Las dos horas con la policía que acabaron con la vida de la médica Beatriz Hernández
La doctora, de 29 años, falleció en una celda tras ser detenida en un accidente sin heridos en Hidalgo. La autopsia establece la asfixia como causa de la muerte e identifica otras 24 lesiones en el cuerpo. EL PAÍS reconstruye con testigos, familiares y abogados los últimos momentos de la joven
Eran las 16.30 del miércoles 9 de junio y Beatriz Hernández estaba viva. La joven, de 29 años y residente de Cirugía en el Hospital General de Pachuca, en Hidalgo, atravesaba el pequeño municipio de Progreso de Obregón, al sur del Estado. Iba a pasar unos días con su familia en Presas. Su abuela la estaba esperando con la comida en la mesa. Llevaba el maletero cargado de bolsas e insumos médicos. A las 16.40, la doctora tuvo un...
Eran las 16.30 del miércoles 9 de junio y Beatriz Hernández estaba viva. La joven, de 29 años y residente de Cirugía en el Hospital General de Pachuca, en Hidalgo, atravesaba el pequeño municipio de Progreso de Obregón, al sur del Estado. Iba a pasar unos días con su familia en Presas. Su abuela la estaba esperando con la comida en la mesa. Llevaba el maletero cargado de bolsas e insumos médicos. A las 16.40, la doctora tuvo un choque múltiple con otros tres vehículos en la carretera principal del pueblo. No hubo heridos. En 30 minutos llegó la policía, que sometió por la fuerza a Hernández y se la llevó arrestada. A las 17.45, la doctora ingresó en la comandancia municipal y quedó retenida en una celda. Una hora después, Beatriz Hernández estaba muerta.
En la audiencia inicial del caso, que ha durado 21 horas, la jueza Rosa María López Aguilar ha considerado acreditadas las omisiones y negligencias en la detención y reclusión de la joven. Siete agentes han quedado vinculados a un proceso judicial por el delito de homicidio culposo. Los arrestados, tres mujeres y cuatro hombres que cumplían tareas policiales y administrativas, deberán esperar el juicio desde la cárcel. Además, se enfrentan a otra acusación por incumplimiento de su responsabilidad como servidores públicos por el trato dado a la doctora. La Fiscalía, que en un primer momento investigó la muerte como feminicidio, ha reclasificado el delito también al de este tipo de homicidio involuntario.
La versión ofrecida por el Gobierno municipal y la defensa mantiene que la doctora, intoxicada, se suicidó colgándose “con un pedazo tela” después de “discutir fuertemente” con su padre en las galeras de la policía. La familia rechaza esta versión. “Mi hermana tenía muchos sueños, muchas ilusiones”, señala Aldo Hernández. La joven estaba en su primer año de especialidad, iba a empezar un consultorio privado y le acababan de entregar los planos de una casa que quería construirse en su pueblo. “Alguien que invirtió tanto en una educación y en su vida, para lograr sus metas, no se quita la vida así”.
En un caso todavía brumoso y lleno de preguntas, la autopsia establece la asfixia mecánica por suspensión incompleta como causa de la muerte. Pero también identifica otras 24 lesiones en el cuerpo de la joven, algunas en el rostro, en los pechos, en la zona genital y en las piernas, según la asesora jurídica de la familia Luz Elba Ayala.
El asunto de la doctora, como lo llaman en el pueblo, ha indignado a unos vecinos hartos de la violencia. Dicen que los crímenes se suceden en Progreso sin que nada pase. Las protestas contra el presidente municipal, Armando Mera Olguín, del Partido del Trabajo, terminaron con destrozos en la fachada del Ayuntamiento. Todavía siguen en la calle de la plaza principal los bancos quemados, los carteles colgando: “Ella no murió, los policías la mataron”. Con una decena de testigos, familiares y abogados, EL PAÍS reconstruye los últimos momentos de la joven.
