¿Qué salvaría del fuego si su casa arde? Ellos cinco se llevaron desde una cabra a sus ‘cassettes’
Con las amenazantes llamas de media docena de incendios, miles de angelinos tuvieron que responder a la misma pregunta. A otros ni tiempo les dio para salvar aquel recuerdo preciado
El fuego no es paciente. Las llamas no esperan, no se contienen, no aguantan a que nada ni nadie se aparte de su paso. El condado de Los Ángeles vive desde la semana pasada los peores incendios de su historia a causa de distintos focos, especialmente dos, Palisades, al noroeste, cerca de las playas de Malibú; y el del noreste, Eaton, que han quemado 16.000 hectáreas y han arrasado con casas y con las vidas de quienes habitaban en ellas. Más de 80.000 personas siguen fuera de sus hogares tras ocho días de emergencia. Algunos se fueron con lo puesto. Otros tuvieron más tiempo, quizá algunos instantes, para pensar y elegir qué sacar de sus hogares ese objeto que, si se hubiera perdido, habría causado remordimiento.
Cada caso es un mundo: hay quien se marchó por precaución y ya no tiene adonde volver, pues su casa fue reducida a escombros. Estas noticias las han dado vecinos o conocidos porque las autoridades han negado la entrada de las víctimas a sus barrios. Hay quien ni siquiera estaba en casa. Hay quien se vio cercado por el fuego y salió a correr.
Algunas listas sugieren, si se cuenta con al menos dos horas, guardar las fotografías familiares y obras de arte, una maleta de ropa, diarios y equipo de acampada. También una hielera con alimentos y bebidas, equipo de protección, documentos como títulos de propiedad, licencias, la póliza del seguro, información bancaria y poderes notariales. Y lo más básico de todo: la cartera, llaves, lentes, cargador para el móvil, tarjetas bancarias, medicinas y mascotas, linternas y baterías extras y una mascarilla. Usted, ¿qué salvaría del fuego?
Una taza de Nueva Zelanda
Steven Kolker se pregunta si la muerte es similar a lo que le ocurrió a su casa. “Un día estás y al siguiente no...”, reflexiona este patólogo de 56 años, quien recorre junto a su esposa las ruinas en la calle Marquez Terrace. Está bien vestido para la ocasión, pues usa la camisa y los vaqueros que vestía cuando abandonó su hogar en Pacific Palisades el martes 7 de enero. No se llevó nada más de entre lo que los escombros revelan era una elegante residencia de tres niveles. Mientras digiere los estragos del fuego en su barrio, se pregunta qué más podría haberse llevado consigo. Quizá sus palos de golf. O el microscopio que tenía en su estudio, donde gustaba pasar el tiempo. “Al final, son cosas materiales sin importancia”, dice.
Dentro del lavavajillas halló, sin embargo, una taza que compró en un viaje a Nueva Zelanda que hizo el pasado octubre. Es una pieza de cerámica pequeña, para tomar un expreso. Y tiene como decoración unos kiwis, la tradicional ave neozelandesa. La sostiene en sus manos como si fuera un tesoro. “No soy muy de souvenirs, pero ahora es un recuerdo que me hará pensar en algo por siempre”, reconoce Kolker. El médico vivía en la casa junto a su segunda esposa. Hoy intenta mantenerse optimista en medio de las cenizas. “Esto es como caminar en Pompeya”, bromea. “Era una casa demasiado grande para nosotros dos. Ya había pensado renovarla y esto me ha obligado a que por fin ponga manos a la obra”.
El camaleón de los Eckhoff
Hace décadas que Steve Eckhoff vive en Pacific Palisades. Desde hace 12 años lo hace en una casa en Las Lomas Drive, una zona elevada con vistas tanto al mar como a la montaña. Las fotos de Google Maps muestran una casita azul de una planta con chimenea, en una calle que parece salida de un capítulo de Mujeres desesperadas, con los setos perfectamente recortados y las puertas blanquísimas. Ahora toda ella es gris, consumida hasta las cenizas, con solo algunas chimeneas humeantes en pie. Steve logra llegar hasta ella el jueves por la tarde, un par de días después de que el incendio Palisades la arrasara. Junto a su hijo Caden, de 20 años, buscan entre los restos, todavía calientes, algunos recuerdos. Van en busca, sobre todo, de las figuras que tenían en el patio trasero, de las pocas que sobreviven: un sol de latón, un símbolo de la paz colgado de la pared pero demasiado caliente y pesado y, especialmente, un camaleón.
