De Flora a Bruno: historia de una transición infantil de género en Argentina

Más de 1.500 menores han tramitado un nuevo documento de identidad con su género autopercibido desde que el país sudamericano lo permitió por ley en 2012

Mara Reicevic y su hijo Bruno Farina Raicevic, en su domicilio del barrio Parque Chas de la ciudad de Buenos Aires, el pasado 8 de julio.Silvina Frydlewsky

Como todas las mañanas, Mara Raicevic prepara el desayuno de sus hijos y piensa en la lista de cosas que debe hacer ese día. Con un gesto automático, despeja su abundante cabellera mientras unta la manteca en las tostadas de pan integral, las que más le gustan a Bruno, su hijo de nueve años. Cuando lo llama, trata de no equivocarse. “Bruno, Bruno…”, se dice a sí misma. Lo tiene que ensayar en silencio desde que él le dijo, hace poco más de un año, que se sentía varón y que ése era el nombre con el que quería ser identificado.

— Mamá, yo me voy a llamar Bruno. Ya mis amigos me dicen así y el profe de música también.

— Bueno… pero me vas a tener que tener paciencia, porque a mí me sale decirte Flora, el nombre que elegimos para vos cuando naciste.

— Está bien, mami, no hay problema. Cuando puedas…

Bruno nació en 2014, con cuerpo de mujer. Sus padres lo llamaron Flora, como la abuela paterna de Raicevic. “Yo amaba muchísimo a mi abuela y quería que mi hija se llamara como ella”, dice. Vive en una casa antigua, en un barrio de casas bajas en la ciudad de Buenos Aires. La escuela de Bruno queda a pocas cuadras y el club, a 10 minutos.

“Cuando nació Flora, yo deseaba con todo mi corazón tener una nena. El parto fue en casa, a diferencia del de Blas, mi hijo de 15 años, que fue en una clínica y me había resultado muy traumático”, explica esta actriz y comunicadora social de 47 años.

Mara Raicevic y su hijo Bruno Farina Raicevic.Silvina Frydlewsky

Su vida cambió hace tres años. Durante el encierro obligado por la pandemia, Raicevic se divorció, mientras Flora manifestaba que se percibía varón. Durante la pandemia, mezclaba su ropa con la de su hermano. “¿A quién le importaba cómo vestirse en aquel momento, si estábamos todos dentro de la casa?”, se pregunta Mara en retrospectiva. Hace cuentas con las manos, se le confunden las fechas, el orden de los acontecimientos, los detalles. “Vos podés ser la más progre del mundo, pero cuando te pasan estas cosas, dejás de serlo al minuto”, dice con tristeza.

El cambio de identidad de su hijo es una transición que ella está viviendo con perplejidad y extrañeza. “Siempre contemplé que las elecciones sexuales de mis hijos sean libres, pero no que cambiasen de género”, explica mientras busca fotos viejas de Bruno en su celular. “Primero tuve que hacer un duelo: Flora no existe más, me dije a mí misma. Es muy difícil aceptar que una hija se transformó en un hijo. Pero después me di cuenta de que no es así, la reconocí en Bruno”.

El hijo de Mara Raicevic es parte del 36% de niños y niñas trans que, entre los cinco y ocho años de edad, manifiestan la autopercepción de un género distinto al asignado al nacer, de acuerdo a un informe de la Asociación Civil Infancias Libres. En una muestra de 100 casos, encuestados entre 2018 y 2021, el informe arroja que el 42% de esta población lo hace, principalmente, antes de cumplir los cuatro años.

“La identidad nunca va a ser algo cerrado y definitivo. La identidad es siempre autopercibida. Cuando un niño comienza a hablar, empieza a darse la autopercepción. Tenemos que acompañar y ver de qué se trata”, explica la pediatra Rosa Pappola, especialista en niñeces y adolescencias en todas sus diversidades, desde 2007 y jefa del Área Programática del Hospital Penna.

