El sobreviviente de Nuevo Laredo: “Escuché que los militares decían, ¡mátenlo, mátenlo!”
Documentos en poder de EL PAÍS, entre ellos el testimonio de un superviviente y el informe de los militares involucrados, arrojan luz sobre la muerte a balazos de cinco muchachos en la ciudad fronteriza
“Cuando ya salí de la camioneta, escuché que los militares decían, ’¡mátenlo, mátenlo!’ Me pusieron pecho a tierra. Luego aún escuché dos disparos más, y ya al rato vi a mi hermano tirado en el piso”. Lo anterior es parte del relato de Alejandro Pérez, de 21 años, sobreviviente de la masacre de Nuevo Laredo. Cinco jóvenes murieron a manos de militares en la madrugada del domingo en la ciudad fronteriza, entre ellos su hermano, y uno más es...
“Cuando ya salí de la camioneta, escuché que los militares decían, ’¡mátenlo, mátenlo!’ Me pusieron pecho a tierra. Luego aún escuché dos disparos más, y ya al rato vi a mi hermano tirado en el piso”. Lo anterior es parte del relato de Alejandro Pérez, de 21 años, sobreviviente de la masacre de Nuevo Laredo. Cinco jóvenes murieron a manos de militares en la madrugada del domingo en la ciudad fronteriza, entre ellos su hermano, y uno más está en coma inducido en el hospital. Pérez se salvó y aún no sabe por qué.
El joven explica que él y sus amigos fueron a una discoteca de la ciudad en la noche del sábado y cómo, a la vuelta, un convoy militar empezó a perseguirlos. Explica que una de las camionetas castrenses chocó contra la suya por detrás y cómo, acto seguido, los soldados empezaron a disparar. Asegura que ninguno de ellos disparó previamente. Es más, insiste, no llevaban armas. Dice que, tras los disparos, los militares se acercaron. “Alcancé a ver cómo un elemento le disparó a un compañero que ya estaba herido. Él pedía una ambulancia, pero un elemento militar le disparó de nuevo”.
Las declaraciones de Pérez, a las que ha tenido acceso EL PAÍS, recogen igualmente el amedrentamiento que habría sufrido por parte de los militares implicados. “Luego me preguntaron si quería vivir o morir y yo les respondí que quería vivir. Y ellos me dijeron que me declarara culpable, mientras ellos me grababan en vídeo. Que dijera que íbamos huyendo, lo cual no es verdad”. Según Pérez, al final accedió. Un militar grabó el mensaje con su celular.
La aparición del muchacho en escena revoluciona el caso. Su testimonio, recogido en varias declaraciones rendidas ante autoridades y organismos defensores de derechos humanos, arroja luz sobre el suceso, del que apenas se contaba con información hasta ahora. El caso salió a la luz el domingo por la tarde, después de que familiares y vecinos de los muchachos muertos se enfrentaron a patadas y puñetazos con militares, en la escena del evento. La Fiscalía General de la República (FGR), encargada de las pesquisas, aún no ha informado al respecto.
En la tarde de este martes, la Secretaría de la Defensa (Sedena) ha dado finalmente su versión de los hechos, en un escueto comunicado divulgado a los medios. En el texto, versión muy distinta a la que narra Pérez, la dependencia reconoce que militares dispararon a los jóvenes. La secretaría no habla de agresión previa por parte de los muchachos. Tampoco menciona el hallazgo de ningún arma o munición en el vehículo en que se trasladaban.
“Personal militar realizaba un reconocimiento cuando oyeron disparos de arma de fuego, poniéndose en alerta, avanzando a la dirección donde se escucharon”, lee el comunicado. “Posteriormente visualizaron un vehículo tipo pick up con siete individuos a bordo, que se trasladaba a exceso de velocidad, con luces apagadas y sin placas (…) Aceleraron (…) Deteniendo su marcha al impactarse después con un vehículo que estaba estacionado. Al escuchar el estruendo, personal militar accionó sus armas”, continúa.
Este miércoles, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, se ha referido al asunto en su conferencia de prensa matutina: “Conozco el caso, se nos informó en el gabinete y ya se pidió la intervención de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para que se investigue. Las autoridades militares coadyuvan y de ser responsables sean castigados”, ha dicho.
El Informe Policial Homologado que elaboraron los militares tras el evento, al que ha tenido acceso este diario, aporta detalles que el comunicado de la Sedena omite. En algunos casos, el informe lo contradice. Su firmante, el capitán de Caballería Elio N, menciona por ejemplo que él y sus hombres escucharon disparos también al final, después del choque. No solo al principio. Además, el capitán no dice en el informe que el vehículo carecía de placas o que circulaba con la luz apagada.
