El inevitable adiós del capitán
El arquero Claudio Bravo fue el líder indiscutido de la mejor generación de futbolistas de la historia del fútbol chileno. Pero también el gestor del quiebre de ese plantel cuando llegó la derrota y el declive
A diferencia del Sapo Livingstone, del Cóndor Rojas o del Pulpo Simián, Claudio Bravo se instaló en la disputa del mejor arquero chileno de todos los tiempos sin necesitar un apodo. Una discusión que el recién retirado portero ganó ampliamente, pues al margen de sus dos títulos de América con la selección, cosechó copas en dos de los mejores planteles del siglo: el Barcelona de Messi y el Manchester City de Pep Guardiola.
Bravo anunció el adiós a sus 41 años tras buscar vanamente una ventana para prolongar su carrera. Tras una temporada irregular con el Betis y defender nuevamente el pórtico de la selección en la Copa América de Estados Unidos, entendió que las lesiones le complicaban más de la cuenta, y que la opción de migrar a la MLS -básicamente pensando en la familia- topaba con una temporada ya en desarrollo y largos desplazamientos.
Tras 21 años de ininterrumpida carrera, el nacido en Viluco cuelga los guantes en un momento crítico para la selección chilena, que lucha vanamente por retomar protagonismo en el continente tras quedar al margen de los últimos dos mundiales. Ricardo Gareca había confiado en él por su influencia sobre el grupo y el liderazgo que creía necesario tras marginar a otros célebres integrantes de la “generación dorada”, como Arturo Vidal, Gary Medel y Charles Aránguiz. De hecho, para la próxima fecha clasificatoria ante Argentina en Buenos Aires, y con Alexis Sánchez lesionado, la representación del grupo más ganador de la historia quedó reducida a los laterales Mauricio Isla y Eugenio Mena, más el goleador Eduardo Vargas.
Bravo fue clave en las dos finales contra la selección de Messi en las Copas Américas del 2015 y 2016. Una portentosa tapada a un cabezazo del Kun Agüero en New Jersey quedará como la imagen imborrable de su influencia en aquellos triunfos, consolidados en las definiciones a penales donde el chileno voló más alto que Chiquito Romero, al igual que en la Copa Confederaciones del 2018, donde tapó todos los lanzamientos de Portugal, el campeón europeo con Cristiano a la cabeza, en las semifinales.
Pero esos destellos brillantes que consagraron los mejores momentos de la historia del fútbol chileno contrastan con el momento en que comenzó el derrumbe, y donde Bravo tuvo protagonismo ineludible. El 10 de octubre del 2017, tras perder frente a Brasil y quedar al margen del repechaje para la Copa del Mundo de Rusia, la esposa del arquero, Carla Pardo, subió un mensaje a redes sociales señalando que “yo sé que la mayoría se pelaron el culo, mientras otros se iban de fiestas e incluso no entrenaban de la borrachera que llevaban”.
Los dichos fueron complementados por Pilar Lizama, la suegra del portero, quien responsabilizó directamente a Arturo Vidal. El quiebre fue total en un plantel indivisible hasta ese entonces y La Roja jamás volvió a acercarse al rendimiento ni a los títulos de su momento más dorado. En el inicio del siguiente proceso, el entrenador Reinaldo Rueda prescindió de Bravo, situación que repetiría luego Eduardo Berizzo. Más allá de una reconciliación para las cámaras que trataba de camuflar otro acto de indisciplina del grupo con Martín Lasarte, ya el fuego se había apagado.
La revancha de Bravo vino con Ricardo Gareca, que sorpresivamente lo privilegió por sobre Arturo Vidal, plenamente activo en Colo Colo. Con el núcleo duro de los campeones cada vez más fragmentado y lejos de los equipos de la élite mundial, la generación de recambio esperaba que Bravo retornara, como la mayoría, al medio local.
Con intenciones de dedicarse a la enseñanza específica del puesto en clubes de jerarquía, para Bravo es el momento de la meditación y el cambio. La historia ya lo inscribió como el mejor de todos los tiempos, en su rol de capitán de un equipo que logró liderar en la victoria. Y también quebrar en el fracaso.
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