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“Serranear”, el verbo racista con la que unos peruanos insultan a otros

Tres incidentes virales exponen los mensajes de odio que los limeños lanzan contra los provenientes de los Andes

Al fondo de un bus del Metropolitano —uno de los servicios colapsados del transporte urbano limeño—, una muchacha de tez clara vuelca su frustración por viajar apretujada como una sardina sobre los demás pasajeros. “Serranos son y serranos morirán”, les grita para luego llamarlos “llamas, vicuñas y alpacas”, el trío de auquénidos que pueblan los andes peruanos. Ante los reclamos de la gente señala que “toda su familia es de Lima”, como si la respaldara un certificado de pureza racial.

El video se viraliza y rápidamente se conoce su identidad: Carmen Alejandra Argumedo Alegre, 30 años, conductora de un podcast deportivo. Salen a la luz todo tipo de detalle sobre su vida privada. No nació en cuna de oro, sino que estudió becada y sus padres estuvieron inscritos en el Vaso de Leche, un programa de ayuda social. “¿Quién se cree para insultar?”, repite la platea, como si su condición social fuera una razón para avergonzarse y como si solo en caso de ser adinerada tendría el derecho de “serranear” a alguien. Combatir el racismo con clasismo. El odio con más odio. Hubo quienes la tildaron de hipócrita por ser hincha del club de fútbol Alianza Lima, aquel que se precia de ser el equipo del pueblo. Argumedo desactivará sus redes, las marcas con las que alguna vez trabajó se distanciarán de ella, la expulsarán de su podcast, el Ministerio de Cultura rechazará sus expresiones y el Ministerio Público iniciará una investigación preliminar en su contra por el delito de discriminación. Reaparecerá casi una semana después para pedir disculpas. “Este error marcó mi vida”, dirá con el rostro desencajado.

Argumedo se convirtió en la piñata del momento. Pero su caso es uno de tantos. El acto de serranear tiene raíces profundas y se remonta a los años posteriores a la Independencia del Perú, en el siglo XIX, según José Ragas, profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile y autor de Lima chola. Una historia de la gran migración andina (Instituto de Estudios Peruanos). “Se genera una serie de desencuentros entre la población limeña o que se cree limeña y la población que proviene del interior, y desde entonces el término se utiliza de manera peyorativa. No solo es el insulto en sí mismo, sino una forma de establecer una jerarquía, como si tener rasgos andinos te ubicara en un rango inferior”.

De acuerdo a su libro, en 1859 la población migrante en Lima representaba el 36.9% (37.030 personas). En 1920, el porcentaje seguía pesando: 29.6% (69.073 personas). En tanto, en el censo de 2017, el 67.5% de la población de Lima Metropolitana se autoidentifica como mestizo, 16.3% como quechua y tan solo 7.2% como blanco. En otras palabras, los habitantes de la capital peruana se niegan a reconocer sus orígenes. “Es paradójico que los actos de racismo sucedan principalmente en Lima, una ciudad serrana, con costumbres andinas y una población migrante muy alta. Revela cómo todavía no logramos hallar puntos de encuentro comunes a pesar de vivir en la misma ciudad. En el Perú es clásico que te pregunten a qué colegio o universidad fuiste o en dónde vives”, explica José Ragas.

A fines de septiembre, poco después del incidente del Metropolitano, un periodista deportivo agredió a otro durante la transmisión de un programa en vivo. Silvio Valencia le dijo “puneño” una y otra vez a Evaristo Ccoicca, en referencia a los habitantes de la región de la sierra sur que limita con Bolivia. Mientras que Valencia se jacta de haber vivido en Alemania, Ccoicca se enorgullece de haber pasado más de 30 años en Argentina. De hecho, su apodo es ‘Chevaristo’ y su acento, el de un hijo del Río de la Plata. Ambos poseen innegables rasgos andinos. “Cámbiate de ropa”, le dijo Valencia, minimizándolo. Ccoicca se le abalanzó con los puños en alto, y lo hizo caer de la silla. El programa se fue a corte.

A través de un comunicado, Valencia sostuvo que decirle “puneño” era una “forma de regresarlo a su realidad, a que acepte su nacionalidad y defienda su posición con argumentos sólidos”. A inicios de año, el Ministerio de Cultura reportó que en el 2024 se registraron 284 actos de discriminación étnico-racial en el Perú. Más de la mitad de las denuncias ocurrieron en Lima. La data es reveladora: en los últimos cuatro años la cifra casi se quintuplicó: en el 2021, el servicio Alerta contra el racismo notificó 60 reportes. La tendencia no ha dejado de crecer desde que el programa se creó en el 2012.

“Lima geográficamente está pegada a los Andes, posee cerros y montañas. La sierra de Lima es una despensa de productos agrícolas para la ciudad, el agua de Lima llega desde Junín. El problema es que las élites han manipulado el discurso oficial y su racismo ciego ha llevado al desprecio de nuestras raíces andinas y serranas. No existe una Lima pura o criolla. Serranos somos. Serranos siempre seremos”, se ha pronunciado la poeta Gloria Alvitres, autora de Canción y vuelo de Santosa (Alastor), un libro dedicado a su abuela quechuahablante.

Hace poco también un sujeto explotó con una joven, en un minimarket en la ciudad costeña de Trujillo, en la región La Libertad. Su “delito”: pasar por su lado sin pedirle permiso. “Lárgate, carajo. Chola de mierda eres. Ignorante”, le recriminó, totalmente desbocado, y a punto de golpearla. Se trata de Jorge Luis Silva Cabrera, un administrativo de la Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria (Sunat). Nadie lo linchó ni escarbó en sus pecados. Fue medido con otra vara, aunque la institución emitió un oficio, donde asegura que le impusieron medidas disciplinarias.

“Todavía hay quienes asocian la palabra serrano a gente que huele mal o que no se baña. A diferencia del término cholo que ha pasado por un proceso de reivindicación, serranear ha quedado rezagado, como parte de un repertorio de insultos cuando alguien desea herir a otra persona”, analiza José Ragas. En 1952, un senador llamado Manuel Faura impulsó un proyecto de ley para que a los peruanos de las regiones y a los gitanos se les exigiera un pasaporte interno para ingresar a Lima. Su excusa: defender la salud de la ciudadanía. Sostenía que la condición humilde de los provincianos los llevaba a tener “una vida parasitaria” y a contraer tuberculosis, “arrastrando sus miserias y llevando el contagio por doquiera”. El proyecto del senador de Junín nunca se concretó. Sí, Faura no era limeño. Era un hijo de la serranía que renegaba de sus orígenes.

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