La lección de la derrota del Partido Demócrata

Si de algo deben darse cuenta los demócratas es que nada les pudo resultar más inútil que el pedestal moral desde el cual buscaron construir su campaña

Una mujer se lamenta tras el discurso de Kamala Harris en Washington, un día después de las elecciones en Estados Unidos.JIM LO SCALZO (EFE)

Los demócratas han asumido con decencia e integridad su derrota en las elecciones a la Presidencia y al Congreso de Estados Unidos, ante un fracaso estruendoso. Desde 1988 no perdían con una diferencia tan amplia: fueron derrotados en el Colegio Electoral y en el voto popular, en el Senado y, por ahora, también en la Cámara de Representantes.

En inmenso contraste con la postura del ahora presidente electo Trump cuando perdió la reelección hace cuatro años, el presidente Biden y la candidata Kamala Harris han reconocido su derrota y han aceptado algunos errores de su estrategia. Al mismo tiempo, han deseado éxitos al nuevo Gobierno en su regreso al poder y le han ofrecido todas las garantías para una transición armoniosa en el mando. Ante esta realidad cuesta trabajo recordar lo diametralmente opuesto que era el panorama hace cuatro años, cuando Trump no reconoció los resultados en su contra y su llamado a la desobediencia terminó en uno de los episodios más lamentables de la historia electoral de Estados Unidos.

En la política cualquiera es un buen ganador, pero son pocos los que saben enfrentar una derrota con decencia. Es ahí cuando los líderes más deben demostrar su coherencia con los principios y su compromiso con los valores democráticos. En ese sentido, la manera en que los republicanos de Trump y los demócratas de Harris y Biden han asumido sus respectivas derrotas en 2020 y 2024 también retrata la realidad de dos visiones sobre la razón de ser de la democracia estadounidense, cada vez más antagónicas y distantes en sus métodos.

Quienes nos identificamos con las causas demócratas y liberales en el mundo entero tenemos mucho por aprender del resultado de este martes y del camino que llevó a ese desastre electoral. Los retrocesos son enormes al comparar el mapa político de 2020 con los nuevos resultados, mientras se hace cada vez más claro que Trump ganó en casi los mismos estados donde obtuvo la presidencia por primera vez en 2016. Las conquistas políticas logradas hace cuatro años por los demócratas en estados como Pensilvania y Georgia se vieron revertidas por un discurso revanchista que fue mucho más efectivo que las banderas progresistas de Biden y Harris.

Hace cuatro años, Biden alcanzó la votación más alta obtenida por un presidente de Estados Unidos, con 81 millones de votos. El mundo entero aplaudió su triunfo y, sobre todo, celebró la salida de Trump del poder. Pero el entusiasmo duró poco y cuatro años después, el apoyo a los demócratas se vio reducido en casi trece millones de votos. El optimismo de Biden y Harris, y sus discursos con tono de estadistas fueron derrotados por las palabras de hombre del común de Trump. El presidente electo sabe que entre más habla de la manera en que piensan los ciudadanos de a pie sobre los problemas cotidianos, las palabras ponderadas de los demócratas más pierden su efectividad. Y mientras la candidatura del expresidente había iniciado hace cuatro años, los demócratas decidieron cambiar por completo su estrategia hace apenas cuatro meses, con la designación de Harris como candidata, luego de que Biden insistiera casi un año en una campaña realmente inviable. Sabían que se enfrentaban a un rival difícil y aún así llegaron a la recta final en medio de tropiezos y confusión en su hoja de ruta.

Si de algo deben darse cuenta los demócratas es que nada les pudo resultar más inútil que el pedestal moral desde el cual buscaron construir su campaña. Los electores de Trump no han votado por él a pesar de sus defectos, sino precisamente por ellos. Sus defensores no buscan en él a un líder sabio ni a un estadista ponderado, sino a un hombre impulsivo, solitario y pragmático que comunica con facilidad las soluciones que propone ante los problemas que enfrenta esa nación. Como ocurre con tantos otros demagogos, entre más se conocen los defectos y las fallas de Trump, más aumenta su popularidad. La respuesta del Partido Demócrata no puede seguir siendo una de pedestales o superioridades, y en cambio debe buscar el diálogo permanente con todas las poblaciones ciudadanas que los republicanos han sabido interpretar con éxito.

Esta semana, miles de votantes demócratas a lo largo y ancho de Estados Unidos cuestionaban en sus redes sociales cómo tantas poblaciones migrantes habían optado por votar por Trump, como si de manera implícita sus lealtades le pertenecieran al Partido Demócrata. Es precisamente esa postura soberbia de quienes están convencidos de ser los únicos buenos, o los únicos en tener la razón, la que deben replantearse los dirigentes demócratas. Porque a estas alturas, creer que 73 millones de personas han sido confundidas o están equivocadas, en vez de entender la realidad que desde las miradas más progresistas no han logrado leer, solo denota un increíble egoísmo y un encierro ideológico del que pronto tendrán que salir.

Para contener los veloces pasos de la demagogia será esencial la decencia, pero los dirigentes demócratas del mundo entero no podrán quedarse en sus pedestales a la espera de que el apoyo llegue solo. El contenido, las propuestas y la conexión con las necesidades reales de una ciudadanía desilusionada y preocupada tendrán que ser una prioridad para quienes busquen frenar desde el apego a los valores democráticos el crecimiento de los fenómenos que más desafían el futuro de las instituciones liberales.


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