Mara y Bruno caminan por una calle de Buenos Aires.Silvina Frydlewsky

Al año siguiente, en 2021, al cambio de ropa le siguió el corte de cabello y durante el verano siguiente, el traje de baño de varón ya era su única opción. “Pasaron ocho meses hasta que accedí a llevarla a una peluquería”, recuerda Raicevic. “Me sentí tan mal cuando se miró al espejo y me dijo: ‘Ahora sí soy feliz’. No podía dejar de llorar”, agrega. Al tiempo, Bruno pidió que le sacaran los aritos y, poco a poco, fue dejando su apariencia de niña.

“Los aritos, para mí, tenían un símbolo mucho más importante del que me imaginaba y sacárselos fue como cruzar una frontera. Entendí que esto era un camino sin retorno y que mi obligación era acompañarlo en su transición, aunque no sabía bien cómo”, confiesa la madre de Bruno.

Argentina es uno de los países pioneros del mundo en respeto a la identidad de género. La ley aprobada en 2012 establece que es un derecho humano “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento”. La ley elimina la condición de presentar un diagnóstico médico, realizarse intervenciones quirúrgicas o hasta llegar a la judicialización para garantizar el derecho a ser nombrados por la identidad autopercibida. También exige que esto sea respetado en todos los ámbitos institucionales, tanto públicos como privados (escuelas, centros de salud, organismos), sin necesidad de tener el cambio registrado en el documento.

Mara y Bruno miran televisión en su casa.Silvina Frydlewsky

Bruno aún no ha pedido hacer el cambio en su documento de identidad. En su pequeño mundo social, sus derechos se respetan. Según el Registro Nacional de las Personas, 16.090 personas – entre ellas 1.529 menores de 17 años – tramitaron un nuevo DNI con el nombre acorde a su autopercepción de género. Es minoritaria la cantidad de niños, niñas y adolescentes que piden el cambio de nombre, de acuerdo a datos de la Asociación Civil Infancias Libres.

En la familia de Bruno, todos fueron aceptando rápidamente el cambio durante estos años de transición. “Mi mamá es una genia. Al principio le costó, pero se acostumbró antes que yo y ahora le dice Bru con total normalidad”, cuenta Reicevic. “Para Bru, ser trans no es un tema, lo vive de una manera natural y genuina.”. Sin embargo, en la escuela y en el club, Bruno tuvo que atravesar algunos momentos que lo hicieron llorar.

Al cortarse el pelo, unas compañeras de la escuela lo increparon en el baño de mujeres y le dijeron que a él no le correspondía más ese lugar. En el club de natación, luego de la revisión médica, lo enviaron al vestuario de hombres y tuvo que intervenir su papá para que la persona a cargo entendiera por qué Bruno quería ir con su amiga al vestuario. “Hay situaciones difíciles de resolver, como el tema del baño o de los vestuarios. ¡Yo no quiero que vaya al de hombres! ¿Y cómo va a ser más adelante con el deporte? ¿Y con los viajes grupales?”, se pregunta la madre, sin respuestas.

Mara prepara el desayuno junto a su hijo Bruno, en la cocina de su casa en el barrio de Parque Chas.Silvina Frydlewsky

A medida que avanza la transición de Bruno, su madre busca información para entender lo que le está pasando. “Hoy está en Disney”, ironiza, refiriéndose al entorno familiar y comunitario que lo cuida y respeta. “Pero pensar en su adolescencia me angustió. ¿Qué sentirá cuando su cuerpo cambie? ¿Querrá intervenirlo? ¿O preferirá no hacerse nada? Yo preferiría que no se haga nada, pero no sé…”, dice.

“No todos los adolescentes trans quieren frenar químicamente su pubertad y no todos quieren intervenirse quirúrgicamente”, aclara la pediatra Rosa Pappola, “los procesos son muy personales y no hay leyes generales. En la medida que la sociedad sea más abierta, se va a aceptar que los cuerpos sean más diversos”.

La ley argentina establece atención de salud gratuita para personas trans de todas las edades y de todo el país y eso incluye los tratamientos de hormonización e intervenciones quirúrgicas después de los 16 años.

Raicevic acompaña el proceso de transición de su hijo Bruno con aceptación y amor. “Lo único que me da miedo es no estar a la altura de las circunstancias”, dice. Admira a su hijo por la naturalidad con la que comunica sus cambios y el tiempo que le da para acomodarse. “Muchas veces me encuentro diciendo ‘tengo un hijo trans’. Voy de a poco”.

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