Juan Román Riquelme, la aventura en el palco de un ídolo de la hinchada
El directivo de Boca Juniors busca repetir desde los despachos los logros que obtuvo en el campo de juego
Como los escritores de culto que se lanzan a dirigir una editorial, o como los cirujanos célebres que cambian los quirófanos por la dirección de una clínica, Juan Román Riquelme atraviesa la aventura y la encrucijada de haber dejado su carrera de futbolista para reciclarse en dirigente deportivo. Cambiaron sus habilidades pero no su personalidad: ya en el palco -aunque solo ocasionalmente vestido de traje-, el ídolo mantiene la atención de cuando llevaba la pelota debajo de su suela. La indiferencia se cruza con Riquelme y se desor...
Como los escritores de culto que se lanzan a dirigir una editorial, o como los cirujanos célebres que cambian los quirófanos por la dirección de una clínica, Juan Román Riquelme atraviesa la aventura y la encrucijada de haber dejado su carrera de futbolista para reciclarse en dirigente deportivo. Cambiaron sus habilidades pero no su personalidad: ya en el palco -aunque solo ocasionalmente vestido de traje-, el ídolo mantiene la atención de cuando llevaba la pelota debajo de su suela. La indiferencia se cruza con Riquelme y se desorienta, huye.
Rey del carisma para algunos y patriarca de la antipatía para otros, Riquelme genera toneladas de amor y desprecio. Quienes no lo ensalzan como un “estratega brillante”, capaz de trazar también en la administración del club las mismas “jugadas maestras” de cuando era futbolista, lo execran -muchas veces desde micrófonos o teclados potentes- como un “soberbio” que “se piensa que es jugador pero ya no resuelve en la cancha”.
Su aura trasciende al fútbol: aún casi sin haber hablado de política nacional en público, mantiene un enfrentamiento directo con Mauricio Macri, el expresidente de Argentina de 2015 a 2019 y de Boca de 1995 a 2007, del que Riquelme sale ganador por ahora y probablemente siga siéndolo en el futuro inmediato. Si cuando era jugador sus admiradores lo ubicaron por encima de Diego Maradona en la escala de idolatrías del club, ahora como dirigente tampoco se le advierten rivales, incluso a pesar de un equipo en construcción permanente, que de buen fútbol sólo ofrece monedas. Con resultados positivos en el torneo local pero todavía a la espera de una alegría en la Copa Libertadores -su verdadero objetivo-, el Boca que dirige Riquelme no juega como el Boca en el que jugaba Riquelme.
Con mandato hasta fines de 2023, cuando intentará la reelección hasta 2027, Riquelme empezó a ocupar la vicepresidencia primera de Boca en diciembre de 2019, el momento en el que su magnetismo entre los bosteros y el desgaste de la dirigencia anterior, en jaque tras la derrota ante River en la final de la Copa Libertadores 2018, concluyeron para ponerle fin a 24 años del gobierno macrista en Boca. Macri, patrón de cuna, no habría sido presidente de Argentina sin el club al que administró con gran éxito deportivo entre 1995 y 2007, justamente en los años de mayor brillo de Riquelme: el empresario aprovechó esa rentabilidad deportiva y comenzó su candidatura política hacia la futura presidencia de Argentina, que alcanzaría entre 2015 y 2019. Macri y los delfines de su partido (PRO) siguieron comandando Boca entre 2011 y 2019 a través del presidente Daniel Angelici, un dirigente que conoce de precedimientos mediáticos, políticos y judiciales, pero que cayó ante el ídolo a fines de 2019.
Dos años y cinco meses después, ya en la segunda mitad de su primer mandato, el poder de Riquelme es superior a su cargo de vice: la figura del presidente Jorge Amor Ameal quedó diluida detrás del ex 10, quien maneja el llamado Consejo de Fútbol también integrado por los ex ugadores Jorge Bermúdez, Raúl Cascini y Marcelo Delgado, todos campeones del mundo -como Román- con Boca a principios de siglo. Quienes siguen el día a día del club describen a Ameal como una figura de palacio, un primer ministro relegado a cuestiones institucionales y de deportes satélitales, siempre por debajo de Riquelme, amo y señor del fútbol. La fórmula ganadora se rompió al año de gestión, cuando el vicepresidente segundo, el empresario Mario Pergolini, a cargo del área de comunicación, renunció después de que el Consejo de Fútbol -que lo consideraba un infiltrado macrista- lo aisló y le marcó la salida.
