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Tauromaquia en Ciudad de México: la chapuza de Brugada

Cuando con disimulo se busca dar la vuelta a la ley se acaba como hoy: con un remedo que impide avanzar juntos a una cultura de cero maltrato a los animales en las plazas

Hay asuntos que no tienen dos lados. Nada de aquello de “por un lado esto, por el otro aquello”. Una de esas materias es la decisión de Morena de no prohibir las corridas de toros para, en su lugar, concebir un formato que insultaría a cualquier circo que se dé a respetar.

Esta semana Clara Brugada, con abierto respaldo de la presidenta Claudia Sheinbaum, ha promovido una chapuza. En el Congreso de la Ciudad de México se han inventado un Fran...

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Hay asuntos que no tienen dos lados. Nada de aquello de “por un lado esto, por el otro aquello”. Una de esas materias es la decisión de Morena de no prohibir las corridas de toros para, en su lugar, concebir un formato que insultaría a cualquier circo que se dé a respetar.

Esta semana Clara Brugada, con abierto respaldo de la presidenta Claudia Sheinbaum, ha promovido una chapuza. En el Congreso de la Ciudad de México se han inventado un Frankenstein, la supuesta fiesta brava no cruenta. Y eso no tiene más que un lado: está mal.

Lo que aún no se sabe es a quién se le ocurrió el adefesio. Lo que sí sabemos, en cambio, es que la primera presidenta de México legisló a favor de los derechos de los animales para luego, de buenas a primeras, tratar de dar la vuelta a ese avance.

En noviembre pasado el Congreso de la Unión aprobó una reforma constitucional a favor de los animales. Al mes siguiente, la presidenta Sheinbaum promulgó tales modificaciones y el Artículo 4 de la Carta Magna ahora incluye estas líneas: “Queda prohibido el maltrato a los animales. El Estado mexicano debe garantizar la protección, el trato adecuado, la conservación y el cuidado de los animales, en los términos que señalen las leyes respectivas”.

Como toda reforma de envergadura, requerirá que una serie de normas y procedimientos se creen o ajusten. La iniciativa aprobada estipula 180 días naturales para que se expidan las leyes correspondientes a fin de hacer viable ese cambio constitucional.

En medio de ese plazo, y luego de que Sheinbaum declarara en la mañanera en el mismo sentido, en la Ciudad de México la jefa de gobierno propuso crear espectáculos taurinos sin violencia. Este martes quedó aprobada por la diputación capitalina esa aberración.

¿Por qué aberración? Porque no hay toro bravo sin un proceso de maltrato a las vaquillas. Las madres de los ejemplares que llegan a una plaza son picadas en el lomo en una tienta. Las que no resisten el castigo, son desechadas, es decir, no procrearán toros bravos. Punto.

Por ende, la idea adoptada por Brugada (la opinión pública desconoce si tan singular propuesta es de autoría de la jefa de gobierno) surge de un sin sentido. Si hay toro bravo, hubo acción cruenta en contra de su madre. Aquí sí que es fácil saber qué fue primero, el huevo o la gallina.

Y si ese principio elemental de la selección de la bravura del toro no fuera suficiente para que las autoridades hubieran desistido de tratar de darle la vuelta a la Constitución, está el elemento clave que, para quienes aceptan esa afición, da sentido a la llamada fiesta brava.

Por décadas se ha denunciado que tramposos matadores, ventajistas apoderados y corruptas autoridades (sin desdeñar a aficionados alcahuetes) han dañado a la tauromaquia al socavar la integridad del toro, al que cortan astas y/o golpean para reducir su peligrosidad.

Sin riesgo, las corridas de toros no tienen razón de ser. Y a pesar de ello, gente del ambiente taurino ha contribuido a desprestigiar la fiesta degradando al único que no podía protestar de viva voz: ojo, incluso a ganaderos les ha faltado vergüenza para defender a sus criaturas.

¿Hace falta decir que, a diferencia de muchos otros espectáculos y tradiciones, las autoridades municipales o estatales tienen que vigilar no solo cuestiones de protección civil en una plaza, sino que es, a final de cuentas, el gobierno el responsable de que el toro sea respetado?

Para que el espectáculo taurino se lleve conforme a la tradición y la norma se ha de resguardar la integridad del toro, es decir, la posibilidad de que en una corrida haya riesgo, de que el encuentro toro-torero no esté exento siempre de peligro mortal para el segundo.

Si una justificación aún tenía una corrida de toros en tiempos en que para bien poco a poco se instala una nueva cultura en contra del maltrato animal, esa era que el riesgo daba al toro al menos la dignidad de no ser una presa fácil, de defenderse en toda regla.

Claro, habrá quien piense que eso de la igualdad de condiciones entre torero y toro es un sofisma dado que el segundo tiene el auxilio de picadores, banderilleros, monosabios e incluso de otros matadores. En fin, así era la fiesta. Y así, sin remiendos, debería morir.

Las corridas sin maltrato al animal son un invento normativo sin futuro, una renuncia de las autoridades capitalinas y una salida en falso frente a un nuevo precepto constitucional que vale mucho la pena defender: entre las cosas que en efecto no tienen dos lados también está la ley.

El toro no nació para que lo exhiban en un ruedo con las astas —su defensa— anuladas mientras unos señores intentan darle trapazos.

Si Brugada y Sheinbaum actuaran a la altura de las circunstancias, la sociedad mexicana tendría la posibilidad de aprender que una vez que una costumbre, así sea centenaria como la taurina, a la luz de una nueva conciencia se vuelve intolerable, se legisla y se acata.

En cambio, cuando con disimulo se busca dar la vuelta a la ley se acaba como hoy: con un remedo que impide avanzar juntos a una cultura de cero maltrato a los animales en las plazas, sí, pero también en los mercados, en los rastros, en el transporte de aquellos que serán sacrificados, en los palenques y en los pialaderos de las charreadas.

Hay cosas que solo tienen un lado. Brugada y Sheinbaum pretenden convencernos de que cumplir la Constitución no es una de esas.

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