¿Quién conquistará esos 15 millones de votos?

Ante las elecciones presidenciales de 2024, López Obrador necesita para su sucesor una parte de los apoyos que tenía y dejó ir. Esa es la oportunidad de la oposición

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, el pasado martes durante la presentación del informe de gestión de los primeros 100 días de 2022.Sashenka Gutiérrez (EFE)

Con un denodado esfuerzo propagandístico y uno no menor en términos de logística, ambos realizados durante meses, el Gobierno de la República coordinó una movilización que le redituó 15,1 millones de votos en la consulta del domingo 10 de abril.

En la boleta de lo que fue un ejercicio de ratificación aparecía el nombre del mandatario Andrés Manuel López Obrador, candidato tres veces a la presidencia, y quien e...

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Con un denodado esfuerzo propagandístico y uno no menor en términos de logística, ambos realizados durante meses, el Gobierno de la República coordinó una movilización que le redituó 15,1 millones de votos en la consulta del domingo 10 de abril.

En la boleta de lo que fue un ejercicio de ratificación aparecía el nombre del mandatario Andrés Manuel López Obrador, candidato tres veces a la presidencia, y quien en su ocasión triunfal, la de 2018, lograra poco más de 30 millones de votos. Sus dos principales contrincantes de esa cita no sumaban, juntos, tal cantidad de sufragios, mas conjuntamente rebasaron los 21,8 millones.

La consulta para la revocación de mandato no fue una elección, pero para el lopezobradorismo sí implicó una operación que por los cuatro costados lucía como tal. Del resultado de la misma se han sacado múltiples y variadas lecturas.

Una semana después de ese ejercicio, los números que el mismo arrojó permiten establecer que, contrario a lo que durante mucho tiempo ha aseverado el oficialismo, la elección del 2024 será todo menos pan comido para la persona que López Obrador designe como su candidata.

La noción de la invencibilidad del movimiento de López Obrador comenzó a fracturarse en 2021. En las elecciones intermedias de ese año algunos centros urbanos —poblaciones de Nuevo León, Jalisco, Guanajuato y, por supuesto, de Ciudad de México, entre otras— le cobraron al presidente agravios, insuficiencias y hasta indolencia para con las mujeres, las víctimas de la inseguridad y, circunstancialmente, la caída de la Línea 12 del Metro.

El oficialismo perdió el 6 de junio mucho más que la mayoría en San Lázaro, la gubernatura de Nuevo León o la mitad de las alcaldías capitalinas. El revés sustancial fue en el plano simbólico. Tres años después de su espectacular triunfo, y a pesar de que acapara la escena con una incontestada hiperactividad mañanera, bastantes ciudadanos decidieron no refrendarle su confianza, rasgando el halo de inevitabilidad que sobre su triunfo Morena pretende instalar como dogma en la opinión pública.

Y 10 meses después la ciudadanía ha dado un segundo paso en esa distancia con respecto al Gobierno federal. A pesar de una promoción grosera y fuera de toda regla que puso a prueba la capacidad de sorpresa, extenuada como está después de años de situaciones inéditas —las más para mal—, y sobre todo a pesar de que desde posiciones oficiales se hizo de todo para movilizar a obradoristas a las urnas, el resultado fue que esta vez no se materializaron la mitad de los votos que AMLO obtuvo el 2018.

Cierto es que cosechar 15,1 millones de votos a favor en la ratificación no es poca cosa. Pero tampoco es un número descomunal, sobre todo si nos atenemos a una realidad: solo para eso les dio a la totalidad del gobierno federal, que incluso utilizó recursos de la Guardia policiaco-militar, a las y los gobernadores de Morena que dominan más de la mitad de las entidades, y a no pocos legisladores y otros funcionarios (incluidos gobernantes de “oposición”, que le habrían echado la mano al presidente). Fue su resto.

Ganar elecciones es una cuestión, a final de cuentas, de números. Y después del domingo los del oficialismo no son los mejores. Ni por mucho. La oposición, donde quiera que esté, tendrá una verdadera oportunidad de dar la pelea en el 2024. Porque todo lo que López Obrador tenía y no refrendó, alguien podría capitalizarlo, y se antoja muy cuesta arriba que ese alguien sea el o la candidata del presidente.

¿Juntos o separado?

Cada elección es distinta, y en la del 2018 López Obrador hizo varias cosas que le posibilitaron el contundente triunfo de ese año. Pulió su perfil rijoso y acercó a su movimiento a personajes —panistas sobre todo— que le ayudaron a disipar dudas sobre su talante sectarista. Encima, Andrés Manuel aprovechó el gran desprestigio tanto del PRI como de su anticlimático candidato y, finalmente pero nada menor, se propuso conquistar a las clases medias y altas.

En esos comicios, además de cosechar una cantidad de votos insospechada el tabasqueño remolcó victorias morenistas a lo largo y ancho de la República. El país se vistió de guinda de un día para otro. Y en los años siguientes su movimiento ha seguido logrando triunfos, es cierto. Algunos de ellos con ayuda de impresentables, otros sin duda por el desgaste de las otras opciones partidistas, y unos más —justo es decirlo— porque en algunas poblaciones y sectores la política del presidente gusta y atrae.

Pero Andrés Manuel sabe, como el fanático de los números electorales que es, que con 15 millones de votos a nivel nacional su movimiento no tiene asegurada la presidencia en 2024. El Andrés Manuel de 2017 sabía eso mismo y se dispuso a coquetear a la clase media y alta, y a sectores agraviados por la corrupción del prianismo o cansados de la impunidad o la pésima situación en términos de seguridad. Entonces buscaba al menos 22 millones de votantes. Logró mucho más pero, ya dijimos, en condiciones muy singulares.

