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El estallido social como caleidoscopio

Desgraciadamente, la memoria de este fenómeno derivó en un verdadero trauma colectivo, sobre el cual pocos reivindican su participación y, para algunos (me incluyo), la fascinación que pudo inicialmente provocar

Por estos días han arreciado en Chile las columnas de opinión sobre el “estallido social”, ese fenómeno volcánico que tuvo lugar a partir del 18 de octubre de 2019… hasta que llegó la pandemia. Seis años después, los columnistas han visto todo tipo de cosas en este acontecimiento, rara vez convergentes. Desde una expresión de violencia organizada por una izquierda que a poco andar habría adoptado una actitud golpista, hasta un estallido delincuencial protagonizado por todo tipo criminales; desde un levantamiento popular con su propia vanguardia (la primera línea) que se habría autoimpuesto una función de protección del pueblo que protestaba en las calles, hasta una enorme acción colectiva orquestada por Venezuela, Cuba y vaya uno a saber por qué otro país con interés y poder para actuar en Chile.

Todos vimos cosas en el estallido social, y en cada una de esas cosas habían razones (no siempre buenas razones) para creer en ellas: algunas de estas visiones son más verosímiles que otras, pero detrás de ellas se encuentra siempre la convicción de que “esto fue lo que ocurrió”, sin pruebas ni evidencia, solo fe y pura doxa tribal. En tal sentido, este acontecimiento opera desde la lógica de un artefacto, el caleidoscopio: uno lo mueve y ve algún tipo de figura, la que se deforma cuando uno gira el caleidoscopio en cualquier dirección. Lo que a menudo se pasa por alto es que se trata de un fenómeno volcánico que evolucionó tanto en su dinámica interna como en las representaciones de quienes participaban en él, personas que componían una masa, otras veces una multitud, a veces una turba en constante flujo, y hasta un pueblo (el que a veces llegó a escribirse y describirse con una P mayúscula), en el marco de interpretaciones y sobre-interpretaciones para todos los gustos.

Si todas estas visiones fueron posibles, ¿significa que sabemos pocas cosas en realidad del estallido social? No, por el contrario, sabemos muchas cosas y con gran claridad.

En primer lugar, sabemos que pocos días antes del 18 de octubre de 2019 ya se observaban expresiones muy localizadas de descontento por parte de grupos de vecinos (solo después irrumpirían los estudiantes para copar la visión). Este es uno de los grandes hallazgos que descubrimos junto a cuatro colegas al explotar la base datos del observatorio de conflictos del centro COES en el perímetro del estallido social, a partir de lo que registraron varios periódicos nacionales y sobre todo más de una docena de diarios regionales: es impresionante la cantidad de cosas que no vemos desde la capital. El hallazgo es fascinante y muy contra-intuitivo.

En segundo lugar, existía mucha literatura cualitativa que desde hace años venía mostrando razones para el descontento, desde la expresión de abusos en el trato diario con el empleador o funcionarios del Estado, hasta la denuncia de micro-violaciones de la dignidad de las personas: allí están los trabajos de Kathya Araujo y de varios informes del PNUD. No es una casualidad si el nombre que se impuso para nombrar el lugar del estallido fue Plaza Dignidad.

En tercer lugar, varias encuestas registraron en aquel entonces un apoyo sumamente mayoritario a las protestas, incluso a algunas de sus manifestaciones de violencia: es con el paso del tiempo y la degradación de la protesta que, de ese apoyo mayoritario, nadie se acuerda, ni siquiera los encuestados que respondieron en esa dirección. Así de mal ha envejecido, social y políticamente, el estallido social. Lo extraño es que pocos cientistas sociales se han interesado en explotar esas bases de datos, indagando en lo que pudo gatillar tamaño fenómeno: si en el origen hubo un alza del boleto del metro, no deja de ser una ironía constatar que seis años después y en la misma fecha se hizo pública un alza indebida de las cuentas de electricidad por errores de cálculo. La diferencia es que no hubo un estallido social en estos días: la pregunta es ¿por qué?

En cuarto lugar, y de modo más programático, la pregunta por las causas del estallido social está completamente abierta, y se responde científicamente, en base a pruebas y evidencia. Desgraciadamente, la memoria de este fenómeno derivó en un verdadero trauma colectivo (como bien lo muestra la columna dominical de ese gran intelectual público que es Carlos Peña), sobre el cual pocos reivindican su participación y, para algunos (me incluyo), la fascinación que pudo inicialmente provocar. Es tan traumática esta memoria que varios columnistas de izquierda o centroizquierda pasaron de largo, solo viendo violencia y destrucción: desde Sergio Muñoz hasta Óscar Landerretche, pasando por Cristian Warnken (entre muchos otros). Esto también forma parte de la complejidad del evento: ¿por qué algunos columnistas sólo se quedaron con una aproximación, sea esta de destrucción o de emancipación, sin lograr ver al mismo tiempo todas sus expresiones, lo que obliga a dar cuenta de lo que se pudo o no se pudo ver?

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