Elegir entre la incompetencia y la nada
A los mexicanos críticos e inconformes con el Gobierno, que son varios millones, los están orillando a votar con la nariz tapada por una oposición impresentable
Fue Baudelaire quien dijo aquello de que “el mejor truco del Diablo consiste en hacernos creer que no existe”. Así, según el poeta, el Maligno es capaz de infligirnos un daño más preciso y artero del que supondríamos: entre la incredulidad y desde la sombra. En México, me parece, sucede al revés que en las citadas líneas de don Charles. Tenemos un presidente, Andrés Manuel López Obrador, cuyo mejor truco es exactamente el contrario al de Satanás: nos ha hecho creer que existe. Y no solo que existe, sino que lo hace en todo momento y lugar. Nos ha hecho asumir que su poder tiene alcances infini...
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Fue Baudelaire quien dijo aquello de que “el mejor truco del Diablo consiste en hacernos creer que no existe”. Así, según el poeta, el Maligno es capaz de infligirnos un daño más preciso y artero del que supondríamos: entre la incredulidad y desde la sombra. En México, me parece, sucede al revés que en las citadas líneas de don Charles. Tenemos un presidente, Andrés Manuel López Obrador, cuyo mejor truco es exactamente el contrario al de Satanás: nos ha hecho creer que existe. Y no solo que existe, sino que lo hace en todo momento y lugar. Nos ha hecho asumir que su poder tiene alcances infinitos y que en este país, para bien o mal, no se mueve una hoja sin que él lo disponga.
Por supuesto que el presidente es visto como un ser omnipotente, antes que nadie, por sus adeptos. Ellos, ya lo sabemos, se esfuerzan todos los días por difundir la buena nueva de su palabra en las redes y los medios, por adivinar e intentar aplicar su voluntad en donde les corresponda, y por darse de codazos entre sí para destacarse del resto de la grey como el personero más leal, el militante más sumiso y el “cuadro” que mejor comprende el pensamiento profundo de su líder. Pero esa fe sin límites en el presidente no es exclusiva de sus canchanchanes: entre algunos de aquellos que López Obrador, cada bendita mañana, llama “sus adversarios”, la cosa es aún más seria.
La oposición política cubre de insultos al presidente, se mofa de cada una de sus lentas palabras (por lo general, sí, incongruentes, confusas o embusteras, y siempre rijosas), pero las atiende, sigue e interpreta como si las soltara el sabio Salomón. Así sean chistes, disparates, vilezas o necedades, las figuras que pueblan el discurso de López Obrador les marcan la agenda política a sus rivales. Y ahí los trae, saltando de la hipotética recuperación del penacho de Moctezuma al beisbol, de las charlas sobre los méritos de los héroes de las estampitas patrias a la falsa rifa de un avión, y de los ataques calculados a toda la inteligencia nacional a la alegre difusión de los dibujos que le regalan sus paleros. Cada guante que el mandatario les tira, lo toman y lo convierten en una bandera en su contra.
Y el problema es que la mayor parte de esos “guantes” no tienen pies ni cabeza como programa político, ni le interesan a nadie más allá del chisme del día, y López Obrador, me temo, lo sabe muy bien. Sus granadas de humo le permiten eludir, una y otra vez y en la medida de lo posible, lo esencial que le sucede al país que gobierna: que la pandemia ha arrasado las vidas de cientos de miles, y que la vacunación avanza como tortuga; que la economía va en picada y se han destruido miles de empleos e inversiones y han cerrado miles de negocios; que la violencia sigue, imparable y catastrófica, ensañándose contra los mismos de siempre, es decir, mujeres, niños, gente vulnerable; que los migrantes son tratados como ganado; que los mexicanos vivimos cada vez peor; y que el Gobierno dice tonteras, sí, pero les coloca golpe tras golpe al equilibrio de poderes y la institucionalidad misma del país.
Al seguir el son que la flauta de Hamelin del presidente les toca, sus opositores políticos se vacían de fuerzas y contenidos. En lugar de darse a la tarea de construir y promover un proyecto de nación alternativo y bien fundamentado, se regodean en señalar lo mal que hacen su trabajo López Obrador y sus acólitos. Pero no entienden que, al limitarse a reaccionar ante ellos, y al no proponer nada sólido y viable a cambio, se vuelven sus adherentes involuntarios.
Así vamos a llegar a las elecciones del próximo junio: con un Gobierno inepto, que no se cansa de meter la pata, y una oposición que solo sirve para constatar que el Gobierno mete la pata. ¿Quién se anima a elegir entre la incompetencia y la nada? A los mexicanos críticos e inconformes con el Gobierno, que son varios millones, los están orillando a votar con la nariz tapada por una oposición impresentable.
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