Incapaz de contener las lágrimas, Caden Eckhoff explica que es de su madre, que no ha querido regresar con ellos a la casa. No están demasiado lejos, pero han tardado más de cuatro horas en poder entrar a causa de los controles y las zonas cortadas. “Salí con lo puesto. Dejé aquí mi coche”, relata, mirándose la ropa de arriba abajo. ”Hay muchos fuegos cada año, nos han evacuado unas cinco veces, pero claro, al anochecer estábamos de vuelta en casa”, explica, emocionado, mientras intenta recuperar lo que sea, una taza rota, el pomo de una puerta.
Los cassettes de Veronica Vackova
Hace solo ocho meses que Veronica Vackova de 36 años, y Chad Robertson, de 41, compraron su casa arriba del todo de Altadena, muy cerca ya del Bosque Nacional de Los Ángeles. Cuenta ella, editora de cine checa que lleva años en el país (su pareja es maestro de escuela), que les costó 1.065.000 dólares, que pagan con una hipoteca muy alta y difícil de conseguir. Salieron la noche del martes por precaución, porque unos amigos les animaron a irse a pasar la noche con ellos. Ya no pudieron regresar hasta última hora de la tarde del sábado. Tuvieron suerte: la casa seguía en pie, aunque habían perdido el garaje trasero. “Esto es lo más surrealista que he vivido en toda mi vida”, reconoce ella.
No se habían llevado mucho. “Nosotros no tenemos muchas cosas de valor. Somos jóvenes y acabamos de comprar la casa, con todo el dinero que teníamos, fue un riesgo muy, muy grande, porque la hipoteca era muy alta. Ahora no sé qué va a pasar”, explica, “pero nos estamos llevando fotografías y cosas así, diplomas, certificados, documentos”. Con el coche lleno de cosas “de nostalgia”, cuenta que había algo que no se querían dejar, pese a su volumen: los cassettes de Chad. No podían irse sin ellos.
Coco, la cabra influencer
Se ha hablado mucho de la tragedia humana dejada por los incendios de Los Ángeles. El fuego también ha castigado a decenas de miles de mascotas en las regiones afectadas por los siniestros. El Palisades arrasó una zona en la que había mucha vida animal. Los establos del parque Will Rogers fueron consumidos, pero los 17 caballos que los habitaban fueron evacuados y están sanos y salvos, aunque necesitaron nebulizadores para no morir asfixiados por el humo. Un video que se ha hecho viral muestra a un hombre que escoltaba burros y caballos fuera de su rancho, que terminó sucumbiendo a las llamas. La Sociedad Humana de Pasadena ha recibido unos 400 animales provenientes del área de Altadena, devastada por Eaton.
Coco no se ha recuperado de la catástrofe. La cabra pigmea de casi diez años tiene todos los síntomas de estrés postraumático, relata su dueña y cuidadora, Rezvon Amirani. Coco no quiere comer ninguno de los jugos que la familia le prepara en una licuadora rescatada de la casa incendiada en Malibú. El animal vive con los nervios de punta en el albergue administrado por la Cruz Roja, que recibe mascotas pequeñas y medianas afectadas por los incendios. La familia Amirani, originaria de Irán, pasa la mayor parte del tiempo fuera del refugio porque a la cabra le aterrorizan los perros. Rezvon administra la cuenta de Instagram de Coco, que se ha convertido en una estrella en medio de la desgracia, y donde es seguida por más de 3.000 personas. Además de su mascota, Rezvon, una artista de 24 años, se ha llevado consigo una curiosa urna con forma de murciélago que halló en una tienda de segunda mano.
Salir de casa con lo más básico
Marni Galef lleva más de una hora esperando pacientemente en su lujoso SUV color crema para poder acceder a las cenizas de su casa en Pacific Palisades. Charla con el resto de vecinos, conocidos o no, que hacen fila en los controles de Sunset Boulevard para poder entrar en sus viviendas. El único salvoconducto es ir a buscar medicinas o mascotas, pero a ella no le importa: va a intentar pasar de todas las maneras. Esta agente inmobiliaria lleva toda su vida viviendo en Pacific Palisades, como han vivido sus padres, ya octogenarios, y lo hacen hoy sus hijos veinteañeros, y no se puede creer lo ocurrido.
¿Qué se llevó de su casa cuando se fue, cuando los vientos empezaron a amenazarla? “Casi nada”, reconoce, “a mi perro, mi gato, mis padres”. No pensó en las cosas de valor, ni en lo sentimental. Empieza a sacar un par de bolsos de marcas de precio medio-alto de su coche, pero también una bolsa de plástico de una conocida marca de ropa deportiva donde metió un par de mudas. Sin más. “Un par de cambios, algún documento, y mi portátil. No tenemos oficinas, se han quemado. Me alegro de tenerlo, así podré hacer algo”. Sin oficina, sin casas, el ordenador portátil y un par de bolsos es lo único que le queda.