16.40: hora del accidente
La avenida Tito Estrada está a la entrada del municipio. Es amplia, bordeada por pastos, pequeñas palmeras y muros con carteles electorales. Aquí está la sede de la Cruz Roja, el salón para los eventos del pueblo o el lienzo charro Joselito Huerta que da la bienvenida a Progreso. Aquí, donde todavía quedan amontonadas piezas rotas de su coche, tuvo el accidente Beatriz Hernández. Su hermano cuenta que la joven había salido de trabajar en el hospital de Pachuca, a unos 70 kilómetros, había pasado por su casa, agarrado algo de ropa, a su perrita Gala y había iniciado camino. Los informes toxicológicos han dejado probado que la joven había consumido alcohol en las horas previas a su muerte.
Chocó primero con una camioneta, un golpe que le hizo perder el control y terminar impactando con un coche rojo que estaba delante y este, con otra camioneta más pequeña. El Seat gris de Beatriz quedó sobre la banqueta, en paralelo a los otros tres vehículos accidentados. El impacto sonó tan fuerte que los vecinos salieron rápido de sus casas para auxiliar. A partir de este momento, las versiones de los seis testigos del accidente consultados por este periódico coinciden. Todos ellos piden mantener su nombre en el anonimato por el clima de tensión que ha provocado el caso y por miedo a las represalias del Gobierno.
Hernández se encuentra atrapada por el airbag y el conductor de una de las camionetas la ayuda a salir del vehículo. Renqueando por la pierna que se le quedó aplastada y en estado de shock, la doctora garantiza a los implicados que su seguro se hará cargo de los daños. “Yo respondo por todos los golpes, decía”, recuerda una testigo. Después, comprueba que no hay heridos y trata de revisar al niño que viajaba junto a su madre y abuela en el otro coche golpeado. La mujer no se lo permite y la increpa por haber causado el accidente. “Le gritaba bien feo: estás loca, estás borracha”, apunta una mujer que presenció lo ocurrido.
Mientras llegan los servicios médicos y la policía, esta mujer —que no ha sido identificada— entra en el automóvil de la doctora y agarra los documentos de su monedero. “Le dijo que se los devolvía hasta que le pagara los daños, porque la señora no tenía seguro. La doctora le pedía dialogar”, apunta otro hombre. En plena discusión entre ambas aparecen los agentes.
17.10: llega la policía
Al lugar del accidente acude una patrulla policial y dos motos. “Viene en estado de ebriedad, yo traigo un bebé, deténganla”, gritaba, según los testigos, la mujer. Ante la estupefacción de los vecinos, una policía se acerca a Hernández, le realiza una llave por la espalda y la inmoviliza. “De lo estirada y doblada para atrás que la tenía se le subió hasta su playerita [camisa de manga corta]”, detallan. En ningún momento, Hernández recibe atención médica. El informe de la autopsia determinó que la doctora sufrió una fuerte lesión interna en el hígado, probablemente a consecuencia del accidente automovilístico, según el médico legalista aportado por la defensa.
Entre los gritos de la mujer del coche (”¡Llévensela, llévensela!”), y la oposición de los vecinos, la policía trata de someter a Hernández, que suplica ayuda, y meterla en el vehículo policial. Al forzarla, una agente la golpea con el marco del coche y la joven comienza a sangrar por la boca. Una vez dentro de la patrulla, un testigo asegura que la policía la tenía agarrada del cuello. “Me molestó muchísimo que la estuvieran tratando así. Así que la saqué del coche. La agarré de las manos y le dije: ‘Tranquilízate, no te va a pasar nada”, cuenta ahora emocionado.
Según los vídeos e imágenes a los que ha tenido acceso este periódico, la misma agente vuelve a meter a la doctora por la fuerza en el vehículo y dice: “Solo estoy haciendo mi trabajo”.
17.45: Beatriz Hernández ingresa en la comandancia
Mientras los vecinos sacan los objetos del coche de la doctora y resguardan a su perrita blanca —”si no entre la grúa y la policía, se lo llevan todo”—, a Hernández la dirigen hacia Palacio Municipal. En un trayecto de apenas cinco minutos, la doctora atraviesa este pueblo humilde de casas bajas y pasa por delante de la clínica que 90 minutos más tarde certificaría su muerte.
