Últimos pasos de baile en el salón Los Ángeles
El emblemático local de Ciudad de México agoniza cerrado por la pandemia y los dueños buscan la forma de reinventarlo
El salón de baile Los Ángeles conserva intacta su nostalgia a pesar de los casi cuatro meses que lleva cerrado por la pandemia. Miguel Nieto abre el portón de madera pintado de rojo y va prendiendo las luces. Como en una película, primero se iluminan las lámparas sobre la pista, después, los neones de colores que perfilan los arcos laterales, inmediatamente, la barra de tablitas de la famosa dulcería, las taquillas, el guardarropa art déco, cuyas letras doradas lucen melladas, así: U RD R OPA. Todo está en silencio, pero pareciera que, de un momento a otro, parejas de bailarines tomados de la ...
El salón de baile Los Ángeles conserva intacta su nostalgia a pesar de los casi cuatro meses que lleva cerrado por la pandemia. Miguel Nieto abre el portón de madera pintado de rojo y va prendiendo las luces. Como en una película, primero se iluminan las lámparas sobre la pista, después, los neones de colores que perfilan los arcos laterales, inmediatamente, la barra de tablitas de la famosa dulcería, las taquillas, el guardarropa art déco, cuyas letras doradas lucen melladas, así: U RD R OPA. Todo está en silencio, pero pareciera que, de un momento a otro, parejas de bailarines tomados de la mano van a ir ocupando su lugar sobre las duelas y ¡que suene la música! Eso no va a ocurrir: mesas y sillas se apilan en los costados del gran salón como artistas añejos que se resisten a marchar. El salón más emblemático y antiguo de Ciudad de México ya venía agonizando y el coronavirus le ha dado la puntilla.
Nadie sabe si tendrá que cerrar definitivamente, o si volverá a abrir en unos meses, quizá el año que viene. Quizá, pero la situación no pinta bien para el baile. El virus es refractario a los abrazos, a dibujar vueltas sobre las cabezas con los dedos entrelazados, a mirarse bien de frente apretando las cinturas, confundiendo los alientos agitados y otra vuelta más, y otra más, volando sobre el suelo. Miguel Nieto, 48 años ya al frente del negocio familiar que abrió su abuelo en 1937, quiere imaginar a los danzantes “con un traje que los aísle por completo, con casco, como en los hospitales, con sistema de filtrado. Incluso pueden hacerse la prueba del coronavirus en casa antes de salir”. Eso sí que sería todo un espectáculo, desde luego. El mundo está cambiando tanto que quién sabe cómo será el glamour en 2021.
—¿Vamos esta noche a marcarnos unas piezas al salón?
—Buena idea. Toma, hazte la prueba de la covid-19 y échate un chal por los hombros.
No, Nieto sabe que esa pista que se movió al ritmo de las mejores orquestas “ya nunca va a ser como fue”. “Ya no puede ser como fue”. No volverán los zapatistas a firmar sus acuerdos políticos, ni bailarán Frida Kahlo y Diego Rivera, Cantinflas y García Márquez, Carlos Fuentes o Gustavo Dudamel; ya no cantarán Agustín Lara y Toña la Negra, Beny Moré y Celia Cruz, Gonzalo Curiel y Óscar Chávez, Café Tacuba o Lila Downs. Son cientos los que hablan del éxito de este sitio desde las fotos sepia y las paredes forradas de carteles musicales.
El presente naufraga en la incertidumbre y Nieto no ahorra autocrítica. “No hemos sabido administrarlo adecuadamente. El salón no se autogestionaba, salía adelante gracias a las rentas de unas casas familiares que ahora están invadidas por unos pillos que nos las quieren robar y nadie hace nada por impedirlo. Si no encontramos inversionistas ¿de qué vale apostar por el futuro?”. La familia ya piensa en echarlo abajo y levantar viviendas. O quizá mantenerlo y elevar un hotel sobre las esferas de cristales. El abuelo cerró la carbonería para hacer un baile en 1937, su hijo lo reformó en 1948 y ahora el nieto tiene en la cabeza muchas ideas que necesitan patrocinadores, públicos y privados. “Hemos agotado el pasado”.
