“Al padre Bertoldo y a la persona que detuvieron se les veía juntos en el pueblo, eran amigos”
Viejos compañeros del sacerdote asesinado en Guerrero y vecinos de Mezcala, su pueblo, señalan que fue la propia comunidad quien entregó a Miguel Ángel ‘N’ a las autoridades
Una enorme red de andamios envuelve las torres de la parroquia en Mezcala, en pleno proceso de restauración, síntoma de la bonanza en la comunidad, en el Valle del río Balsas, en Guerrero, que atiende tranquila a una tarde sin nubes. Un puñado de niños corren del atrio al templo, unos vestidos de amarillo, otros de rojo. Algunos vecinos pasean. “Están haciendo las cúpulas”, dice uno de ellos, señalando la construcción. Todo luce como nuevo en el centro de la comunidad, que aprovecha las regalías de la producción minera en la zona. La iglesia, la plaza, sus juegos infantiles… Hasta las montañas parecen recién instaladas, su verdor rutilante, como si nada malo pudiera pasar nunca.
La paradoja es que algo malo pasó, no hace muchos días, una semana para ser exactos. El sábado, el párroco de Mezcala, Bertoldo Pantaleón, que vivía allí desde hacía ocho años, desapareció, cuando volvía de oficiar una misa y bendecir un festejo de XV años en el poblado vecino de Atzcala, algo más al norte. No se supo más de él hasta el lunes, cuando su cuerpo apareció, sin vida, cosido a balazos, unos kilómetros al sur, junto a la carretera que llega a Chilpancingo, la capital del Estado. Las autoridades encontraron el cadáver a bordo de su camioneta, una imagen extraña, el muerto rodeado de cempasúchil silvestre, escena incrustada en el magma vegetal que han dejado las lluvias estos meses, un verdor terrible.
El escándalo creció en pocas horas, en Guerrero y en el resto de México. La violencia se cobraba otra víctima en un país que cuenta decenas de asesinatos cada día, unos 60 de media en el último año. La Iglesia en Guerrero aparecía de nuevo en el centro de la diana, esta vez a cuentas de un sacerdote veterano, cerca ya de los 60 años, que sus colegas describen como reservado y tranquilo. Las crónicas periodísticas de los primeros días describieron el contexto delicado de la región, escenario de disputas entre grupos criminales, principalmente Los Ardillos y Los Tlacos, como si el asesinato de Pantaleón hubiera sido producto de sus rencillas. Pero el evento escondía cierta complejidad.
El viernes, la Fiscalía de Guerrero informaba de la detención de un hombre, presunto “copartícipe” en el asesinato del religioso, presentado como Miguel Ángel N. Durante la semana, las autoridades habían divulgado la idea de que el principal sospechoso del ataque era el chofer del sacerdote, idea negada por vecinos de Mezcala y el mismo obispo de su diócesis, Juan Jesús González, que dijeron que Pantaleón carecía de chofer. A la detención de Miguel Ángel, el Gabinete de Seguridad federal matizó que este era “amigo” del religioso, no chofer. El grado de copartícipe que le atribuyeron implicaba el concurso de otros en el ataque.
En Mezcala, vecinos consultados que prefieren reservar su identidad señalan que el detenido era, efectivamente, amigo de Pantaleón. El sábado de su desaparición, dice uno de ellos, se les vio irse juntos a Atzcala. También volver. “Al padre y a él se les veía juntos en el pueblo, eran amigos”, cuenta, “incluso el padre le había vendido una camioneta”. El detenido, dice otro, era vecino de Carrizalillo, comunidad a media hora de Mezcala. “Era una persona influyente y de poder, siempre iba armado”, explica. Fueron los mismos vecinos de la comunidad quienes señalaron que ese día habían estado juntos. Y por eso, explica esta última persona, alertaron a las autoridades.
Esta fuente señala igualmente que lo que precipitó la detención fueron las contradicciones del ahora arrestado. Primero, explica, dijo que dejó al padre a la entrada de la comunidad, volviendo de Atzcala. De allí, el religioso tomaría un transporte al municipio de Iguala, 40 minutos al norte. Pero luego cambió su versión y dijo que se había separado de él en una parada de taxis, donde el hermano del detenido lo llevaría al municipio vecino. Esta persona supone que si Miguel Ángel N fue copartícipe del asesinato del Padre Bertoldo Pantaleon, el otro fue necesariamente su hermano, extremo que no han confirmado hasta este momento las autoridades.
