Toribia: el adiós a nuestros animales familiares

Miles de canes o gatos no tienen biografías así de aplaudidas como la de Toribia, todos esos animales familiares nos mejoran la vida. Cuidarlos nos hace mejores de lo que éramos

Toribia, en un retrato sin datar.Antonio Ortuño

Las vidas de nuestros perros y gatos corren paralelas a las nuestras. Tener un animal a cargo es una responsabilidad y también una prueba, pero, además, puede ser una felicidad. Una que la vale la pena celebrar. El miércoles 8 de enero murió Toribia, mi bellísima perra beagle. Tenía casi catorce años y un veloz cáncer de hígado la dobló en las últimas semanas. Había sobrevivido ya a uno de tiroides, del que se recobró por completo, pero esta vez no hubo modo....

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Las vidas de nuestros perros y gatos corren paralelas a las nuestras. Tener un animal a cargo es una responsabilidad y también una prueba, pero, además, puede ser una felicidad. Una que la vale la pena celebrar. El miércoles 8 de enero murió Toribia, mi bellísima perra beagle. Tenía casi catorce años y un veloz cáncer de hígado la dobló en las últimas semanas. Había sobrevivido ya a uno de tiroides, del que se recobró por completo, pero esta vez no hubo modo. Al menos no sufrió. La operaron, vieron que no era posible ningún tratamiento curativo o paliativo, y ella se durmió en paz.

Toribia nació en Zapopan, Jalisco. Sus padres, beagles de pura cepa, llevaban los lustrosos nombres de María Eugenia y José Roberto. Nos la entregaron en adopción a las ocho semanas de parida. Fue la reina del hogar desde que llegó a olfatearlo y se volvió la amiga eterna de mis hijos. Una parte considerable de nuestras conversaciones caseras tenían que ver con sus actividades, sus robos de comida (los de su raza son grandes glotones), y sus manías: era un can tan excéntrico como Snoopy, el de las tiras cómicas, personaje inspirado en el comportamiento a veces insondable de los beagles.

¿Por qué excéntrica? Su raza es cazadora, pero ella atrapaba y luego dejaba ir a palomas, conejos, ardillas y hasta bichos, como esos pescadores deportivos que devuelven los peces al agua. Nunca supimos por qué. Era veloz para capturar, pero más veloz para desentenderse de las presas. Tampoco le gustaba ensuciarse. Rodeaba los charcos, se alejaba de los terregales y el lodo. Y nunca, ni con entrenamiento, le dio la pata a nadie. El gesto de retirar la pata y mirar con desaprobación al que intentara tomársela era su sello.

Toribia, en un retrato sin datarAntonio Ortuño

Se mudó con nosotros cinco veces, incluida una mudanza de continente a Alemania. Paseó por las calles de su Guadalajara, y también por la Ciudad de México, Ámsterdam y Berlín. Fue un perro sano y sereno. Sin contar el primer brote de cáncer, del que salió adelante, no padeció enfermedades, hambre, sed, soledad o abandono un solo día. Irradiaba bienestar y devolvía en afecto todas las atenciones que se le dieran. Durmió a los pies de mis hijos cuando enfermaron. Los acompañó en los muchos periodos de duelo que sufrieron en estos años, en la atroz pandemia, en las vísperas de exámenes, en trabajos nocturnos, citas con pretendientes, juegos y paseos. Se dejó sobornar con jamón para ser disfrazada de princesa, beduino, jugadora de beisbol, lo que fuera. Todo lo que escribí durante los últimos catorce años fue con ella, mirándome trabajar desde el más cercano sofá o tendida a mis pies. El último año durmió en mi cama. A veces, en noches de frío, se tapaba con el edredón.

Fue también una estrella de las redes sociales. Ninguno de los asuntos que he compartido públicamente a lo largo de estos años ha sido tan celebrado como los retratos de Toribia (y de Laika, su socia, nuestra perrita criolla rescatada). Me sucedió ir de paseo con ella por la calle y que algún desconocido nos detuviera para saludarla llamándola por su nombre. Era puro carisma. Al fallecer, tuvo algo similar a un funeral de Estado: recibimos condolencias de tres premios Ribera del Duero, tres Alfaguara, tres Premios Sor Juana, un Herralde, una Biblioteca Breve, y también de secretarios de Cultura, editores literarios y de medios, innumerables colegas y amigos narradores, directores de cine, actores y productores, periodistas, fotógrafos (en su día, ella posó para las lentes de muchos y muy notables), poetas, académicos, provenientes de todo el orbe hispánico y de Alemania, Holanda, Italia, EU, Francia…

Miles de canes o gatos no tienen biografías, así de aplaudidas, claro. Pero, igual que Toribia, todos esos animales familiares nos mejoran la vida. Cuidarlos, procurarles la mejor cotidianidad que podemos, nos hace mejores de lo que éramos. Descreo (más bien, me alejo todo lo que puedo) de quienes explícitamente detestan a los animales o de esos farsantes que les gruñen a quienes se ocupan del bienestar de uno (o muchos) por “dejar de lado a los humanos”, como si el reclamante fuera un afanoso salvador de vidas y no, como sucede abrumadoramente, un amargado que jamás ayuda a nadie.

Lord Byron, hemos de recordar, dedicó uno de sus mejores poemas al epitafio de su perro Boatswain, “una criatura bella, sin vanidad, fuerte, sin insolencia, valiente, sin ferocidad…”. Yo no tengo su talento. Solo puedo decir que extraño y extrañaré a Toribia, pero ella nos dio tanta felicidad que me es imposible entristecer y vuelvo a sonreír al recordarla. Que así sea con siempre con nuestros animales caseros. Buenas noches, dulce princesa.

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