“Holy fucking shit!” La noche que Garbage le dio a México
No sé si el niño de los 11 años estaría satisfecho con el adulto que soy ahora, pero sé que estaría muy feliz de saber que Garbage sigue siendo parte de mi vida
Era 1998 y yo tenía 11 años, ese día tomaban la foto de grupo de mi salón y yo decidí que usaría el momento para dar un statement de personalidad. Para mi versión de los 11 años, eso significó colgarme una foto de Garbage en la playera y así anunciarle al mundo, y a la posteridad, que yo era un rockero. Este gesto sutil e ingenuo de la infancia pudo haber culminado en una tragedia posterior, algún recuerdo imborrable de un infame gusto músical de mis años tiernos, pero no fue así. Nunca dejé de escuchar a Garbage, de seguir sus discos y admirar su talento. El lunes pasado en el Foro Pep...
Era 1998 y yo tenía 11 años, ese día tomaban la foto de grupo de mi salón y yo decidí que usaría el momento para dar un statement de personalidad. Para mi versión de los 11 años, eso significó colgarme una foto de Garbage en la playera y así anunciarle al mundo, y a la posteridad, que yo era un rockero. Este gesto sutil e ingenuo de la infancia pudo haber culminado en una tragedia posterior, algún recuerdo imborrable de un infame gusto músical de mis años tiernos, pero no fue así. Nunca dejé de escuchar a Garbage, de seguir sus discos y admirar su talento. El lunes pasado en el Foro Pepsi esa larga travesía que me ata al grupo llegó a su cúspide. Garbage y yo tocamos la plenitud en el mismo momento. “Holy fucking shit Mexico City. Maybe the best night of our lives!” escribió el grupo en su cuenta de Twitter. De alguna extraña forma la noche del lunes fue también una travesía por mi propia mi vida.
“No debería de decir esto, pero no puedo evitarlo, ha sido un año de mierda” dijo Shirley Manson. Sus palabras eran sinceras, había un dolor visceral, palpable cuando presentó Push It, como su canción favorita del grupo. Es raro que un artista se abra tan plenamente. En el mundo de las redes sociales, donde todo mundo se esfuerza por pretender lo “perfecta” que es su vida, se siente extraño escuchar a alguien que se permita ser vulnerable sin miedo ni limitaciones. Me imagino que no siempre le fue fácil a Shirley Manson, pero en las últimas décadas se ha vuelto una referencia para miles de personas que se sienten atrapadas, diferentes o disociadas de su entorno. Shirley aprendió a compartir su propia experiencia, su alienación y su dolor, y gracias a ello, muchos nos hemos podido encontrar en sus palabras. Hace unos años, publicó una editorial en el New York Times sobre la autoflagelación, sus palabras abrieron camino a una conversación sana y necesaria sobre la salud mental y la identidad.
Para mi Push It también viene cargada con un cierto dolor. Mi grupo de música, LEZ, la tocaba en conciertos por el simple gusto de poder escuchar esta canción que todos amábamos. De alguna forma, nos recordaba los momentos más felices de la vida. Para Balti, el vocalista de LEZ, Push It era el momento del concierto en que se podía entregar a la liberación de su espíritu desbordado, pasional, destructivo. El lunes pasado canté Push It pensando solo en él, en las decenas de veces que lo escuché gritar ese coro poderoso como si al hacerlo liberara sus demonios: “Este es el sonido que me mantiene despierto, mi cabeza explota y mi cuerpo duele” gritaba… pero la canción acababa y los demonios volvían.
En el concierto de Garbage escuché su voz entre las notas y vi sus ojos entrecortados por la estática que separan a la vida de la muerte; la memoria flaquea y de pronto me hace darme cuenta que ya no me acuerdo de los ojos de Balti aunque no pueda olvidar su mirada. Balti murió hace un año y medio, y la última vez que vino Garbage a México cantamos Push It abrazados, recordando porque en un primer momento, a los 15 años, habíamos decidido tocar música juntos. Ese era el “sonido que nos mantenía despiertos”, hasta que un día ni siquiera el sonido pudo con la carga. El lunes canté Push It como si fuera mi única manera de raspar su recuerdo, de alzar los dedos y tocar los contornos de su existencia.
