Ig Nobel
No conozco a los escritores que suelen revelarse a toro pasado como una cuenta pendiente y deseo de corazón que la lectura del recién galardonado escritor tenga a bien iluminar y callarme la boca
Una vez más, desconozco enteramente al galardonado con el Premio Nobel de Literatura y deseo confirmar a los miembros de la Academia Sueca que aún no me aprendo bien nombre y apellidos del ganador, aunque pretendo enviarle una sincera felicitación no exenta de una honesta alusión a la sana envidia: yo también quisiera que se me reconociera sin reconocerme; es decir, que me gane un elogio por un párrafo sin que el improbable lector de ese párrafo sepa que me está chuleando en mis propias narices. Hubo una rara ocasión en que logre publicar un cuento en la revista de una aerolínea y en pleno vue...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Una vez más, desconozco enteramente al galardonado con el Premio Nobel de Literatura y deseo confirmar a los miembros de la Academia Sueca que aún no me aprendo bien nombre y apellidos del ganador, aunque pretendo enviarle una sincera felicitación no exenta de una honesta alusión a la sana envidia: yo también quisiera que se me reconociera sin reconocerme; es decir, que me gane un elogio por un párrafo sin que el improbable lector de ese párrafo sepa que me está chuleando en mis propias narices. Hubo una rara ocasión en que logre publicar un cuento en la revista de una aerolínea y en pleno vuelo, allá arriba entre nubes, no pude contener mi vanidad y me acerqué al hombre que leía con aparente diversión y le confié que yo era el autor de ese relato… tan sólo para recibir una majadera reprimenda donde me sacó de la cabina subrayando que era el piloto de la nave y que no tenía yo razón para distraerlo en pleno vuelo.
Dicho la anterior quiero declararme públicamente merecedor del Premio Ig Nobel, por ignorante una vez más, por aceptar con acto de contrición y una leve penitencia que no tengo ni idea (y a veces, ni ganas) de mantener absolutamente actualizadas las antenas de lectura y dominar la mnemotecnia que me permita triunfar en sobremesas y en el gimnasio con el infalible acervo irrebatible de nombres de autores y títulos de obras de todos los idiomas, culturas y continentes. ¡Ah, qué belleza poder intercalar en mi rutina diaria de spinning la inobjetable sabiduría cuando la del leotardo de leopardo me pregunte “¿sabes de algún buen palindromista peruano?”! Sería maravilloso intercalar en el CrossFit un elogio para ese aún desconocido novelista de Islandia que habla a solas con la nieve o recomendar los versos intemporales de una musa tailandesa que se parece misteriosamente a un niño que actuó en películas de Indiana Jones… Mea culpa, no conozco a los escritores que suelen revelarse a toro pasado como una cuenta pendiente y deseo de corazón que la lectura del recién galardonado escritor nativo de Tanzania, afincado en Inglaterra, tenga a bien iluminar y callarme la boca con cualesquiera de sus libros, aunque aparentemente solo tiene un título traducido al español y dependo de las ediciones en inglés para intentar abrazarlo.
El Premio Ig Nobel es un satírico invento de unos orates que desde 1991 premian a una decena de proyectos científicos absolutamente risibles y aparentemente inútiles. Ya se ha dado el caso de que uno de los galardonados con el ese reconocimiento a la Nada terminó por ganar un Premio Nobel de a deveras, pero en su hilarante palmarés la ceremonia anual de los Ig Nobel no incluye el rubro de Literatura para –por ejemplo— versos inaudibles para perros pequineses o novelas gráficas sin guion previo y crayola libre o poemarios de página en blanco (alejandrinos incluidos)… y por supuesto, tampoco habían considerado la categoría que me reconoce hoy mismo como Ig Nobel por ignorante, por no haber oteado en los estantes interminables del mundo los libros de un hombre que muy probablemente me ha de dar una sana lección en cuanto lo lea.
Deseo que la obra de Abdulrazak Gurnah me confirme que escribe el que escribe (y que no escribe el que no escribe), que el oficio conlleva muchas madrigadas de silencio y soledad, que la vida está siempre en otra parte y nunca basta para tantas ganas de abrazarte. Deseo que Gurnah me haga llorar con la tinta que clona la desesperación de los afligidos y el dolor de los que han sido víctimas de cualesquier forma de poder o racismo y quiero que sus libros me apoyen en el grito contra la ignorancia y el desparpajo de los imbéciles que solo destilan el Mal con mayúsculas y que su próximo discurso de aceptación en Estocolmo sea un elogio de la imaginación y la magia, una prestidigitación que sea también un bofetón para los engreídos y mamones, los que aseguran haberlo leído sin haberle visto jamás no solo las canas sino las páginas impresas y deseo que Abdulrazak Gurnah me ayude a callarle el hocico a por lo menos un advenedizo siniestro que se jacta de su diabólico complejo de inferioridad que hincha su cara ovoide y que las páginas del nuevo Nobel abatan las rejas de un ignorante que más parece mandril o gorila albino que posible lector de poesía y deseo que la obra entera del nuevo Nobel abone el ya no tan lejano paraíso en que todos leamos por el placer de multiplicar vidas contra toda la cerrazón e ignorancia de los obcecados doctrinarios que sólo quieren que memoricemos consignas y corazonadas mucho más cercanas a la mentira y el engaño que a la floración maravillosa de eso que llamamos literatura.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país