Cuando una persona es su propio hogar

Hoy los hogares unipersonales representan el 20% de la población chilena y, en función de la crisis habitacional, representan tres de cada 10 hogares de la demanda social por vivienda

Margarita Sanhueza en su domicilio ubicado en Estación Central , Santiago de Chile el 17 de Mayo 2024.FERNANDA REQUENA

Chile ha cambiado drásticamente en los últimos 30 años. Han avanzado las condiciones materiales, ha aumentado la apreciación de algunos valores y disminuido la de otros, han cambiado también las expectativas frente a la vida y las demandas prioritarias de la población, de la misma manera, se ha ido transformando la forma de nuestros vínculos sociales y el tejido comunitario.

Un ejemplo palpable de estos cambios es la transformación en la composición de nuestros hogares, y particularmente cuando analizamos la emergencia de los hogares unipersonales como una realidad relevante que define la forma en que muchas personas en nuestro país están viviendo. Si en 1990 los hogares unipersonales representaban un 7% de la población chilena, hoy representan el 20%, y cuando analizamos su incidencia en función de la crisis habitacional su representación es aún mayor: tres de cada 10 hogares de la demanda social por vivienda en Chile son hogares unipersonales.

Paradojalmente, a pesar de su relevante magnitud en la demografía del país, su crecimiento acelerado en las últimas décadas y sus profundas implicancias psicosociales, la realidad de los hogares unipersonales concita escasa atención y son prácticamente invisibilizados. Dado que son hogares compuestos por una sola persona, no reflejan familias y por tanto tienden a no ser priorizados por las políticas públicas. En materia habitacional, por ejemplo, no existen programas orientados específicamente a este segmento aún cuando son más de 576 mil personas que se encuentran en esta condición y que requieren algún tipo de ayuda del Estado para acceder a una vivienda adecuada.

¿Qué realidad se esconde detrás de estas cifras? Un estudio etnográfico elaborado desde Déficit Cero nos revela que son distintos los hitos gatillantes que llevan a una persona a vivir sola. Ciertamente, hay casos en que esa realidad es una preferencia, por ejemplo, jóvenes en búsqueda de emancipación o personas que han decidido no tener hijos ni pareja, pero en muchos otros casos es una realidad que no han decidido y que entre sus causas están quiebres familiares, enfermedades que derivan en soledad por la dificultad del tratamiento, o situaciones de vulnerabilidad económica. Asimismo, el estudio concluye que en la mayoría de los hogares unipersonales sin viviendas adecuadas, se habita en situaciones de precariedad y fragilidad habitacional, prima un sentimiento de soledad, se percibe un abandono de lazos familiares y comunitarios, y una sensación de ser invisibles ante los ojos de las instituciones.

Teniendo en Chile hoy una crisis habitacional que afecta a millones de hogares, entender la demanda social por vivienda nos ayuda a identificar grupos prioritarios, de gran magnitud y sin oferta pública por donde se podría avanzar con programas focalizados con un impacto directo para enfrentar esta crisis. Los hogares unipersonales son ciertamente uno de estos grupos por su magnitud, características y falta de oferta. Al momento de buscar soluciones que orienten posibles respuestas desde la política pública, aparecen en el contexto internacional ideas como la corresidencia para aquellos que buscan compartir instalaciones y tener comunidades de apoyo sin perder la independencia, apoyos económicos transitorios para quienes se encuentran en esa condición de manera provisoria por motivos que escapan a su decisión, o el impulso a un sistema de arriendo público pensando en hogares unipersonales con viviendas más pequeñas que el promedio y en lugares próximos a servicios que puedan proveer del cuidado institucional correspondiente.

Los hogares unipersonales crecen en Chile. Que ese crecimiento no signifique un creciente abandono tras las puertas de las casas depende de la capacidad que tengamos de visibilizar y asumir esta realidad. Desde los barrios y desde las instituciones, respondiendo con políticas y programas, que se adaptan a los cambios en la población y que hacen prevalecer un sentido de comunidad por sobre la soledad.

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