La prensa y el sexenio

López Obrador desespera ante el hecho de que su mañanera no logró, a pesar de todo su esfuerzo y toda la utilización de recursos públicos, ser la fuente primordial de información

Andrés Manuel López Obrador, durante su conferencia de prensa matutina en el Palacio Nacional en enero de 2024.Isaac Esquivel (EFE)

Del golpe echeverrista a Excélsior al lopezobradorismo de por encima de la ley está la autoridad moral del presidente. Y falta para el fin del sexenio, lo que obliga a prever, y más con la elección en marcha, que la tensión entre Palacio Nacional y la prensa escale y lo mismo los costos de ese choque.

Cada cual a su estilo, quienes han ocupado la silla del águila desprecian a los medios de comunicación. Con lisonjas, preb...

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Del golpe echeverrista a Excélsior al lopezobradorismo de por encima de la ley está la autoridad moral del presidente. Y falta para el fin del sexenio, lo que obliga a prever, y más con la elección en marcha, que la tensión entre Palacio Nacional y la prensa escale y lo mismo los costos de ese choque.

Cada cual a su estilo, quienes han ocupado la silla del águila desprecian a los medios de comunicación. Con lisonjas, prebendas, negocios, embute, acoso o mera publicidad, procuraron favorables coberturas o al menos bajar el volumen para que no fueran tan sonoras las negligencias gubernamentales.

No hay presidente que se salve: despido de conductores y columnistas, forzar el cambio de fuente del reportero, castigo publicitario porque no pagan para que les peguen, chantajes, boicots con ayuda de empresarios, amenazas, premios a competidores, condicionar acceso, auditorías…

De todo se ha visto sexenio tras sexenio. En el actual se ha ido aún más lejos: es la mañanera rebosante de patiños y es el ciberacoso en internet que en un momento dado se denunció como la “red AMLO”; es el pago de publicidad a aliados del pasado y el castigo a quienes no se sometan; es la calumnia, el denuesto y la ilegal revelación de información personal de periodistas que le resultan incómodos; es la orden de ataque a una corresponsal revelando su número telefónico, y es cerrar Notimex y usar los medios públicos para acosar a extraños y consentir a los propios.

Andrés Manuel López Obrador decidió que en su presidencia hubiera un prácticamente todo vale con respecto a la prensa. Su determinación proviene de una lección aprendida en propia piel. Los medios fueron peldaños de la escalera que le ayudó a subir a la cima, para qué permitir que otros la usen.

Dicho como está que el actual mandatario cuenta y utiliza diversos arietes para imponer su propaganda sobre la información, hay que apuntar, sin embargo, que este embate se nutre del poder institucional de la presidencia de la República, y de su liderazgo social construido por décadas.

Con tales investiduras pretende socavar la credibilidad de todo reporte o periodista que ponga en duda la probidad de su Presidencia, incluidos hijos mayores, hermanos, colaboradores de antaño o recientes. Y lo mismo con respecto a la pertinencia de sus políticas o la veracidad de sus afirmaciones.

El traje reservado para la prensa en su sexenio era el de vasallo. Y quien no aceptara conceder antes que cuestionar, creer antes que investigar, analizar antes que solo transmitir, iría a la galería de los enemigos de esta nueva era donde por decreto no existen nepotismo, influyentismo ni corrupción.

En ese intento ha empeñado el tabasqueño sus energías matutinas durante cinco años y medio. Empero, el balance no necesariamente se inclina a su favor, por más que él promueva como demostración de ello su popularidad e incluso las probabilidades de que su movimiento gane bastante en 2024.

La prensa funciona a pesar del Gobierno, incluso en tiempos de Andrés Manuel. Así fue cuando el poder era monopolizado por la presidencia, así es hoy que hay más variedad de mecanismos para publicar y más posibilidades de evitar la imposición de una sola verdad, de una única visión.

Porque en México siempre han existido periodistas que se afanan en que se lea lo que el poder no quiere que se publique, y dado que los gobiernos son imperfectos, y los que se niegan a reconocerlo más errores afrontarán, López Obrador va perdiendo, y perderá, la batalla de la información.

El presidente privilegió la posibilidad de emprender un cambio de régimen. En su lógica, tan radical decisión implicaba no atender denuncia alguna porque reduciría credibilidad y margen de acción. Escándalos por corrupción o ineficiencias serían echados bajo la alfombra siempre.

