¡Sigan a mi hijo!
Son los ojos vigilantes de papá y mamá fuera de casa; detectives privados que, por una suma considerable, graban cada movimiento de los jóvenes, camuflándose en universidades, parques y ambientes de botellón y bakalao. Una sospecha o, simplemente, la necesidad de tranquilidad llevan a muchos padres a recurrir a esta medida extrema que, según los psicólogos, evidencia un fracaso en el diálogo familiar y, en ocasiones, una tendencia sobreprotectora.