El fuego de Román ilumina o derrite, también a los suyos, y el técnico del equipo, Sebastián Battaglia, debe dar muestras de autoridad permanente ante un escenario poco frecuente. Riquelme llevó su atipicidad a Boca: no es fácil encontrar otros clubes en los que la mayor referencia de fútbol no sea el técnico sino un dirigente.
“¿Cómo Riquelme, con todo lo que sabe, no va a hablar con el entrenador? Todas las veces que hablé con él en mi vida fue de fútbol. Siempre está mirando partidos”, plantea un dirigente, aunque acepta que desde afuera puede plantearse un debate: ¿Esa jerarquía puede invadir el terreno de Battaglia, una gloria de Boca como jugador -el más ganador de la historia del club, con 17 títulos-, pero todavía en formación como técnico, blanco de las críticas en voz alta del periodismo y de las dudas en silencio de los hinchas?
En octubre pasado, tras una derrota ante Gimnasia en la Bombonera, Riquelme se subió al ómnibus de los jugadores, que se estaban yendo del estadio hacias sus casas, y les ordenó que volvieran al vestuario para una charla. “A un entrenador de mayor trayectoria no se lo hacía, era menoscabar su autoridad”, acepta un empleado del club. Más aún: ¿le habría gustado al propio Román que un dirigente, haciendo uso y abuso de su poder, los bajara de un micro a la vista de las cámaras? Futbolistas de otros equipos, que esperaban que los integrantes del Consejo de Fútbol mantuvieran sus “códigos de jugador” aún en su nuevo rol de dirigentes, comentan entre ellos una supuesta “falta de sensibilidad” en su trato con el plantel de Boca: apuntan a comunicados de prensa en contra y poca claridad en la renovación de los contratos.
Es un Boca moldeado por las decisiones de Riquelme, las futbolísticas y también las subcutáneas: con Carlos Tevez, el último ídolo del club como jugador y a la vez referencia deportiva del macrismo -socio en diversos negocios millonarios, de hecho-, nunca tuvo afinidad. El Consejo de Fútbol también rodeó a la ex estrella de la Juventus y del Manchester United hasta provocar su alejamiento, en junio pasado. Ya retirado, la duda es si el ex delantero intentará volver a Boca como dirigente y se presentará como rival de Riquelme en las elecciones del año que viene. Sería arriesgado: los especialistas aseguran que Román por ahora es invencible.
En el trazo grueso, sin embargo, si no fuera porque se trata de una figura incandescente, con peso propio, el mandato del Riquelme directivo no llamaría la atención, al menos por los resultados: el Boca 2019-2022 mantiene la estela de los últimos años del club. Los triunfos en el torneo local contrastan con las frustraciones internacionales que el club arrastra desde 2007, el año en que levantó su última copa más allá de las fronteras.
Los tropiezos que Boca sufrió en el arranque de la actual edición de la Copa Libertadores llevó al propio Riquelme a tomar una decisión poco frecuente: la semana pasada viajó junto al plantel para un partido de visitante, contra Always Ready en Bolivia, como gesto de apoyo en un partido clave. Boca ganó 1-0, quedó bien parado para avanzar a los octavos de final y los mismos medios que lo castigan en caso de una derrota, como si todavía jugara, lo festejaron como un triunfo suyo: “La influencia de Román”.
Si el Riquelme con pincel en la pierna derecha era un artista fértil en títulos (ganó tres Copas Libertadores y una Intercontinental, ante el Real Madrid, en 2000), el Boca que preside por ahora pulsa un único botón, el de la efectividad. En su gestión, a la que todavía le faltan 19 meses, el equipo juega un fútbol que a los imparciales no les da ganas de ver, aunque suficiente para haber dado tres vueltas olímpicas. Entre las direcciones técnicas de Miguel Ángel Russo -despedido en agosto pasado- y Battaglia, Boca ganó la liga 2019/20 -con el agregado simbólico de haberlo conseguido en un mano a mano final contra River- y las copas Maradona 2020 y Argentina 2021, ambas por definición de penales. En el medio se quedó además con las dos series que jugó contra el River de Gallardo, también por penales, la horma de un equipo que gana más de lo que juega.