La prensa encontró bien pronto que su Gobierno era todo menos virtuoso al operar contratos o administrar el erario. Aun antes de la pandemia hubo desvíos e ineficiencia en compras de medicinas; y de ahí saltamos a Segalmex, una caja que todavía deparará sorpresas, y no solo para Morena.

Se ha vuelto costumbre reservar la información con el cuento de la seguridad nacional, pero ni eso ha impedido que se conozcan singulares viajes y propiedades del general secretario, sobrecostos de la refinería que a meses de ser inaugurada no refina, farmacias que no surten ni alivian escasez, etc.

Esa cauda ha llegado al punto que ahora está bajo la lupa el entorno del presidente mismo, sea porque cercanos a sus hijos habrían visto que a ellos sí les hace, parafraseando el cinismo de tiempos priistas, justicia la transformación, ya sea porque se investigan supuestos narcosobornos a viejos colaboradores.

Acorralado, el presidente se pasó prácticamente todo febrero hablando del complot del mes. Atacó a mensajeros, pero no pudo obviar el mensaje, las investigaciones, canceladas o solo suspendidas, de entes de Washington sobre presunto financiamiento ilegal a su entorno político.

En ese contexto, cada nueva revelación de supuestas irregularidades en contratos del tren Maya muestran que el presidente que prometió barrer la corrupción de arriba hacia abajo ni un par de peldaños habría alcanzado a despejar.

El fin del ciclo sexenal, incluso en condiciones de alta probabilidad de continuismo, está marcado por disputas de poder, internas y externas, y por pérdida de control del jefe máximo que hacen previsible que lejos de amainar, los escándalos solo aumentarán.

Eso ocurrirá no nomás porque sus adversarios, o quienes dentro del mismo movimiento se sientan maltratados en esta época de reparto de las nuevas posiciones, estarán dispuestos a filtrar o validar asuntos que las y los periodistas llevan tiempo investigando.

Se dará porque al final de cuentas es en la prensa en donde existe un verdadero debate sobre los méritos y defectos de los proyectos de nación que se disputan el Congreso, las gubernaturas y la presidencia de la República.

López Obrador desespera ante el hecho de que su mañanera no logró, a pesar de todo su esfuerzo y toda la utilización de recursos públicos, ser la fuente primordial de información. Pravda no nació, y el siguiente paso para instalar censura o persecución a otro nivel, afortunadamente, no se dio.

Periodistas de múltiples medios han defendido sus espacios y posturas, tribunas cuyos trabajos en otros sexenios, no sobra repetirlo, fueron utilizados por el lopezobradorismo para cuestionar, con legítima razón, aberraciones de quienes le precedieron en Palacio Nacional.

Así como sus antecesores terminaron frustrados porque lo que imaginaron grandes proezas fueron, si acaso, incipientes pasos en la dirección correcta, que encima apenas si eran ponderados a la luz de todo tipo de fracasos, así ocurrirá hoy: la política social no compensará el desastre en salud, por ejemplo.

Ello no será, sin embargo, culpa de la prensa. Esta habrá hecho, con mayor o menor profesionalismo, lo mismo que frente a cada gobierno: registrar y divulgar las promesas iniciales, y darle seguimiento a cuánto de ello se queda en la lista de las cien cosas que seis años después son papel marchito.

Y lo contrario también se debe apuntar. La prensa no tiene por sí misma el mérito de ser un contrapeso del poder. Si algo de ello efectivamente ocurre, más que por los periodistas que la componen, es por los públicos que se la apropian y demandan noticias, información, contexto y análisis.

El lopezobradorismo quiere ser un movimiento de masas, un monolito que se retrata en el Zócalo o en otras plazas con frecuencia. Ese fenómeno político, por más exitoso que luego presuma ser, no sustituye en forma alguna la verdadera plaza pública que desde hace tiempo son para los mexicanos sus medios. Todos y particularmente la suma de todos.

De manera que a nivel nacional, y en cada Estado donde ocurra, fracasarán el presidente y sus émulos en el intento de imponer la verdad oficial como la única materia que se requiere para que la ciudadanía tome decisiones.

Que el mal ejemplo presidencial del desprecio a quienes buscan información y cuestionan al poder haya cundido en demasiados mandatarios estatales, no perturba el compromiso de los periodistas por buscar la información que las audiencias les demandan.

Porque la prensa no es sino el medio de una sociedad plural y diversa. El espacio político, no sin defectos y problemas específicos, construido por todas y todos. Y ya van varios presidentes que, al pretender dejar a oscuras esa plaza, fracasan. Por eso la prensa prevalecerá.

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