Sin embargo, de aquí a la siguiente elección presidencial Andrés Manuel no tiene margen para convocar a quienes ha injuriado semana tras semana y por años. Y aunque lo intentara, millones desairaron la consulta el domingo porque tienen la lengua escaldada con Morena. El déficit acumulado por los ataques y descalificaciones gratuitas de AMLO no lo superará ni Marcelo Ebrard, el candidato al que algunos ven como el perfil del oficialismo menos repelente (dicen) para las clases medias.

López Obrador está en su piso luego del domingo, sí. Pero si pretende desde ahí construir un techo necesita de un (a) candidato (a) con carisma. No tiene. Necesita alguien que le sume clase media. Difícilmente Ebrard. Requiere uno a quien se le vea como heredero de la “sustancia” del movimiento sin los costos sectaristas del mismo. No existe tal cosa.

Pareciera que el único camino que el presidente podría intentar es que que dado que él vale hoy 15 millones de votos pues será él mismo el candidato a refrendar en el 2024. Una Revocación II pero con interpósita persona en la boleta. La cuarta campaña presidencial de AMLO pero sin clase media, sin voto crédulo, sin margen más que para el chantaje nacionalista, o para narrativas como las que veremos este domingo en la reforma energética: lo patriótico es someterse a López Obrador; no hacerlo es antipatriota. ¿Eso suma votos?

Tal es la coyuntura que enfrentará la ciudadanía, y la oposición. El domingo 10 de abril el presidente dejó en la mesa la mitad de sus votos. Y no sin sorpresa, reductos urbanos en donde los partidos tradicionales han sido fuertes y, al mismo tiempo, han vivido alternancias representarán una bolsa de sufragios dispuestos para quien sepa trabajarlos.

Puestos a calcular lo que pasaría en la siguiente cita presidencial, vale la pena recordar que hay estados que habiendo dado a Morena grandes números en la consulta de hace 8 días, no dieron para nada lo de hace casi cuatro años. Veracruz o Estado de México, por ejemplo. En la consulta registraron 1.476.850 y 1.750.622 votos a favor, respectivamente. Cifras importantes pero lejanas a las del 2018, cuando en esos mismos estados AMLO obtuvo 2.059.209 y 4.373.267. Solo en el Estado de México dejó escapar dos millones y medio de votos.

Hay una connotación del ejercicio de hace una semana que quizá el oficialismo no calculó. Puede haber sido un exceso de confianza mostrar que usaron toda la maquinaria y solo para eso les alcanzó. Aunque ellos ya los reunieron y en cambio los opositores aún no pueden acreditar que son capaces de recolectar esa cantidad o una superior que —por cierto— deberán acumular con menos gobernadoras y gobernadores que nunca y con liderazgos realmente pequeños salvo el del experimentado Dante Delgado.

¿Qué hará la oposición? ¿Apostar tempranamente por un candidato de unidad que capte a los más posibles de los votantes tradicionales del panismo, priismo, perredismo y ahora también de Movimiento Ciudadano y, al mismo tiempo, a los desencantados del oficialismo? ¿O inicialmente cada organización cortejará a sus respectivas clientelas para dejar de manifiesto su valor y, posteriormente, usar ese peso específico en eventuales negociaciones aliancistas?

Para los opositores el camino a 2024 será azaroso. El presidente querrá utilizar con varios de ellos su hoy conocida táctica de embajada o expediente. Igualmente López Obrador pretenderá que triunfos previsibles como en Oaxaca apuntalen la idea de que ganará en la presidencial.

Pero las matemáticas hoy dicen otra cosa. En los 15 millones de votos de la consulta ya están en buena medida los sufragios que pueden aportar Estados que ganaría este año como el oaxaqueño, o Hidalgo e incluso Quintana Roo.

Si la oposición hace bien las cuentas, hay suficientes votos para aspirar a desplazar de Palacio a los obradoristas. Pero la tarea no se hará sola. O logran entusiasmar a sus clientelas y a los volátiles, o con 15 millones y un poco más que logre López Obrador aumentar en 2024 les ganará de cualquier manera.

López Obrador mantendrá movilizado al aparato de Morena y enardecida a su base. Para ellos no habrá descanso ni tregua. No dará por perdidos territorios que fueron claramente adversos en la consulta, como el Bajío. Y querrá reconquistar el norte, en el que en 2018 no le fue mal.

Es a los opositores a quienes toca, en cambio, revisar si tienen estructuras del tamaño que se necesita para contrarrestar al aparato del Estado que operará en 2024. Revisar por ejemplo si cuentan con los liderazgos locales para un arrastre desde abajo, por un lado, y si las dirigencias podrán construir al fin una narrativa con la que se quiten la etiqueta de defensores de un régimen corrupto que tan efectivamente les puso el presidente.

En la cita del 2024 habrá además elecciones concurrentes en Ciudad de México, Puebla, Jalisco, Yucatán y Guanajuato, entre otras, todas entidades con tradición de alternancias y con resultados electorales recientes en donde se ha reiterado que el lopezobradorismo dejó ir votos.

Y para desgracia de los mexicanos, las perspectivas de que las cosas mejoren en términos económicos o de seguridad no son halagüeñas.

El discurso descalificador y el comportamiento de López Obrador, su dinámica presupuestal dedicada excesivamente a favorecer a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y a Pemex, y su desprecio por los mecanismos globales y regionales de la economía provocarán que las turbulencias financieras mundiales se resientan más en nuestro país.

Con ese performance a cuestas, a López Obrador y sus sumisos colaboradores se les complicará el atraer a nuevos votantes, lo mismo que recuperar a los que perdieron.

Para la próxima elección el presidente necesita parte de los 15 millones de votos que tenía y dejó ir. ¿La oposición podrá evitar esa reconquista?

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