Opinión

De Acapulco a Qatar: la muerte y la indiferencia

En México preferimos seguir en lo nuestro, aunque la muerte esté allí, a unos metros de donde nos bañamos o gritamos un gol

Fuerzas de seguridad y turistas junto a un cuerpo en una playa de Acapulco (México), el 12 de noviembre de 2022.STRINGER (REUTERS)

La escena se desarrolla en Acapulco, Guerrero, puerto y meca turística convertida, en los años recientes, y bajo el azote de una epidemia de extrema violencia criminal, en un lugar de pesadilla. Es un medio día de sábado y la playa de Icacos, en plena Zona Dorada, se encuentra llena de bañistas y paseantes. Las olas, sin embargo, no solamente son el terreno de los juegos de los niños y sus familias, las parejas y los grupos de amigos: mansas, pero perpetuas, traen a la arena un bulto de formas preocupantes. Los presentes tardan pocos segundos en darse cuenta de que se trata de un cuerpo humano...

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La escena se desarrolla en Acapulco, Guerrero, puerto y meca turística convertida, en los años recientes, y bajo el azote de una epidemia de extrema violencia criminal, en un lugar de pesadilla. Es un medio día de sábado y la playa de Icacos, en plena Zona Dorada, se encuentra llena de bañistas y paseantes. Las olas, sin embargo, no solamente son el terreno de los juegos de los niños y sus familias, las parejas y los grupos de amigos: mansas, pero perpetuas, traen a la arena un bulto de formas preocupantes. Los presentes tardan pocos segundos en darse cuenta de que se trata de un cuerpo humano, retorcido hasta parecer una bola anudada con una cuerda. Otro cuerpo es reconocido de inmediato, aún en las aguas. El oleaje termina por llevarlo a tierra también. Se trata de dos hombres con huellas evidentes de tortura. El que está atado abraza una suerte de ancla de piedra con la que trataron de hundir sus restos. El otro está suelto. Ambos, exánimes, encallan en la orilla.

Los bañistas los miran con curiosidad. Se acercan, los más arriesgados, y dan un buen vistazo antes de volverse a sus lugares. Algunos toman fotografías y las suben a sus redes. Parte de la gente intercambia pareceres. Otros siguen en lo suyo, nadan, pasan de largo, dan cabriolas. Se piden, incluso, tragos y alimentos bajo sombrillas y palapas. Las autoridades aparecen un rato después. Unos pocos de quienes se encuentran allí observan a los agentes proceder y hasta toman fotos del operativo de retirada de los cuerpos. Pero la mayoría, coinciden los testimonios de la prensa y los paseantes, se concentra en sus propios asuntos. Siguen con su vida, vaya. Si alguno se indispuso por la aparición de dos cadáveres en las inmediaciones de su lugar de esparcimiento sabatino, y se largó de allí, no marcó tendencia. Icacos permanece llena.

La masacre es tal que un manto de indiferencia parece haberse posado en los locales y los visitantes, en especial los mexicanos. Porque la sangría no para. Un tercer cuerpo aparece, horas después, frente al muelle de la marina del lugar, flotando en las olas. Es reportado y recuperado. Un día antes, el viernes, por cierto, un salvavidas había sido asesinado en la misma playa de Icacos. Muerte y más muerte.

Durante la actual administración federal, encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, se han registrado 170,550 homicidios (hasta octubre de 2022 y según las propias cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública). Eso significa que ciento veinte personas son asesinadas cada día en este país, diez de ellos mujeres. Unos números que no solo compiten, sino superan, a los de países en guerra.

Esta presencia regular y continua del homicidio en la vida cotidiana de los mexicanos parece habernos insensibilizado, hasta un grado asombroso, ante horrores incomprensibles apenas hace unos años. Otro ejemplo. No hay nadie en este país sorprendido de que la principal preocupación de los casi sesenta mil mexicanos que asistirán al mundial de futbol de Qatar, país musulmán en el que el alcohol está fuertemente restringido, sean las complicaciones para consumir bebidas fuera de las mínimas zonas permitidas por el gobierno. Los debates sobre los derechos humanos ignorados por las leyes qataríes (la homosexualidad, por ejemplo, puede ser castigada con cinco años de prisión e incluso con la muerte, si el “infractor” es musulmán), que han llevado a gobiernos y aficiones en otras latitudes a proclamar un boicot al evento, acá no resuenan ni prenden. Quizá porque en México pasan demasiadas cosas terribles como para preocuparnos por las que ocurren al otro lado del globo. Quizá porque, como en la playa de Icacos, preferimos seguir en lo nuestro, aunque la muerte esté allí, a unos metros de donde nos bañamos o gritamos un gol.

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