La comandancia, situada en un resguardo del Ayuntamiento, está en la plaza principal del municipio en la que un cártel reivindica a los médicos que lucharon contra el coronavirus bajo el lema “Héroes de la patria”. La doctora Hernández estuvo en primera línea de covid durante los meses más duros de la pandemia. “Mi hija se la rifó por salvar vidas, no merecía ser tratada como una delincuente”, dice Cirilo Hernández.
La joven ingresa en la sede policial a las 17.45. Le hacen el primer chequeo médico en el pasillo de las dependencias y queda retenida en las galeras. Con un mensaje de Facebook, los vecinos consiguen contactar con la familia. A las 18.15, Cirilo logra ver a su hija. Está espantada y le pide que, por favor, la saque de allí, pero no se ve golpeada. “Yo le dije: veo como te saco, pero te saco de aquí”, narra el padre, laboratorista clínico de profesión. Sale para terminar los trámites sobre la responsabilidad civil del accidente y tratar de arreglar el seguro de los vehículos.
A partir de entonces, las imágenes presentadas en la audiencia muestran a la joven dentro de la celda maniobrar con un trozo de tela blanca de unos 38 por 45 centímetros. En unas imágenes referidas como poco nítidas, la defensa argumenta que Hernández se pone esa tela en el cuello. En ningún instante se ve suspendida. Después de ese momento y hasta la entrada de miembros de protección civil 30 minutos más tarde, las imágenes de las cámaras son calificadas como ciegas: en ese lapso de tiempo no se aprecia lo que ocurre dentro de la celda. Uno de los peritos explica que ese “desplazamiento” puede deberse al apagado y encendido de las cámaras. Sobre las 18.45 ingresa protección civil y, pese a la resistencia de los agentes, también Cirilo Hernández. Llega a ver su hija tendida en el suelo de la galera. Ya no respiraba.
A las 19.16, la Clínica Humana —situada a unos minutos de la plaza principal— certifica con un electro el deceso de Beatriz. “Llegó sin signos vitales. Las pupilas totalmente dilatadas, el corazón ya no latía”, apunta el doctor Cresenciano Lozano. “Llegó con hipoxia, una falta de oxigenación por lo menos de 20 minutos. Los dedos estaban ya morados”.
La audiencia y las preguntas
Aldo Hernández recuerda con detalle las tres llamadas telefónicas que tuvo con su padre ese miércoles 9 de junio. En la primera se enteran del accidente y este joven, egresado de Turismo y Administración de Empresas, le comparte a su padre los papeles de la póliza del seguro. Sale corriendo de su casa de Ciudad de México hacia Hidalgo. En la segunda, su padre le comunica que Beatriz está detenida, pero no tiene marcas de violencia. En la tercera, unos 15 minutos después, le cuenta que no respira. “¿Cómo que no respira? ¿La mataron?”, relata conmocionado este joven, de 31 años, a las afueras del Ministerio Público de Mixquihuala.
En la audiencia inicial, la juez considera probado que a Hernández no se le proporcionó la atención médica necesaria después de un accidente. Así ha considerado como negligente que los agentes la detuvieran en vez de trasladarla a un centro médico; que la revisión en la comandancia se le realizara en el pasillo sin privacidad y de forma incompleta; que tras signos de alarma, como la falta de oxigenación, no se la derivara a un hospital; que no revisaran cómo estaba la celda y si había objetos con los que ella podía hacerse daño, y que no la vigilaran.
Además, tras esta primera audiencia, quedan cuestiones sin resolver. ¿Cuándo y cómo se produjeron la otra veintena de lesiones —incluyendo las que prueban la violencia sexual— en el cuerpo de Beatriz Hernández? ¿Cómo apareció la tela blanca en la celda? ¿Cómo pudo, si así fue, tratar de colgarse sin que los agentes que la custodiaban la vieran? Y, ¿qué ocurrió en los 30 minutos que no se identifican en las grabaciones?
Hernández muestra las fotos de los viajes con su hermana pequeña, cuenta que acababa de regalarle los muebles para su nuevo consultorio médico, que no le dio tiempo a dárselos, y termina preguntando: “Mi hermana no mató, no robó, solo tuvo un accidente. De allí se fue viva y llegó viva a la comandancia. ¿Cómo puede morir alguien ahí dentro?”.
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