Ganó la media sonrisa irónica de Kamala Harris frente a los labios cerrados de Trump
El momento en el que la candidata demócrata fue hasta el lugar de su rival y le estrechó la mano será una de las imágenes que pasará a la historia por su significado
Una de las características del histórico debate entre Kamala Harris y Donald Trump ha sido el lenguaje no verbal entre ambos del que poco se ha hablado. Y ha sido más ese lenguaje gestual el duelo que tuvo en vilo al mundo de la política. Más que las carcajadas luminosas de la posible primera mujer negra que puede conquistar la Presidencia de Estados Unidos, su gran fuerza humana e intelectual la reveló en el debate con aquella media sonrisa ante las ...
Una de las características del histórico debate entre Kamala Harris y Donald Trump ha sido el lenguaje no verbal entre ambos del que poco se ha hablado. Y ha sido más ese lenguaje gestual el duelo que tuvo en vilo al mundo de la política. Más que las carcajadas luminosas de la posible primera mujer negra que puede conquistar la Presidencia de Estados Unidos, su gran fuerza humana e intelectual la reveló en el debate con aquella media sonrisa ante las barbaridades de Trump que hablaba con los labios apretados como un cerrojo.
La media sonrisa de Harris y los labios cosidos de Trump en silencio, con mirada de rabia que evocaban desprecio, podrían ser un símbolo de la guerra política abierta hoy en el mundo entre quienes quieren un día de puestas del sol ensangrentadas y entre los que prefieren un amanecer de luz donde todos quepan.
Quizá por ello, el debate entre los dos líderes ha tenido tanta repercusión en el mundo. No tanto por su contenido, que ya era esperado, pues los temas que apremian a la mayor potencia mundial son bien conocidos, sino por ese no sé qué de carga gestual que mostraron los dos contendientes: Trump con su sello ya conocido de machismo y violencia no disimulados, de desprecio por la ternura, la de los labios cerrados, la mirada que infundía miedo, y Kamala Harris con su media sonrisa con la que era fácil identificarse y que evocaba no solo seguridad en sus creencias, sino hasta compasión más que desprecio por el torrente de locuras vomitadas por su interlocutor.
Harris conquistó porque se reveló en cada minuto antes que nada mujer, protectora de la vida, la de todos, sin distinción de color o de ideas. Mujer alegre y fuerte a la vez, capaz de taparle la boca al monstruo que chorreaba violencia y mentira. Hasta en los pocos momentos en los que Kamala Harris mostró un rostro serio, como sorprendida ante las barbaries que su contrincante lanzaba como misiles al aire, no perdió la calma. Lo miró seria como diciendo: “¡No! Hasta ahí”.
Nadie es tan atrevido como para profetizar si el debate, quizás el único entre Trump y Harris, llevará a una o al otro a la victoria dado que vivimos un momento histórico de convulsión psicológica y de valores que no sabemos aún a dónde conducirá. Lo que nadie dejó de observar viendo el debate y las imágenes de los dos pretendientes al trono es que estuvieron frente a frente, dos personajes emblemáticos, como la luz y las tinieblas, que hablaron más con los gestos de sus rostros y de sus manos que con sus palabras.
Ambos sabían, antes de iniciar el duelo, que más que las palabras y propuestas adquirirían un valor humano y psicológico añadido sus gestos y miradas. Las de Trump, esperadas como de desprecio hacia su contendiente, por demás mujer y negra y las de la cantarina y alegre; Harris, la reina de las carcajadas y del buen humor.
¿Hubo quizá algún momento en el que tuvo lugar un gesto que pase a la historia y dé la victoria a Kamala? Sí. Y fue antes de empezar el debate cuando Kamala Harris dejando su pupitre se acercó a quien sabía que la cubriría con desprecios e insultos y le dio la mano como se hace con un amigo.
Nadie sabrá lo que Kamala Harris sentiría al roce de la mano de su contrincante que estaba más para la violencia que para el diálogo y el debate democrático. Lo que sí es cierto es que fue el momento más simbólico y preñado de elegancia de aquel duelo. Debate del que será difícil olvidar el río de gestos no verbales, que recorrían desde la luz de los ojos a las manos abiertas, esas que evocan la paz y el diálogo contra los puños cerrados del odio.