¿Qué se puede decir que no se haya dicho ya de ‘Emilia Pérez’?
La película fracasa estrepitosamente porque se pone más atención a la verosimilitud de los acentos de las actrices que a la naturaleza humana como lo había planteado su director
Emilia Pérez sigue la historia de Rita Mora Castro, una abogada que recibe la oferta del poderoso narcotraficante Juan “Manitas” Del Monte, quien desea someterse, de manera encubierta, a una cirugía de cambio de sexo. Después de la operación, Manitas finge su muerte y adopta la identidad de Emilia Pérez, comenzando una nueva vida, primero en Europa y luego en Ciudad de México. Tras cuatro años, decide reunirse con su esposa, Jessi Del...
Emilia Pérez sigue la historia de Rita Mora Castro, una abogada que recibe la oferta del poderoso narcotraficante Juan “Manitas” Del Monte, quien desea someterse, de manera encubierta, a una cirugía de cambio de sexo. Después de la operación, Manitas finge su muerte y adopta la identidad de Emilia Pérez, comenzando una nueva vida, primero en Europa y luego en Ciudad de México. Tras cuatro años, decide reunirse con su esposa, Jessi Del Monte, y sus hijos, presentándose como una prima lejana del fallecido Manitas. Mientras se adapta a su nueva vida en el país, Rita y Emilia tienen un encuentro casual con la madre de un niño desaparecido, lo que hace que Emilia reflexione sobre su pasado criminal y la lleva a fundar un colectivo de búsqueda de desaparecidos llamado La Lucecita. Mientras tanto, Jessi le confiesa a Emilia que desea casarse con un viejo amor, el también criminal Gustavo Brun, y, por supuesto, llevarse a sus hijos con ella. Esto despierta en Emilia el temperamento velado del Manitas y decide cancelar todas las cuentas bancarias de Jessi. En represalia, Jessi y su amante deciden secuestrar a Emilia, lo que lleva a un tiroteo y una persecución entre los implicados, acabando en la muerte de todos ellos y convirtiendo la figura de Emilia Pérez en una Santa.
La idea de que un narcotraficante decida hacerse un cambio de sexo me parece muy atractiva, por decir lo menos. No sería la primera vez que se pondría sobre la mesa el tema de la masculinidad nacional (Ripstein lo hizo con El lugar sin límites en el ‘78), especialmente cuando se trata de un arquetipo hasta cierto punto intocable, como lo es el narcotraficante mexicano. Sin embargo, el discurso elige centrarse en un personaje que intenta cambiar de vida, pero que se ve arrastrado por su pasado o carácter criminal, por simplificarlo de alguna manera. Este tópico, ampliamente explorado en otros filmes como Carlito’s Way (1993), A History of Violence (2005), o incluso The Godfather Part III (1990), queda opacado por una serie de descuidos que han sido señalados hasta el cansancio en la redes sociales: la falta de rigor en la investigación, el sistema de producción que te obliga a acotar la selección del casting, las locaciones, las fallidas declaraciones de su director etc.
Creo que, a estas alturas del fenómeno en que se han convertido, valdría la pena preguntarnos por qué Emilia Pérez molesta tanto. No porque quiera echarle más leña a nuestro patriotismo exacerbado, sino para hacer una reflexión hacia algo más profundo y sobre todo más constructivo. ¿Cómo elaboramos estas formas de narrativas para entender la violencia? ¿Cuáles son los arquetipos que nos representan? ¿Qué impacto tienen estas películas en nosotros? ¿Ayudan por ejemplo a empatizar con las víctimas o preferimos voltear hacia otro lado? Para mí, Emilia Pérez fracasa estrepitosamente porque se pone más atención a la verosimilitud de los acentos de las actrices que a la naturaleza humana, como lo había planteado su director.
Pero que, acaba funcionando en el sentido de que se está generando una conversación que si mal que bien expone nuestros intereses a según las diferentes realidades, pero hay algo en toda esa mengambrea que si le rascas un poquito se llega a una idea más o menos reveladora. Solo por eso habría que voltear y ver las distintos retratos que se han hecho del país en los últimos años. Poco se habla, por ejemplo, de la imagen impoluta del México de los años 40 que hace Luca Guadagnino en Queer (2024), o de como una madre colabora con el ejército para recuperar a su hija en La Civil (2021); también hay que poner atención de como nosotres los realizadores mexicanos nos sumergimos en estos temas, ahí está Sin señas particulares (2020), Sujo (2024) Ruido (2022); o Te nombré en Silencio (2021), por mencionar algunos. La regla debería ser cuestionar, discutir y empatizar; esa es en buena parte la función del cine. Lo digo sin romanticismos, desde lo práctico.
Pero para eso hace falta ir al cine y ver las películas. Me atrevería a decir que un 80 % de quienes hablan sobre Emilia Pérez ni siquiera la han visto o, si lo han hecho, ha sido de manera parcial, lo cual resulta bastante desesperanzador. Así que, si usted tiene la oportunidad y el tiempo, no se deje llevar por lo que dicen los demás: aléjese del ruido de las redes sociales, invite a alguien (esto es muy importante) y atrévase a ver Emilia Pérez (y por supuesto las demás películas nacionales). Hágase de una opinión propia y discútala. Sea parte de la conversación. No tiene por qué gustarle, pero no se deje arrastrar por lo que dice una turba furibunda. Desconfíe de todo, incluso de esta crítica.