Javier Milei: la disyuntiva entre elegir la pastilla azul y la pastilla roja

Es probablemente la expresión más sofisticada (a pesar de su estilo frontal) de un líder paleo-libertario y anarco-capitalista en América Latina. Su propuesta es una declaración de guerra cultural al progresismo en todas sus manifestaciones

Javier Milei durante un acto de campaña, en Buenos Aires, el pasado 18 de octubre.MATIAS BAGLIETTO (REUTERS)

Qué duda cabe: por estos días, y seguirá siendo así por un buen tiempo, Javier Milei ha dado mucho que hablar. Desde su personalidad destemplada que lo ha llevado a insultar incluso al papa Francisco, hasta una relación con el cuerpo propio, una hexis corporal que hace pensar en una estrella del rock, con estadios llenos y un público enfervorizado. No es de extrañar que muchos lo tilden de loco, a la derecha y a la izquierda, profetizando lo peor para Argentina de ser ...

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Qué duda cabe: por estos días, y seguirá siendo así por un buen tiempo, Javier Milei ha dado mucho que hablar. Desde su personalidad destemplada que lo ha llevado a insultar incluso al papa Francisco, hasta una relación con el cuerpo propio, una hexis corporal que hace pensar en una estrella del rock, con estadios llenos y un público enfervorizado. No es de extrañar que muchos lo tilden de loco, a la derecha y a la izquierda, profetizando lo peor para Argentina de ser elegido presidente.

Pero no es de esto que me interesa hablar. Quiero tomar en serio a Milei y ponerlo en una perspectiva global. En esto, me propongo seguir la pista sugerida por Pablo Stefanoni en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, en el que describe esa loca geografía política e ideológica de las derechas en Estados Unidos y Europa, con una referencia temprana a Milei, quien es incluido en este mundo de intelectuales, actores y categorías que describen bien la confusión en la que ha caído el mundo occidental, la complejidad interna de las derechas y el extravío de muchas izquierdas frente a ellas.

Milei es probablemente la expresión más sofisticada (a pesar de su estilo frontal) de un líder paleo-libertario y anarco-capitalista en América Latina. Su propuesta es una declaración de guerra cultural al progresismo en todas sus manifestaciones (“zurdos de mierda”), rechazando violentamente el discurso de la justicia social. De hecho, fue este tema el que desató su furia con el papa Francisco en el marco de una entrevista con el medio Liberty World Review, volviendo a la carga en otra entrevista con el periodista Tucker Carlson.

Su programa, que la izquierda tildaría rápidamente de neoliberal sin reparar en las diferencias al interior de las derechas, se traduce en un empequeñecimiento del Estado a ocho ministerios, en la liberación sin restricciones de la fuerza creadora de la libertad ahogada por el estatismo, privatizaciones de empresas públicas ineficientes, eliminación del Banco Central (única solución, según él, al flagelo de la inflación al ser la institución emisora del dinero), crítica a la casta sindical que bien podría traducirse en restricciones a la sindicalización y a la huelga, todo esto mediante un plan motosierra que, por su propio nombre, trasluce la radicalidad de la propuesta de Javier Milei.

A esto se suma su hostilidad a todo tipo de aborto (es el componente paleo, o si se quiere paleolítico de su programa), y su aceptación del matrimonio homosexual y del consumo de drogas (es el componente libertariano). El pueblo argentino ya le concedió la oportunidad de ensayar en las urnas la aceptación de su proyecto, ganando las Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias (PASO). Sin embargo, enfrentado a una primera vuelta, Milei logra alcanzar el balotaje superando holgadamente (con el 30,35% de los votos y el 81,89% de las mesas escrutadas) a la candidata de centroderecha Patricia Bullrich (23,69%), pero se inclina inesperadamente ante el ministro de Economía y candidato presidencial del oficialismo Sergio Massa (36,11%): un éxito relativo respecto de las PASO.

Pero más allá del contenido de su programa, es importante ubicarlo en una disyuntiva casi distópica que se refleja bien en una recordada escena de la película Matrix en su primer episodio del año 1999. Como se recordará, en ese capítulo Morfeo le propone a Neo elegir entre dos pastillas: una azul, que le permitirá permanecer en esa realidad artificial de la Matrix sin hacerse preguntas, y una roja que abre la posibilidad de descubrir la verdad del mundo, o si se quiere la creencia de que otro mundo es posible. Pues bien, detrás de todos los programas de los líderes de la alt-right, nueva derecha, derecha radical o extrema derecha a secas, esa misma disyuntiva se está haciendo presente.

Argentina no es la excepción. Racionalmente, las posibilidades de la pastilla roja se refieren a un estado del mundo que supone la negación de aquel otro mundo que se encuentra contenido en la pastilla azul, sin ofrecer razones (de hecho, hay mejores razones en el mundo de la pastilla azul, en el que todo es explicable y digerible en base a ilusiones y ausencia de una realidad alternativa). Pues bien, Javier Milei está ofreciendo la pastilla roja, la que está siendo consumida, en Argentina como en tantas otras partes, por diversas razones: hartazgo con la élite política de izquierda y derecha clásica, sensación de abandono, repulsión de la inmigración, búsqueda de la seguridad y el orden (de allí su idea de liberar el porte de armas), en fin, certezas que no aceptan las razones de aquellos que ofrecen la pastilla azul.

Para que todo esto se haya hecho posible, se necesitó de mucho tiempo de consolidación del descrédito de las élites de la pastilla azul. En algunos casos, ha sido posible rechazar la promesa (cuyos fundamentos suponen, al final del camino, la destrucción de la realidad, o de la matrix) de la red pill, pero en muchos otros casos, se ha vuelto difícil lidiar con ella. Esto no es una novedad, ya que en los tiempos de la campaña del Brexit muchos reportajes documentaban la atracción de la pastilla roja.

Aún tengo en la retina una imagen en la que un periodista entrevistaba a una británica diciéndole algo así como que todos los expertos señalan que es irracional votar por el Brexit, ya que traerá consecuencias negativas para el Reino Unido, a lo cual la dama respondía con enojo “no me importa la opinión de los expertos, quiero salir de la Unión Europea”. No muy distinto es este intercambio entre el novelista Paul Auster y un taxista: “en 1984, durante la campaña de reelección de Reagan, iba yo a algún sitio en un coche de alquiler de Brooklyn. El chofer, que había sido soldador en el Astillero de la Armada de Brooklyn, se había quedado sin trabajo cuando el sindicato al que pertenecía fue desmantelado por la dirección. Le dije: ‘Eso puede agradecérselo a Reagan, el presidente que más sindicatos ha pulverizado en la historia’. Y él contestó: ‘puede que sí, pero yo voy a votarle de todos modos’. ‘¿Y por qué demonios va a votarle?’, le pregunté. Su respuesta: ‘porque no quiero que esos cabrones de comunistas se apoderen de Sudamérica” (Aquí y ahora, cartas entre Paul Auster y J.M.Coetzee).

El balotaje será una excelente oportunidad para hacerse una idea de la magnitud de quienes desean consumir la pastilla roja, ante aquellos otros que, tal observándola tal vez de reojo, aún no están dispuestos a dar el paso y abandonar la realidad para aventurarse en otro estado del mundo.

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