Instrucciones para sobrevivir a los bloqueos en carretera
La gente bajaba de los carros. Algunos ponían la mano en busca de alimento como los animales en el zoo. Otros pedían ayuda para recargar el celular. Alguno, al borde del delirio, quería que la policía llegara en helicóptero
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Alguien dijo que a pocos kilómetros había un puestito donde comprar agua y algo para quitar el hambre. Un par de valientes se levantaron del asiento y empezó una colecta entre los pasajeros del autocar. Eran pasadas las tres de la tarde, habíamos salido a las ocho de la mañana de Ciudad de México y llevábamos casi cuatro horas atascados en una carretera perdida, en el cruce de un cerrito duro y seco como el pellejo de una vaca. Los valientes bajaron del autocar con la misión de alimentar a la manada. “Hay que hacerlo antes de que se ponga el sol. Por aquí roban”, dijo uno. “A las 6 ya no dejo bajar a nadie”, dijo el conductor. El dilema era peliagudo: nadie espera un comunicado oficial avisando de a qué hora se levanta un bloqueo. Si el autocar se ponía en marcha antes de que regresaran, se quedarían varados en medio de la solitaria estepa del Edomex.
La expedición decidió salir y mantenerse en contacto por teléfono. Mientras tanto el resto de pasajeros bajamos a estirar las piernas. Una señora sacó un tarrito con nueces y fue repartiendo puñados por orden. De repente, fue bajando gente de sus coches detenidos. Algunos ponían la mano en busca de alimento como los animales en el zoo. Otros pedían ayuda para recargar el celular en los enchufes del autocar. Alguno, cerca ya del delirio, decía que la policía debía venir en helicóptero a desenredar la madeja interminable de carros.
Al conductor, un hombre alto con una formidable barriga, no debió sentarle muy bien la mini merienda: “Me dijeron que el otro día un compañero estuvo detenido dos días con los pasajeros dentro”. A alguno casi se le atragantan las nueces. El conductor seguía: “Ha debido de ser una casa repentina lo de este bloqueo porque si no en la central no me hubiesen dejado salir por la mañana”. Cuando volvieron cazadores-recolectores con bolsas de galletas y papas, nos enteramos que un tráiler estaba cruzado en medio de la carretera. La semana pasada fueron los agricultores del maíz lo que cortaron durante días los accesos a la capital.
Los camioneros estaban protestando por el secuestro de un compañero cuando manejaba por una de estas carreteras del Estado de México. Están hartos de las amenazas de extorsión todos los días. “500 [unos 30 dólares] pesos a la semana, o te levantan”, ha dicho en una entrevista. Es la misma encerrona que sufren en muchas partes del país los agricultores del limón, del aguacate, los vendedores de pollo, los taxistas. Ante el desamparo y la impotencia de no ver soluciones por parte de las autoridades, este tipo de acciones son habituales. La paradoja, también muy habitual en México, es que un periodista decide viajar a Michoacán en autocar, por agilidad y comodidad, para cubrir una crisis de violencia -el asesinato del alcalde de Uruapan- y llega tarde también por la violencia -el secuestro de un conductor de camiones.
Cuatro horas largas después, se abrió el paso y seguimos hacia Morelia. Como decía Jorge Ibargüengoitia, “viajar en camión es un placer, una necesidad o una desgracia, según el grado de candidez y de optimismo del observador. Yo lo considero más bien un arte. El camión es nuestro hogar, aunque sea por un momento. Mientras viajamos en él hay que actuar con toda naturalidad, como si estuviéramos en nuestra propia casa. Si estamos cansados, echamos un sueño, si tenemos catarro, escupimos en el piso, si tenemos hambre, comemos un mango”.
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