Lo que la política no da, Bachelet no lo presta

El problema para las izquierdas es la falsa sensación de unidad que genera Bachelet, una anestesia que difumina las tensiones y asperezas que se han evidenciado a lo largo de la administración Boric

Michelle Bachelet, en Bogotá, en 2023.Chelo Camacho

El fenómeno de Michelle Bachelet es curioso. A pesar de las críticas a su segundo mandato, su respaldo al fallido proyecto de la Convención Constitucional de 2022 y el desgaste natural del tiempo, su figura persiste, gana terreno en las encuestas y emerge como alternativa para la próxima elección presidencial. Bastaron unas cuantas entrevistas y una agenda de apariciones públicas para que pusiera en pausa los planes de otros aspirantes en su sector.

Aún es incierto si Bachelet se presentará. El camino hacia la papeleta está lleno de desafíos, y existe la posibilidad de que las izquierdas opten por otro candidato. Pero más allá de su potencial candidatura, lo verdaderamente significativo es el impacto que su reaparición genera dentro de sus propias filas.

Basta ver el revuelo que ahí genera Bachelet. “Tremenda candidata”, dijo la diputada del Partido Comunista Karol Cariola. Su reaparición ha desatado un sinfín de especulaciones. Se debate sobre sus motivaciones, la seriedad de sus aspiraciones presidenciales y si sus negativas en entrevistas son genuinas o meras tácticas dilatorias.

Esta atención mediática, sin embargo, parece una forma no consciente de desviar el foco de otros asuntos, como las dificultades políticas que enfrenta el Gobierno actual. La distracción oficialista los lleva a evadir discusiones vitales, algunos contingentes, como la crisis de seguridad o la preocupante ralentización de la inversión en el país; otros más profundos, como las razones que explican el fracaso de su proyecto político-constitucional en septiembre de 2022.

El problema para las izquierdas es la falsa sensación de unidad que genera Bachelet, una anestesia que difumina las tensiones y asperezas que se han evidenciado a lo largo de la administración Boric. Volvemos así a un tema recurrente: la fragilidad de la alianza entre Apruebo Dignidad y el Socialismo Democrático, forjada principalmente para evitar la victoria de José Antonio Kast en la elección presidencial e intentar crear una hegemonía post-estallido. Esta unión carecía de una verdadera convergencia política o programática; se sustentaba apenas en la existencia de un adversario común.

Los problemas no tardaron en manifestarse. Por ejemplo, en el manejo de la crisis de seguridad, o la estrategia para la Macrozona Sur, donde las diferencias ideológicas entre el Partido Comunista y sectores más moderados del oficialismo obstaculizaron la implementación de un diseño coherente (algo que la propia Bachelet sufrió). Los enfrentamientos están a la orden del día. Buena parte de las dificultades que enfrenta este gobierno se originan en la falta de acuerdo interno en materias básicas. Nada indica que el país resista otra coalición así de frágil.

La irrupción de Bachelet puede ocultar momentáneamente las grietas internas de la izquierda. El recuerdo de un pasado feliz la favorece en tiempos de fragmentación. Su figura evoca la posibilidad de rearticular un sector político debilitado tras el fracaso de su agenda de transformaciones radicales. Además, ofrece la oportunidad de mantener al Partido Comunista dentro de la coalición y de retomar el camino truncado durante el periodo de la Nueva Mayoría. Su presencia también inyecta optimismo de cara a las elecciones municipales, entusiasmo ausente en el oficialismo debido al desgaste del Gobierno de Boric.

Sin embargo, no hay que dejarse engañar. Las profundas diferencias al interior de la izquierda complican enormemente su cohesión. El intrincado triángulo entre comunistas, frenteamplistas y exconcertacionistas presenta obstáculos significativos: gran parte del ascenso del Frente Amplio se cimentó en una crítica implacable a los gobiernos de previos. Bachelet emerge como una figura conciliadora, capaz de perdonar sin límites las discrepancias pasadas, aunque también plantea interrogantes sobre la viabilidad y coherencia de una coalición bajo su liderazgo. Eso, sin contar la renovación de liderazgos en su sector, dejando nuevamente a varios en el banquillo, sobre todo de ‘la generación perdida’, aquella que hoy va entre los 45 y 65 años, crecida bajo el alero de la Concertación, y que por diversos motivos no ha logrado asentarse en el poder y dirigir sus espacios con eficacia.

En política la generosidad es escasa, y la tentación de ceder el liderazgo a una candidata probada como Bachelet es grande. Sin embargo, esta solución podría resultar en un alivio momentáneo que genere dificultades mayores a futuro. Si bien Bachelet podría proporcionar un impulso inmediato y unificar temporalmente a la izquierda, existe el peligro de que su liderazgo apenas enmascare las profundas divergencias ideológicas y programáticas dentro de la coalición. Esta unidad superficial podría eventualmente exacerbar las tensiones internas (o en cualquier caso no resolverla), dejando a la izquierda en una posición aún más precaria una vez que se enfrente a los desafíos concretos de gobernar. Hoy lo menos difícil es ganar.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS Chile y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Más información

Archivado En