Lali Espósito, de niña estrella a diva del pop argentino
La cantante y actriz de 31 años repasa su carrera con EL PAÍS tras convertirse en la primera mujer de su generación en llenar un estadio
- ¿Qué? ¿Cómo? ¿¡Eh!?
Lali Espósito, 31 años, metro y medio de pura energía, se para en medio del escenario tras cantar dos canciones rodeada de bailarines enfundados en látex. Sola al fin frente a 50.000 personas, su público enloquecido, le vence una sonrisa: “Realmente no sé qué decir… y hay que dejarme a mí sin hablar”. Acaba de convertirse en la primera mujer de su generación en llenar un estadio en su país. En una temporada en la que...
- ¿Qué? ¿Cómo? ¿¡Eh!?
Lali Espósito, 31 años, metro y medio de pura energía, se para en medio del escenario tras cantar dos canciones rodeada de bailarines enfundados en látex. Sola al fin frente a 50.000 personas, su público enloquecido, le vence una sonrisa: “Realmente no sé qué decir… y hay que dejarme a mí sin hablar”. Acaba de convertirse en la primera mujer de su generación en llenar un estadio en su país. En una temporada en la que los argentinos colman cada espectáculo como si no hubiera una crisis económica y los artistas nacionales rompen una marca tras otra, la suya es emotiva: Lali, que empezó a actuar a los 10 años y desde entonces no ha parado de construir una carrera artística que cautivó a Sudamérica, está en la cima. La última argentina en cantar en un campo de fútbol había sido nada menos que Mercedes Sosa, que en 1984 celebró en este mismo, el de Vélez Sársfield, el fin de la dictadura militar y de su exilio.
“Nunca me imaginé tal cual este presente”, cuenta Lali a EL PAÍS el jueves, cuatro días después del concierto en Buenos Aires. “Siempre pensé en cosas más chicas, muy realista sobre lo que deseaba, lo que trabajaba y lo que quería lograr. Esa conexión con estar en presente me ayudó a no perderme en esperanzas locas, sino en trabajar, en tomar las oportunidades. Todo eso me trajo hasta acá”. No ha parado: tuvo otra presentación dos días después y atiende el teléfono mientras la maquillan. En una hora recibirá un homenaje en la Legislatura de la capital argentina como personalidad destacada de la cultura. “Yo soy muy, muy de Buenos Aires”, dice. “Es uno de esos reconocimientos que dan pudor, pero es un día importante. Reconocerme a mí creo que es una manera de reconocer a miles de niños que crecen en esta ciudad sin posibilidades pero con deseos, con sueños”.
Antes de perrear envuelta en látex mientras se incendia el escenario, de conquistar como actriz el mundo de habla hispana, de levantar banderas con el movimiento feminista por la legalización del aborto y convertirse en un icono LGTB, Lali fue una niña del sur humilde de Buenos Aires que iba a los castings en autobús sin agencia ni representante. Terminó convertida en estandarte de Cris Morena, la gran productora de telenovelas para adolescentes. Millones de argentinos y sudamericanos que crecieron con el siglo XXI lo hicieron viéndola en televisión: de la niña irreverente y graciosa de series como Floricienta y Rincón de Luz a adolescente desamparada de Teen Angels, donde comenzó su carrera como cantante formando grupos de pop.
Contra el estereotipo, logró construir una carrera lejos de la sombra de la estrella infantil. “Creo que lo que sucede cuando uno arranca de niño, y tienes esa presión de que siempre funcione tu presencia, es que de adulto empiezas a tomar decisiones desde el miedo y no tanto desde el deseo, de la evolución”, cuenta. “Lo vi en un montón de colegas. Siento que, en mi caso, no sé por qué motivos, nunca tuve miedo de ir hacia cosas que me parecían distintas, evolutivas o que iban a romper esquemas propios o la manera en que me miraban los demás. Yo nunca quise sostener a esa niña que ya no era. Fui siendo la que era en cada momento”.
El 18 de diciembre pasado, Lali cantó el himno argentino en la previa de la final mundialista entre Argentina y Francia en el Estadio Lusail. Había ido como espectadora a Qatar y no esperaba el ofrecimiento. Los videos caseros de la preparación la mostraban casi aterrada, buscando en un centro comercial un vestido para la ocasión. Ahora está por presentar su quinto álbum, Disciplina, tras una gira de medio año que la tuvo dando vueltas por todo el país. “Marca la era de la adultez”, cuenta sobre el lanzamiento. “Es un corte total de lo anterior. Es mi yo más yo. Un yo crecido, una Lali mucho más concreta, que sabe de qué cosas quiere hablar”. Dice que el secreto para mantener una carrera encendida por más de la mitad de su vida está en el trabajo y la sinceridad: “Cuando tenía 22 hice un disco de la edad que tenía, cuando tenía 26 hablé sobre lo que sentía entonces. Al agarrar proyectos actorales me pasa lo mismo: elijo cosas de crecimiento diferente. Ahora no tengo la sensación de ‘por fin me está pasando’, simplemente disfruto de este presente super loco, super grande. Me gusta que sea un resultado de mi trabajo y del de la gente que me rodea”.
Ese “yo” que describe le ha hablado a generaciones de argentinos. El sábado, en un estadio colmado, bailaban grandes y chicos, incluso los padres de familia que fumaban apoyados al barandal mientras vigilaban a sus niños. Lali motiva, su historia identifica, su energía se contagia. En un descanso entre las 30 canciones que cantó esa noche, frenó a leer los cientos de carteles que le llevaron sus fans. “Papá, por Lali me hice gay”, decía uno que hizo estallar en una sola risa a todo el estadio. La pregunta, días después, es obvia:
- ¿Se siente referente?
- Creo que, más bien, puedo ser un espejo. Tengo la cámara y el altavoz para hablar de temas que llegan a oídos de padres y abuelos para que vean que una es una persona feliz que puede, que se expresa y que nada la determina como ser humano. Si eso le viene bien a las personas que se sienten acompañadas por mí, al final es eso. Eso es lo que hace el arte, la música, el cine. Para eso es.
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