El capitán menciona también que la camioneta de los muchachos, después de chocar, aún siguió una cuadra hasta que se detuvo del todo. Fue entonces cuando dos de las cuatro camionetas militares implicadas se emparejaron, explica, y cuando volvieron a escuchar disparos. “En ese momento”, relata el capitán Elio N, “escuché que varios elementos accionaron sus armas sin que yo diera tal orden, por lo que de manera inmediata vía radio ordené alto el fuego”. El capitán bajó de la camioneta y preguntó quién había disparado. “De manera voluntaria”, dice, cuatro cabos de caballería reconocieron haber apretado el gatillo.
El relato del capitán continúa. Los militares realizaron una inspección y se dieron cuenta de que había dos muchachos sin vida en la banqueta y otros tres dentro de la camioneta, entre ellos el piloto y el copiloto. En la parte de atrás, estaba Pérez, detrás del conductor. “En el interior del vehículo no se localizó nada ilícito”, dice el oficial. El relato del militar contrasta aquí de nuevo con el de Pérez. El militar no habla de él, solo de la ambulancia para llevarse al herido. El segundo relata, además de las amenazas, patadas y malos tratos.
Los velorios
Las familias de dos de los jóvenes muertos, Gustavo Pérez, hermano de Alejandro, y Gustavo Suárez, velan desde el martes a los muchachos en una funeraria de la ciudad. En una de las capillas, el padre de los dos primeros, Enrique Pérez, de 47 años, recuerda el fin de semana con pesar. “Yo andaba el sábado en Laredo, Texas, en una carne asada. Me hablaron los muchachos y me dijeron que se iban a pasear. Yo les dije que tuvieran cuidado”, relata.
El hombre volvió a México a eso de la 1.00 del domingo y llegando a casa, se echó a dormir. “Me levanté a eso de las 8.00 y fui por barbacoa”, explica. Pérez, su mujer y los dos muchachos viven en la colonia Cavazos Lerma II, ampliación de la colonia donde sucedieron los hechos. “Cuando llegué allá, el señor de la barbacoa me dijo que había habido una balacera. Yo no le creí, no había escuchado nada”.
Pérez regresó a la casa y le contó a su esposa. Los dos decidieron marcar a Alejandro. “En la cuadra somos todos amigos y a veces andan en el relajo y se quedan hasta que amanece y ya luego se meten a la casa”, explica. El muchacho contestó llorando, cuenta su padre. “Decía, ‘¡han matado a mi hermano, lo han matado!’. Él todavía estaba en el evento”. Enrique Pérez corrió hasta el lugar de los hechos y enseguida vio al muchacho allí, junto a un agente de la FGR. “¿Qué paso mijo?”, le preguntó. “Se nos fueron encima los soldados”, dice que le contestó.
Se ha hablado mucho estos días de las actividades de los muchachos, más allá de la noche de los hechos. En redes sociales circulan fotografías y vídeos de al menos uno de ellos, Wilberto Mata, posando con armas, equipo táctico y vehículos de un presunto grupo criminal. Preguntado al respecto, Pérez responde por sus hijos. “Ellos arreglan cajas de trailer y camiones diesel. Quieren sacarse la licencia de traileros para hacer el transfer como yo”, explica, en referencia a los camioneros que cruzan mercancía por los puentes internacionales.
Humberto Suárez, de 48 años, es la imagen del dolor en Nuevo Laredo. En un vídeo que ha empezado a circular este martes, el hombre aparece sosteniendo una sustancia viscosa, con la mirada perdida. Es su hijo, una parte del muchacho, restos de la balacera. Él grita. “Yo lo que quiero es justicia”, dice ahora. “Se supone que los militares están entrenados para esto y ni siquiera les encontraron nada”, lamenta.
Suárez cuenta que su hijo era el que manejaba la camioneta. “Él había nacido en San Antonio y ahí vivía. Trabajaba en una empresa de jardinería, cortaba zacate. Era muy emprendedor, siempre andaba esto y lo otro. Ahorita había comprado unos castillos inflables para rentar en fiestas infantiles”, cuenta.
Gustavo Suárez tenía 21 años, vivía a caballo entre San Antonio y Nuevo Laredo y hacía apenas un mes que había pagado el enganche de la camioneta, una flamante Chevrolet Silverado color blanco. Su padre dice que su pareja, que vive en Nuevo Laredo, se acababa de quedar embarazada. Como prueba saca el celular y muestra una foto con tres pruebas de embarazo positivas.
“El sábado él me llamó y me dijo que si le regalaba un pescado”, explica el hombre, que gusta de ir a sacar bagres y catanes de aguas del río Bravo. “Yo le dije que sí y él me dijo ‘¿sabes qué? Vas a ser abuelo’. Andaba bien chiflado”, ríe el hombre. El plan de los muchachos era asar el pescado para celebrar el embarazo, pero el plan cambió a lo largo del día. Su hijo y los hijos de los demás acabaron juntándose, fueron al antro, compraron una botella… Ahora están muertos.
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