Vecinos distantes

Marcados por una incomprensión mutua, Estados Unidos y México están condenados a mantener una tensa relación al margen de quien habite la Casa Blanca

Trabajadores construyen el muro fronterizo entre Sonora (México) y Arizona (EE UU).Teresa de Miguel

Para México, ser el “vecino distante” de Estados Unidos ha sido una maldición. Compartir más de 3.000 kilómetros de frontera con el país más poderoso del mundo es un desafío brutal. La difícil vecindad la dejó clara hace 35 años Alan Riding, un periodista británico nacido en Brasil y radicado en México durante 13 años como corresponsal de The Financial Times, The Economist y The New York Times, quien estampó ese título en su libro que se convirtió en un bestseller (superventas). Desde entonces, la expresión “vecinos distantes” ha quedado sellada en la...

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Para México, ser el “vecino distante” de Estados Unidos ha sido una maldición. Compartir más de 3.000 kilómetros de frontera con el país más poderoso del mundo es un desafío brutal. La difícil vecindad la dejó clara hace 35 años Alan Riding, un periodista británico nacido en Brasil y radicado en México durante 13 años como corresponsal de The Financial Times, The Economist y The New York Times, quien estampó ese título en su libro que se convirtió en un bestseller (superventas). Desde entonces, la expresión “vecinos distantes” ha quedado sellada en la mente de los mexicanos.

El libro de Riding describe el conflicto entre el alma mexicana y el expansionismo estadounidense, países cuyas historias han sido marcadas por una profunda incomprensión mutua. El texto se inspiró en la opaca relación bilateral, una suerte de “matrimonio” obligado por la cercanía geográfica que nunca les ha permitido convivir en un ambiente de respeto mutuo. Han peleado por territorios donde México ha sido el perdedor.

Millones de mexicanos residen en el norte. Ahí necesitan su mano de obra barata y desde ahí, mandan miles de millones de dólares anuales en remesas. Por décadas, muchos mexicanos y estadounidenses han sido “socios” en el negocio del narcotráfico y el crimen organizado, hoy un tema ríspido que los une y los separa y por el que se culpan mutuamente. Aunque la ONU reconoce la corresponsabilidad, el centro de la discusión es el tráfico de armas que Estados Unidos ha defendido bajo la Segunda Enmienda.

Sus perspectivas han sido divergentes sobre migración, su centralidad, su urgencia y cómo abordarla. Aunque para el poderoso del norte, “América es para los americanos”, hoy tienen una relación comercial en la que Estados Unidos en general ha logrado imponer sus intereses.

La prioridad de la política exterior de México siempre ha sido contener, en la medida de lo posible, la hegemonía de Estados Unidos para sobrevivir la vecindad y mantener su soberanía.

Durante la Guerra Fría, la política multilateral fue un reto. México defendía la no intervención en los países de la región con Gobiernos de izquierda y buscaba evitar hostilidades entre la potencia del norte y América Latina. Fue el único país de la OEA que mantuvo relaciones diplomáticas con Cuba, contra la presión de Estados Unidos.

La dualidad diplomática y política mexicana de entonces ayudó a que los choques entre los “vecinos distantes” no se convirtieran en guerras abiertas desde la invasión de Veracruz en 1914. Pero, al estallar el conflicto de seguridad recíproco con el narcotráfico —aunado a los recientes casos de dos importantes secretarios mexicanos arrestados en Estados Unidos por presuntos vínculos con el narco—, la tensión bilateral ha revivido. No importa si los líderes intentan minimizarla. Ahí está.

En el pasado, Estados Unidos había optado por ignorar a México si su economía crecía, como durante el llamado “milagro mexicano” (1940-1982). Si su vecino mantenía una cierta estabilidad política, le importaba poco que hubiera corrupción y cero democracia; que hubiera matanzas, como en 1968; masacres y desapariciones, como bajo la presidencia de Felipe Calderón.

Esos márgenes de flexibilidad se han perdido en el camino. Con el primer Tratado de Libre Comercio (1990), México estrechó la alianza con Estados Unidos y se redujo su margen de “permisividad”.

Hoy, con el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien busca quedar bien con Dios y con el diablo, esa relación ha llegado al extremo: su política es de apaciguamiento con Donald Trump. Al presidente mexicano, el resto del mundo parece importarle poco, o nada.

Aunque se considera de izquierda, López Obrador busca evitar a toda costa un duelo con su homólogo del norte, un hombre de negocios “neoliberal” que ha llamado “criminales” y “violadores” a los inmigrantes mexicanos. AMLO ha optado por ignorar los insultos y convertirse en el polizonte de ambas fronteras. Pactó con Trump para detener el flujo irregular de centroamericanos en la frontera sur y desplegó efectivos de la nueva Guardia Nacional en el norte.

En medio de todo esto, la reciente reunión entre Trump y López Obrador —su primer viaje al extranjero—, no se convirtió en una batalla de egos con la patria como escudo. La idea era firmar el nuevo tratado norteamericano que ha amarrado las economías de México y Estados Unidos en otro “matrimonio” inevitable. Para lograrlo, hubo que vetar un tema engorroso: la migración de centroamericanos que antes cruzaban la frontera norte sin que México los detuviera, y el polémico muro, tema electoral para Trump, cuya construcción, insiste, México pagará.

Si bien es cierto que Estados Unidos tiene un enorme poder económico y político, muchos mexicanos se saben herederos de civilizaciones prehispánicas y eso los llena de orgullo. Aunque mexicanos y chicanos defienden su derecho a conservar sus raíces y batallan por mantener sus tradiciones, las generaciones jóvenes que crecieron en Estados Unidos sienten una franca admiración por los valores estadounidenses. Jorge A. Bustamante, investigador y fundador de El Colegio de la Frontera Norte, asegura que “mientras la mexicanización en Estados Unidos se ha dispersado, en la frontera entre México y Estados Unidos se percibe la aparición, en algunas zonas, de una sociedad y una cultura combinadas, medio estadounidenses y mexicanas”.

Ante este contexto, en la próxima elección del nuevo presidente de Estados Unidos, ¿Cuál de los dos candidatos sería menos nocivo para México y sus migrantes? Con o sin muro, para el sector privado, Trump podría ser el bueno. No le interesarían las cláusulas del nuevo tratado que requiere salarios y condiciones de trabajo decentes para la mano de obra mexicana en Estados Unidos. Pero para la mayoría de sus paisanos, sobre todo aquellos con familias al otro lado de la frontera, es posible que Joe Biden sea menos perjudicial porque podría relajar las relaciones, incluso en temas migratorios. Así piensa Riding.

Gane quien gane en Estados Unidos, México seguirá atrapado en sus intentos de hilar fino con su vecino del norte. Es su condena por ser el más débil.


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