La música le debe más a Garbage de lo que ha sabido reconocer. Su actitud recta y feroz, esa insistencia en lo real en un mundo de falsedades, su música multidimensional pero siempre genuina, y sobretodo Shirley Manson, su integridad y la lucha feroz que ha emprendido por las mujeres, las periferias, las minorías, por lo que se atreven a ser humanos.
En 1994 Garbage irrumpió en la escena musical con un disco que indagaba en la complejidad del ser, canciones como Queer se adelantaron muchos años a los movimientos de aceptación de la diversidad. Garbage le dio voz a los que nunca la habían tenido. En 2001 Beautiful Garbage salió y con ello una serie de canciones que cargaban en su belleza musical temáticas profundas y muchas veces complejas: Androgyny, sobre la diversidad sexual y de género, Silence is Golden, sobre una violación, Cherry Lips sobre una persona trans y So Like a Rose sobre un suicidio. Todo esto dos décadas antes de que esos temas salieran al debate público y en uno de los discos más hermosos y más subestimados de la historia.
Con el tiempo, la sutileza de Beautiful Garbage se transformó en urgencia y Garbage se volvió más confrontacional. Entre la elegancia con la que Shirley cantaba “sangra como yo” en 2005, a “Los hombres que gobiernan al mundo, han hecho un pinche desmadre” en 2021 , o de “el silencio es dorado, pero he sido rota” a “¡Fuck the violator!” caben todas las aristas de la lenta transición de un mundo que por fin ha decidido hablar de lo que Shirley Manson lleva cantando décadas. Los tiempos por fin alcanzan a Garbage, a ver si se mantienen a su paso.
Pero no todo es política ni mensajes sociales y esa lenta transición también ha ocurrido en un nivel más personal. Garbage es ante todo un grupo que logra abarcar todos los espacios sentimentales de la vida. El lunes escuché Cup of Coffee, la canción con la que lloré por primera vez por un amor no correspondido. Yo tenía 13 años y al poner esta canción me quebré en llanto. Ahora pienso en el tiempo transcurrido, en la gente que pasa por tu vida y no vuelve, como la niña de los 13 años que ese día -y muchos otros- me hizo llorar. Las canciones se vuelven biografía y yo puedo trazar mi historia con ella a través de la discografía de Garbage. Ella, a la que primero le dediqué You Look so Fine, luego Special y finalmente un día lluvioso de 2001, Cup of Coffee.
Recuerdo como soñaba en que un día reconociera mi importancia en su vida y me dedicara la letra de Drive you home: “Es chistoso como, incluso ahora, tu me apoyas a pesar de todo lo que te he hecho…” Eso nunca sucedió, pero unos años después, en 2003, recibí un correo que decía: “Estuve en el caribe, fue hermoso, vi las estrellas una noche y me pregunté si tú también podrías verlas aunque estuviéramos tan lejos. También escuche esa canción de Garbage, Stupid Girl, me recordó a mi misma contigo.” Para entonces teníamos 15 años, estábamos descubriendo la vida y Garbage había envuelto nuestra historia como una banda sonora. Su auto-dedicación de Stupid Girl pudo haber sido excesiva pero para mí fue lo más cercano que tuve a una disculpa y guardé ese mensaje como una de las maneras más hermosas y sutiles en que alguien me ha confesado que yo le importo. Ahora lo recuerdo con una sonrisa y una reflexión. ¿A cuántas personas no tendría yo mismo que dedicarle Drive you home? ¿Cuántas veces no me he merecido el Stupid Boy?
Las canciones son cicatrices, pasan, sanan pero dejan huellas que olvidamos hasta que un día pasamos el dedo por encima y entendemos la señalética de que hemos vivido. Garbage tiene varias cicatrices de mi vida y en el concierto en la Ciudad de México, Garbage tocó On Fire una joya poco conocida que fue la canción que usé para llevarme al sueño en una de las épocas más duras de mi vida.
