El Supremo Gobierno
Cuando Morena pierda el poder, sus adversarios tendrán el excesivo margen de maniobra que estos años los obradoristas se han ido otorgando a sí mismos
El nuevo régimen conjuga el ejercicio del poder desde la asunción de que lo central no es la sociedad —o pueblo, como le llaman—, sino el aparato gubernamental. Este sabe qué le conviene a aquella. Y si esta discrepa, mala tarde, pues manda el Supremo Gobierno.
La más reciente de las medidas para galvanizar lo inapelable de la autoridad gubernamental es la iniciativa de ley de amparo que, en pocas palabras, dará al poder un instrumento para legitimar sus decisiones: los tribunales harán legal la indefensión de los ciudadanos.
Qué revelador que el movimiento que justificó (es un ...
El nuevo régimen conjuga el ejercicio del poder desde la asunción de que lo central no es la sociedad —o pueblo, como le llaman—, sino el aparato gubernamental. Este sabe qué le conviene a aquella. Y si esta discrepa, mala tarde, pues manda el Supremo Gobierno.
La más reciente de las medidas para galvanizar lo inapelable de la autoridad gubernamental es la iniciativa de ley de amparo que, en pocas palabras, dará al poder un instrumento para legitimar sus decisiones: los tribunales harán legal la indefensión de los ciudadanos.
Qué revelador que el movimiento que justificó (es un decir) la reforma judicial criticando “sabadazos” de jueces, ahora sorprenda mandando su propuesta de reforma a la ley de amparo en pleno puente patrio.
Más que una incongruencia, es un preámbulo: si la iniciativa implica amenazas a la capacidad de las personas para defenderse de actos de autoridad, eso sería el fondo, la forma de anunciarla, el puentezazo, evidencia el desdén a toda voz no obradorista.
Solo por si hiciera falta decirlo: una ley así (para más detalles leer, por ejemplo, a Luis Eliud Tapia Olivares en X @eliudtapia) cierra para Morena la pinza de control total dado que con los acordeones impusieron sus jueces, magistrados y ministros.
La mayoría constitucional con que cuenta el régimen prefigura una aprobación expedita de esta ley. Sin embargo, vale la pena plantear un escenario donde la presidenta Claudia Sheinbaum reevalúe el riesgo de quitar ese contrapeso legal que es el amparo.
No obvio, desde luego, el perfil estatista de la mandataria. Es una convencida de que el Estado debe tener el rol más que principal preponderante, en toda actividad pública. Su primer año de gobierno aporta demasiados ejemplos al respecto.
Aun así, a sabiendas de que la presidenta Sheinbaum tiene la pulsión centralizadora, conviene advertir una deriva perniciosa de lo que propone, una que quizá (solo es una posibilidad, así sea remota) no tenga debidamente aquilatada.
La presidenta actúa como si ella y su grupo (cualquier cosa que quiera decir esto último, y enseguida volveré a ello) fueran a quedarse para siempre en el poder. En la cúspide del poder, para ser más específicos.
Al suprimir leyes, órganos autónomos o reguladores de vocación nacional, instituidos pensando en el Estado más que en el Poder Ejecutivo, Morena pone todos los incentivos para que más pronto que tarde lo único que valga la pena sea estar a bordo del tren guinda.
Todo lo demás, cualquier cosa pública que esté fuera del oficialismo será, parafraseando a lo que se decía antes socarronamente, vivir en un tremendo error.
El cancelar otros espacios —o al volverse todo lo no gubernamental diminuto en términos de acceso a oportunidades de desarrollo, negocios o simplemente disfrute de derechos— desatará ambiciones con fuerzas desmedidas y riesgos nada desdeñables.
Porque lo único importante será incrustarse en el Supremo Gobierno; subirse a los carros arrastrados por una locomotora que no perderá nunca un juicio, ni atenderá reclamos, pues se abroga el interés legítimo de toda materia: ambiental, comunitaria, mercados, política…
En tal escenario, quien tenga el gobierno lo tiene todo; y quienes no, prácticamente nada; y encima quedarán completamente a merced del gobernante.
Si esta ley pasa como la quiere Claudia Sheinbaum, esta regalará a su sucesor, quien sea que resulte, un descomunal poder. Y ni ella misma estará a salvo de estropicios genéricos de ese eventual gobierno, o de revanchas específicas contra ella o los suyos.
Aquí vuelvo a lo de su grupo que adelanté líneas arriba: ¿Sheinbaum es consciente de que luego del 2030 no faltará quien quiera cobrarle —a ella, a sus colaboradores o a “su grupo”— asuntos donde, con razón o sin ella, otros sientan que la compañera presidenta no los defendió? ¿Consciente de que, en una palabra, estará en manos de quien para entonces ostente el bastón de mando del Supremo Gobierno?
Y todo ello sin decir que cuando Morena pierda el poder, sus adversarios tendrán el excesivo margen de maniobra que estos años los obradoristas se han ido otorgando a sí mismos. Por ello, no soltar el poder será cosa de vida o muerte para demasiados. Muy delicado.
El Supremo Gobierno podría devorar a sus creadores. No sería tan original ese libreto, lo raro es que lo sigan tan ciegamente.
Presidenta Sheinbaum, el anterior régimen aprendió que “lo que resiste apoya”. No deje a la sociedad sin canales para acotar al poder. Es, antes que nada, en beneficio de su administración, y un seguro de vida para su futuro político.