Ya clasificado para los cuartos de final de la Copa de la Liga 2022, y perfilado para pasar a los octavos de final de la Libertadores tras su triunfo del miércoles pasado en Bolivia, el tercer año de la gestión de Riquelme será evaluado por su desempeño internacional. En 2015, cuando empezaba a perfilarse como dirigente opositor y el Boca de Angelici tropezaba una y otra vez en la Copa, Riquelme descalificó los torneos domésiticos. “Una Copa (Libertadores) vale diez campeonatos locales”, dijo sin saber que esa frase se le podría volver un búmeran.
También los mercados de pases alternaron aciertos y errores en la gestión de Riquelme, pero el sello de su gestión es Boca Predio, un campo de entrenamiento paradójicamente construido por la dirigencia anterior, el lugar en el que 20 ex jugadores de Boca -muchos de ellos campeones de América y el mundo entre 1998 y 2007- entrenan a las divisiones inferiores del club. Es un trabajo cuyos resultados, como ocurre con la formación de los jóvenes, recién podrá ser evaluado dentro de algunos años, pero que mientras tanto muestra el ADN y el orgullo bostero.
Gran parte de la cuestión de fondo, sin embargo, ese amor y odio que genera, seguirá en el aire. “Nunca fue fácil cuando jugaba: no era accesible a los medios y le ganó a Macri. Las dos cosas son el mismo tipo y eso es muy potente”, dice el periodista Diego Tomasi, autor de El caño más bello del mundo, un libro que tiene una hipótesis: la existencia de una filosofía futbolera riquelmeana. “Nunca vi una operación permanente en los medios como ahora, y en el fondo no es contra Boca sino contra Román. Creo que incluso es clasista: para muchos periodistas es inaceptable que un tipo que salió de la villa te haga quedar como un idiota, que es lo que consigue Riquelme el 90% de las veces que habla en los medios. El tipo tiene un origen que no cambia, es una ética de vida, ‘no pertenezco a esto’. No te quiere nunca y no te va a querer nunca”, agrega.
Sergio Olguín, escritor e hincha de Boca, profundiza esa línea: “El establishment del periodismo deportivo tiene un fuerte vínculo con lo que ahora es la oposición en Boca, el macrismo liderado por Angelici. Entonces apunta al fracaso de Riquelme. Y como además los resultados deportivos todavía no se dieron, esas críticas aumentan, pero Riquelme sostiene la mística bostera, y eso lo sostiene a Riquelme”.
Macri se parapetó contra Riquelme en marzo pasado, tras una derrota ante Huracán en la Bombonera, la única en las primeras 12 fechas de Boca en la Copa de la Liga. “¿No te das cuenta que nos está arruinando? Una cosa es saber poner la pelota y otra dirigir un club”, apuntó el ex presidente, a quien el ídolo le dedicó su festejo de gol más conocido, el de llevarse las manos a las orejas, en 2000, en medio de sus habituales tensiones. Riquelme nunca aclaró a quién vota en las elecciones nacionales (cuando le preguntaron si simpatizaba con el peronismo, rival del macrismo, respondió “no, yo de política no entiendo nada”), pero no pierde la oportunidad de marcarle la cancha a los aliados de Macri en el club: “Los anteriores estuvieron 20 años y lo usaron para lo que tenían que usar. Yo soy hincha de Boca, no de un partido político”.
Según Olguín, “Román tiene una continuidad entre lo deportivo y lo político. Ya era un actor político cuando le hizo ese festejo del Topo Gigio (el de juntarse las manos contra las orejas) a Macri, y ahora lo hace como dirigente”. Para el autor de La fragilidad de los cuerpos y Oscura monótona sangre, Riquelme “es una figura muy fuerte, difícil de ignorar”, la confirmación de alguien único, como jugador y como dirigente, en la encrucijada de repetir desde los despachos lo que hizo en el campo de juego, acaso su última utopía.
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