También hay recuerdos más alegres, el lunes canté Only Happy When it Rains con el mismo entusiasmo con el que hace 20 años mi hermana y yo agobiamos a mis papás durante un viaje en coche a Canadá. Después de decenas de repeticiones, la apertura musical de mis padres llegó a su límite y nos prohibieron el disco por el resto del viaje. Escuché Cherry Lips y pensé en cómo Beautiful Garbage fue el disco que más ansiosamente esperé en mi vida. Reviví la sensación de tomar aquel objeto entre las manos y romper la esquina del plástico para abrirlo. Recuerdo la caja transparente y el libreto que se abría como los pétalos de una flor. Era la época de las tiendas de disco, de Mixup y sus filas, de las estaciones con audífonos para escuchar los discos. Yo me los puse y al escuchar Go baby Go sentí que era la mejor canción del mundo.
Es una buena noticia que grupos como Garbage sigan juntos y haciendo música. El dominio del pop/rock habrá pasado pero su importancia como propuesta conceptual sigue vigente. La música Garbage aporta al mundo arte pero también expresión, conciencia y lucha…mucha lucha. Entre los reflectores y las tendencias a veces es fácil marearse y olvidarse de lo que realmente es importante, Garbage no lo ha olvidado. Su música es auténtica y no busca agradar o conquistar, le habla a la tripa, al corazón, pero le habla también al cerebro. Su sonido podrá estar adornado de sonidos electrónicos, pero su música es profundamente humana. Y hay que decirlo, también es divertida…
Hace unos años me encontré a Shirley Manson en una fiesta y me acerqué tímidamente a saludarla. Se acordaba de mí porque la había entrevistado tiempo atrás, pero me extrañó que le diera gusto verme. Había estado tan intimidado por su presencia que aquella entrevista había sido -para mi- un fracaso. Sin embargo, me saludó con genuino interés y me confesó su incomodidad ante el entorno falso de la fiesta, el mundo de la farándula y su aspiracionalidad. Era sin lugar a dudas el personaje más famoso y reconocido del lugar, pero no le interesaba ser parte de la farsa y le incomodaba la pretensión que nos rodeaba. Había un par de actores de Hollywood y muchos influencers mexicanos más interesados en tomarse una selfie que en voltear a ver lo que sucedía a su alrededor. Esa noche Shirley, su esposo, una amiga y yo nos escapamos de las luces y comimos tacos y bebimos cerveza.
Unos meses después me mandó un mensaje diciéndome que venía a México y quería adentrarse en las entrañas de la ciudad. El niño de los 11 años, con sus lentes chuecos y su foto de Garbage, acabó en el Salón Tenampa con el ídolo de su infancia hablando de música, política y vida, mucha vida. Esa noche anduvimos por la ciudad como dos personajes de Los Detectives Salvajes, caminamos por el centro, fuimos a las luchas, y acabamos en un salón de baile. Fue un momento de respiro en la antesala de una tormenta que me esperaba. Luego llegó la muerte de mi mamá, la pandemia, y muchas otras cosas. Recuerdo esa noche como un día feliz de mi vida, el mirador de un rascacielos en la geografía de mi historia, un rascacielos con vista panorámica, desde ahí se ve mucho, pero hay muy poco que esté a la misma altura. Esa noche supe que estaba frente a un personaje trascendental, verdadero, una guerrera demasiado feroz para el ojo astigmático de la historia de la industria músical. Recuerdo que pensé todo eso y luego cambié mi enfoque, estaba ante todo frente a un ser humano sencillo, real, bueno.
El lunes Garbage tocó When I Grow Up, la primera canción que escuché de ellos y la que me enamoró. Fue a mis 11 años, meses antes de la foto de grupo de mi escuela, cuando todavía escuchaba la letra y pensaba en el futuro. Ahora es alreves, escucho When I Grow Up y pienso en el pasado. Ya crecí. No sé si el niño de los 11 años estaría satisfecho con el adulto que soy ahora, pero sé que estaría muy feliz de saber que Garbage sigue siendo parte de mi vida. En 2001 mi mamá me acompañó al primer concierto de Garbage al que fui, hace 3 años Balti me acompañó al último, ahora ya no están ninguno de los dos, pero la música sigue, y eso es lo que me mantiene despierto.
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