, un grave tiroteo causó otra masacre: 11 asesinados, todos presuntos integrantes, también, de La Familia Michoacana. Aquella matanza dio la vuelta al país, no por su crudeza ni por el elevado número de vidas humanas perdidas. En un país que se ha cansado de contar los muertos, once supuestos criminales asesinados ya no despiertan la empatía de casi nadie. Pero junto a los sicarios apareció un mono pequeño, también muerto por las balas, disfrazado con ropa militar. El surrealismo macabro de la violencia siempre encuentra nuevas formas de conmocionar.

La Familia Michoacana se ha hecho fuerte en Tierra Caliente y cada poco tiempo vuelve a las primeras planas de los periódicos con alguna nueva prueba de agresividad extrema. Desde hace más de una década el grupo criminal permanece enquistado en la región, a pesar de la mayor fortaleza de otros grupos rivales como el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Pese a la persecución de las autoridades, que de vez en cuando atrapan a alguno de sus cabecillas, la organización sobrevive y prospera: algunos indicios indican una expansión más allá de sus fronteras.

Meses antes del suceso del mono muerto, en el municipio cercano de Coatepec Harinas, un comando de sicarios del grupo criminal asesinó también a 13 policías del Estado de México, estatales y ministeriales. También por entonces, otros dos policías ministeriales habían muerto a balazos en la misma Texcaltitlan, en una emboscada que dejó además seis agentes heridos. La lógica del terror que ha impuesto La Familia Michoacana, además de al obvio beneficio económico que le reportan los negocios clandestinos como el narcotráfico o el cobro de piso, responde también a una suerte de venganza personal: una guerra declarada contra la Fiscalía estatal en 2020 por la captura de uno de sus líderes.

La lista de asesinados y masacres aumenta, también el número de personas que se ven obligadas a sobrevivir con la constante extorsión del crimen organizado en su día a día. La nueva masacre de Texcaltitlán solo vuelve a poner a las claras una realidad ignorada, que regresa a la conversación pública cuando el calibre de las matanzas hace que mirar a otro lado sea imposible, para traspapelarse poco después en un día a día de violencia que parece no tener fin.

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