Pero no quieren prescindir de la estética. Si acaso pulir el mármol y las maderas, conservar las columnas de teselas plateadas, los cortinones rojos de lentejuelas. “Hay que aprovechar el turismo, hacer exposiciones relacionadas con la música, muchos estilos que aquí hemos impulsado, no olvidar eso. Pero también conferencias, presentaciones de libros, fiestas, festivales gastronómicos, pases de moda, proyectar películas, impartir cursos, vender mercadotecnia”. La nostalgia ya no puede contener el futuro.
El porvenir es, sin embargo, tan incierto como frágil el presente. Todos esos planes aún no han aterrizado. “Si logramos abrir, la primera fase debe ser de supervivencia; después, quizá podemos transformar, mejorar la comunicación, estimular el turismo”, piensa Nieto. No es fácil atraer a visitantes a un barrio que ahora es conflictivo, la marca de medio México, miedo y violencia a dos pasos de la plaza de Tlatelolco, donde la convivencia de las tres culturas se convirtió, en 1968, en una matanza de estudiantes para los libros de historia. Ahora la inseguridad es de otro calibre. “La solución fácil sería construir un edificio en estos 3.000 metros cuadrados”, parece resignarse Nieto. “Pero no nos gustan las soluciones fáciles”, se anima. Y vuelve a exponer en términos económicos la sostenibilidad de un espacio lleno de encanto que ha sabido aprovechar la industria cinematográfica en la época de oro mexicana y donde hace apenas unos meses Netflix grababa algunos capítulos de la serie Sens8.
Nieto sueña con que el futuro le devuelva a 1937. Que el año 21 del siglo 21 vea un local que ha sabido cabalgar la ola vírica con éxito renovado. Porque lo más importante del salón Los Ángeles, hoy y ayer, dice Nieto, no son tanto los famosos, sino cómo dinamizaba un barrio con sus actuaciones y animaba a la gente anónima a olvidarse por unas horas de la soledad y de los lunes. “Aún podemos pagar a 25 empleados que no pueden venir a trabajar, pero otros que estaban por horas no hemos podido mantenerlos. La pandemia ha impedido también que cerca de 60 músicos a la semana tengan un sustento. Y los negocios cercanos están sufriendo la falta de actuaciones, y los guardacoches, los taxistas y los puestos ambulantes. A las grandes orquestas acudían hasta 2.000 personas al salón y la calle se volvía una zona iluminada y más segura”, asegura el dueño.
Rememora también a aquella señora que se quedó viuda y encontró en el baile quien le ofreció trabajo en la limpieza doméstica. Pudo dar estudios a sus hijos y cambiar su vida, pero nunca dejó de ir los martes al salón. Hay, sin embargo un motivo más íntimo por el que Nieto se resiste a dar por muerto el local. “La razón principal para no cerrar es que este sitio es la alegría de mi madre, de 92 años, que ahora está muy preocupada; antes de la pandemia seguía viniendo cada martes y domingo, saludaba a los clientes, se hacía fotos con ellos”.
Doña Armida estaba un día detrás de la taquilla cuando apareció aquel cliente asiduo que había estado ausente un tiempo mientras se debatía entre la vida y la muerte.
—Hombre, Gallinazo, hacía mucho que no te veía por aquí.
—Ay, jefa, ya ve cómo me pongo cuando agonizo.
Y así pasaban aquellos días de vino y rosas. Ahora toca mirar el baile en silencio, subir las escaleras rojas de madera hasta el escenario de las orquestas, cruzar el telón y adentrarse en los camerinos desnudos, alguna percha colgada de un clavo, espejos sin labios pintados ni pestañas postizas, cubículos sin alma con una bombilla que pende del cable. Y las cabinas sanitarias cerradas y en silencio, Robert Redford ya saltó por la ventana huyendo del golpe, con su pantalón bombacho elevado por los tirantes, como los pachucos que aquí bailaban en las mejores épocas ¿Hay alguien detrás de la hilera de puertas? Nada, solo las lámparas de figuras geométricas propias de la belle époque mantienen la luz de otros tiempos.
“No podemos vivir del recuerdo, esto tiene que ser contemporáneo, hay que avanzar”, se convence Nieto. “¿Volveremos a conocer Los Ángeles como fue? ¿Y el mundo, volverá a ser el de 1937? ¿Cómo será la nueva economía mundial y el efecto del confinamiento en nuestra salud mental y en nuestras relaciones sociales?”. ¿Conoceremos otro salón Los Ángeles? Quién sabe si volveremos a bailar.