Mentiras y migración más allá de la frontera: un viaje por el crucial Estado de Wisconsin

Estamos en un momento en que muchos estadounidenses se calientan la cabeza con un supuesto enemigo interno

Refugiados afganos frente a viviendas temporales de una base del ejército, en Ft. McCoy, Wisconsin.Barbara Davidson (Getty Images)

Unas semanas antes de las elecciones viajé a Wisconsin, el crucial Estado en liza situado a unos 2,5 kilómetros de lo que se ha descrito como un lugar donde el mal campa a sus anchas, un lugar que casualmente también es mi casa. El Paso parece estar muy presente en el “Estado del Tejón”, al menos como la versión distorsionada y exagerada del relato de “fronteras abiertas” que se repite incesantemente en la publicidad local. Una de las razones por las que fui a Wisconsin era tratar de entender cómo la desinformación sobre las fronteras y la inmigración se propaga por todas partes.

El retrato de mi tierra natal que presentaba la televisión era tan aterrador que me mantuvo despierto hasta altas horas de la madrugada. Pero los videos en bucle de violadores, asesinos y fentanilo –monstruos todos ellos– colándose desde México y amenazando a Estados Unidos día y noche, sirvieron para recordarme la ingente tarea que tenemos por delante. Soy director ejecutivo y corresponsal sobre el terreno de Puente News Collaborative, una redacción electrónica bilingüe y sin ánimo de lucro con sede en El Paso. Mis experimentados compañeros –Eduardo García y Dudley Althaus– y yo nos enfrentamos al difícil reto de contrarrestar la narrativa fronteriza del mundo del éter con hechos sobre el terreno, desde Tamaulipas-Brownsville hasta Tijuana-San Diego.

La tarea parece especialmente urgente en un momento en que muchos estadounidenses se calientan la cabeza con un supuesto enemigo interno. Estos estadounidenses lo quieren todo: utilizar la mano de obra barata que proporcionan los inmigrantes y al mismo tiempo plantar cara al cambio inevitable que los recién llegados traen.

Quieren que los inmigrantes, tanto los legales como los ilegales, recojan sus cosechas, atiendan sus restaurantes, limpien sus hoteles y oficinas, cuiden a sus hijos y a sus ancianos, arreglen sus jardines, limpien sus piscinas e instalen sus tejados nuevos. También pretenden demonizar a los recién llegados que a menudo apuntalan las economías locales. Y apuntan especialmente a México, el país que ahora es el principal socio comercial de Estados Unidos. Tras 30 años de libre comercio dentro de Norteamérica, las cadenas de suministro industrial llegan hasta las tierras centrales de México, Canadá y Estados Unidos, especialmente en el sector del automóvil. México es uno de los principales clientes de cereales y gas natural de Estados Unidos. Gracias al comercio bilateral, alrededor de 800.000 millones de dólares cruzan anualmente la frontera entre Estados Unidos y México, lo que hace que las economías de ambos países dependan enormemente la una de la otra.

Donald Trump habla frente a gráficos sobre la inmigración ilegal en EE UU durante la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, Wisconsin, en julio pasado.J. Scott Applewhite (AP)

Durante casi una semana, Dudley y yo viajamos por Wisconsin, a lo largo de la orilla sudoccidental del lago Michigan y por carreteras de dos carriles que se adentran en las tierras de cultivo del estado. Fuimos testigos de cómo los recién llegados reconstruyen los barrios centenarios y las pequeñas ciudades que en su día acogieron a inmigrantes procedentes de Alemania, Polonia, Serbia, Irlanda y otros lugares. A veces ha sido un resurgir tenso y a disgusto.

Mientras informaba sobre la percepción de la frontera por parte de los habitantes de Wisconsin, también combatía la desinformación que veía y oía. Cuando comentaba que era de El Paso, la Isla Ellis del sudoeste, algunos hablaban como si supieran mejor que yo de dónde vengo, basándose en lo que veían en sus pantallas grandes y pequeñas. Incluso había quien se sorprendía de que yo estuviera vivo, habida cuenta de todos los anuncios de campaña que describían una frontera peligrosa y caótica poblada por criminales sedientos de sangre.

Recordaba a estas personas del Medio Oeste que procedo de una de las regiones más seguras de Estados Unidos. Como le expliqué a una mujer en Whitewater, una pintoresca ciudad universitaria, el mayor peligro del que he sido testigo fue el que provocó un joven blanco del norte de Texas que condujo durante 10 horas hasta El Paso con un rifle de asalto para “matar mexicanos” y “parar la invasión hispana de Texas”. Está claro que el hombre blanco no conoce la historia del sudoeste.

Aquel tipo mató a 23 personas el 3 de agosto de 2019, la mayoría mexicanos, e hirió a docenas más en un Walmart. Era sábado y muchos de los clientes estaban comprando artículos para la vuelta al colegio. También era el primer fin de semana del mes y había muchas personas mayores que habían ido a cobrar su paga de la seguridad social. La tienda es conocida como el Walmart mexicano, porque muchos mexicanos cruzan el cercano puente internacional para comprar allí. Mis padres también solían comprar allí. A lo mejor sí hacía falta un muro, pensé. Pero donde había que levantarlo era en el este, el oeste y el norte de El Paso, para mantener el mal alejado de los estadounidenses de las zonas centrales que temen el cambio demográfico del país.

Dolientes hacen fila durante el funeral de una víctima del tiroteo en Walmart, en El Paso, Texas, en 2019.Iván Aguirre

De hecho, El Paso nos da una idea de las cambiantes fuerzas económicas y culturales de Estados Unidos. La mujer y yo coincidimos en que la futura mano de obra de nuestra nación está ligada a los recién llegados, legales o no. Intercambiamos ideas sobre los diversos productos que cruzan la frontera, desde leche y cereales hasta tractores y aparatos electrónicos. Intercambiamos anécdotas sobre nuestras comidas preferidas: las salchichas de Wisconsin o las enchiladas con salsa verde. Charlamos sobre nuestros tequilas y cervezas favoritos.

Volví de Wisconsin a la frontera con una pizca de esperanza. Un atardecer reciente, salí de la oficina y me quedé contemplando la ladera grisácea de las montañas del oeste de El Paso, pensando en el Río Grande que serpentea hacia el suroeste y en la gigantesca estatua de Cristo Rey en la ladera norte. Este es el espacio donde las lenguas, culturas y economías de nuestras dos naciones se entremezclan, el árido rincón donde convergen Texas, Nuevo México y el Estado mexicano de Chihuahua.

En ocasiones seguimos siendo vecinos a disgusto, como demuestra la valla de hierro oxidado que define aquí la línea fronteriza. Pero la mayoría de nosotros superamos las fricciones gracias a la tolerancia y el respeto mutuos. Mi conclusión es que, en estos tiempos turbulentos, mi tierra natal tiene mucho que enseñar al corazón del país.

Residentes de un condado de Baraboo, Wisconsin, debaten sobre impedir el reasentamiento de refugiados, en septiembre pasado.Alex Wroblewski (Getty Images)

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