Un museo del mamut y una gran concesión al Ejército: así es la ‘ciudad militar’ de Santa Lucía
El presidente recorre el complejo para sellar su pacto con los militares: “No hubiésemos avanzado como estamos avanzando sin el apoyo de las Fuerzas Armadas”
El oficial Ramírez se pasea orgulloso por los relucientes salones del Museo del Mamut recién construido en los terrenos que albergan al nuevo aeropuerto internacional que servirá a Ciudad de México. Este museo forma parte de decenas de nuevas construcciones que han sido edificadas en la zona, en lo que es una verdadera ciudad militar, una de las mayores concesiones otorgadas por el pr...
El oficial Ramírez se pasea orgulloso por los relucientes salones del Museo del Mamut recién construido en los terrenos que albergan al nuevo aeropuerto internacional que servirá a Ciudad de México. Este museo forma parte de decenas de nuevas construcciones que han sido edificadas en la zona, en lo que es una verdadera ciudad militar, una de las mayores concesiones otorgadas por el presidente Andrés Manuel López Obrador al Ejército. Ramírez da una visita guiada a un grupo de periodistas invitados a conocer el flamante complejo, donde se exhiben centenares de piezas halladas en las excavaciones mientras se construía el aeropuerto. Es en realidad un museo hermoso y sorprendente, hecho sin duda con mano militar: todo está perfectamente organizado, desde los mamuts que dominan las salas principales hasta la recreación del pleistoceno, cuando esos enormes animales habitaron lo que ahora es conocido como el Valle de México.
Ramírez camina erguido, portando un impecable uniforme verde olivo –saco y pantalones bien planchados, corbata perfectamente anudada, zapatos relucientes– mientras que con un lápiz que proyecta una lucecita roja explica en qué consiste cada una de las exposiciones permanentes del museo. El militar se muestra amable mientras lanza su discurso, pero reservado cuando se le hacen consultas. Ese el tono de los militares consultados durante la visita al complejo de Santa Lucía, donde está el aeropuerto: silencio, hermetismo. ¿Cuánto ha sido el verdadero costo del aeropuerto? “No tengo ese dato”. ¿Cuántas hectáreas han ocupado para construir todo el complejo? “No tengo ese dato” ¿Cuántos militares trabajarán en el control de la nueva estación? “No tengo ese dato”.
A un lado del museo se levantan las construcciones recién hechas, edificios relucientes como muebles recién desembalados: auditorios, complejos residenciales modernos y cómodos, centros de investigación, gimnasios, centros comerciales, hospitales, hoteles, restaurantes, el aeropuerto propiamente dicho, parques infantiles, enormes oficinas administrativas, sedes de instituciones gubernamentales. Las calles son amplias y en ellas circulas autos militares muy nuevos. Grupos de jóvenes y esbeltos cadetes, con el pelo al rape, entrenan bajo las órdenes de superiores rechonchos en las explanadas que forman parte de la ciudad. Hay también monumentos que exaltan la grandeza que este Ejército cree poseer: aviones en las rotondas, viejos vagones de trenes convertidos en pequeños museos para quienes visiten el complejo, placas conmemorativas, arcos triunfales. También se habilitarán áreas verdes, porque en esta ciudad en construcción, llena de máquinas que excavan, no abundan por el momento los árboles: es una mole de hormigón donde el sol estalla con furia a mitad de la tarde.
Todo aquí demuestra el poderío y la capacidad logística del Ejército, la mano militar para construir un enorme negocio, que sin duda aportará más fondos a las arcas militares. El presidente López Obrador ha informado que el aeropuerto estará administrado por una empresa denominada Olmeca Maya Mexica, que –como no– dependerá de las Fuerzas Armadas. Esta empresa también controlará el Tren Maya –el otro proyecto insignia del mandatario– y otros tres aeropuertos. El 75% de sus utilidades, ha asegurado López Obrador, se destinará para garantizar las pensiones de los militares, en lo que es un trato muy especial para una institución que a cambio de grandes concesiones demuestra su fidelidad al morenista.
Esta mañana de jueves el mandatario asiste a la ciudad militar. Se conmemora el día de la Fuerza Aérea y los militares han tirado la casa por la ventana para agasajar a su comandante en jefe –y benefactor– durante la visita. En uno de los enormes auditorios del complejo se han dispuesto 77 mesas para más de 600 comensales: la crema y nata del cuerpo militar, cadetes, oficiales administrativos, funcionarios de la Secretaría de Seguridad… Una masa verde olivo bien trajeada domina el amplio salón, sentados en esas mesas engalanadas. Antes de que el presidente ponga pie aquí, un militar obliga a todos a levantarse y practicar el recibimiento que se le dará al jefe de Estado. Los militares muy bien erguidos hacen caso a las órdenes, que se repiten dos veces para que a nadie se le vaya a pasar nada. Todo tiene que ser perfecto, como lo establece el guion escrito con mano militar. Una oficial echa la bronca a los cámaras y fotógrafos que hartos de la espera han decidido romper el rígido protocolo y han comenzado a comer las frutas dispuestas en las mesas. “Hay tiempo para todo”, recrimina la mujer.
Pasadas las diez de la mañana llega López Obrador en camioneta militar. Lo acompaña su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, y dos altos mandos de la Fuerza Aérea. El presidente es recibido con aplausos y se sienta en la mesa dispuesta para las grandes autoridades, donde lo esperan la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, la exsecretaria de Gobernación, la senadora Olga Sánchez Cordero, el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, el secretario de Hacienda, el gobernador de Hidalgo... Ellos compartirán con el mandatario el desayuno opíparo contratado para esta mañana, todo muy mexicano: de entrada fruta de temporada, luego sopes y quesadillas, chilaquiles en salsa verde, huevos revueltos, pollo y verduras y carne seca. El salón se convierte en una pista de baile para decenas de meseros que sirven las delicias, llenan las tazas de café o retiran un plato sucio para poner el nuevo. Todo amenizado por un grupo musical que lanza boleros.
Al acabar el desayuno el presidente toma la palabra y lanza un discurso en el que ofrece su propia versión de la historia, llena de guiños y alabanzas para los militares, y se felicita por el aeropuerto y este enorme complejo. López Obrador dice que el costo de la nueva estación aérea ha sido de 75.000 millones de pesos y que el Estado se ha ahorrado 200.000 millones tras fulminar el contrato del Aeropuerto de Texcoco. El presidente no escatima sus halagos: agradece a los militares por su apoyo en la distribución de las vacunas para hacer frente a la pandemia de covid-19, el esfuerzo del Ejército para repartir ayuda humanitaria, la respuesta que dieron tras las inundaciones en el sureste del país y hasta el rol que jugaron en el traslado del presidente de Bolivia, Evo Morales, cuando México le otorgó asilo. “En el informe de esta misión se advierte lo que es la Fuerza Aérea, porque en muy poco tiempo se preparó todo y en circunstancias difíciles se cumplió. Así termina el informe: ‘misión cumplida, se salvó la vida del presidente de Bolivia, Evo Morales’”, dice López Obrador. Frente a unos militares hinchados de orgullo, el presidente les concede a ellos, los uniformados, el avance de México. “No hubiésemos avanzado como estamos avanzando sin el apoyo de las Fuerzas Armadas”, dice el mandatario y un trueno de aplausos sacude el auditorio y se cuela por las ventanas para resonar entre los impecables edificios nuevos, llegar hasta las zonas habitacionales, recorrer los pasillos de las torres enhiestas y demostrarle a México que el pacto militar con el presidente es tan sólido como la ciudad de concreto que los uniformados siguen construyendo en Santa Lucía.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país