Paz en las alturas
En el Santuario de los Mártires de Chilpancingo, las imágenes de dos religiosos asesinados hace casi 100 años presiden el altar del templo. Los santos David Uribe y Margarito Flores, víctimas de las guerras cristeras, recuerdan que la violencia es contexto en Guerrero, contra los religiosos y contra todos. La diócesis ha convocado estos días unas jornada de diálogo por la paz y unas cuantas decenas de vecinos de algunas de las 15 parroquias de la capital atienden las charlas. Entre el público figura el padre Gamaliel Villalobos, encargado de la parroquia de Santa Cruz, en el centro. Con dos años de experiencia en la zona, ya sabe que el equilibrio es un animal delicado.
“Conocía bien al padre Bertoldo. Como yo soy ecónomo del seminario, que está en Chilapa, cada mes íbamos un fin de semana a Mezcala, a colectar fondos”, explica. “Íbamos sábado, comíamos, nos quedábamos a dormir y volvíamos”, cuenta: “Era medio reservado él, pero siempre buscaba el bien de la comunidad, que la gente no tuviera rencores”. Preguntado por unas declaraciones que hizo Pantaleón hace unos años, cuando dijo que “Mezcala tiene muchas personas muy buenas, aunque también hay muchas personas negativas, que se oponen a las cosas de Dios”, Villalobos duda. Sonríe. Quizá sabe, pero prefiere no verbalizar sus ideas.
La pregunta estos días en la región Centro de Guerrero es por qué, cuál fue el motivo por el que mataron a un sacerdote sexagenario, como matan cada día a tanta gente en México, a balazos, dentro de un carro. En una región donde los religiosos destacan por su talante negociador con el crimen, donde obispos y párrocos prefieren tratar con hampones y llegar a acuerdos, Pantaleón pasaba desapercibido. Tampoco se le conocían mediaciones con la empresa minera que explota una treintena de yacimientos de oro en la zona, la canadiense Equinox Gold, que cada año saca de las entrañas de la tierra alrededor de ocho toneladas de oro, según sus propios datos.
La relación de la mina con la comunidad siempre ha sido complicada. De puertas para afuera, no hay problema alguno. Equinox perfora, explora y los ejidatarios de las comunidades de alrededor, Carrizalillo, principalmente, exigen. Pero no hay actividad lucrativa en Guerrero ajena al poder del crimen. “Ya hace años que Los Tlacos trabajan con los comuneros de ahí”, dice una fuente conocedora de las dinámicas criminales de la región. “Pero esa persona que han detenido, aunque sea influyente, no es de su estructura”, añade, echando a volar la incertidumbre.
Una pelea sin fin
El caso del padre Pantaleón ocurre en medio de un recrudecimiento de la violencia en Guerrero, principalmente en la región Centro, situación que inició hace mes y medio. A principios de septiembre, criminales asesinaron al subsecretario de Bienestar del Gobierno estatal, que dirige Morena, cerca de Chilpancingo. Tres días más tarde, pistoleros hicieron lo propio con un trabajador de la Secretaría de Gobierno de la capital. En las semanas siguientes, manifestantes cortaron la autopista dos veces a su paso por la ciudad, en protesta por la violencia. Al parecer, Tlacos y Ardillos habían iniciado una nueva batalla en la zona serrana al sur de la capital.
La escalada fue rápida. Enfrentados desde hace años por el control de la actividad económica de Chilpancingo, sus redes de transporte, los mercados, el presupuesto municipal, la batalla serrana llegó a la ciudad en forma de asesinatos y quema de vehículos. A finales de septiembre, pistoleros acribillaron a un vendedor y luego a un distribuidor de pollo en un mercado. Luego, criminales prendieron fuego a varias camionetas de transporte público. Los comercios cerraron, también las escuelas. De repente, Chilpancingo revivía episodios del pasado cercano, cuando los dos grupos criminales ponían en jaque a la ciudad, como sucedió hace justo un año, cuando asesinaron al recién electo alcalde, Alejandro Arcos, obra presuntamente de Los Ardillos.
El padre Gamaliel recuerda el asesinato de Arcos. “Lo velamos en nuestra parroquia”, evoca, “y sí, sigue doliendo, porque ya entonces pensaba, ‘si mataron al alcalde, ¿qué va a pasar con nostros?’. Y mire ahora”. Por el asesinato de Arcos, las autoridades detuvieron a la persona que iba a dirigir la policía municipal, encargado del homicidio, en presunta colaboración con Los Ardillos, aparentemente descontentos con el intento de independencia de Arcos, que no quería ni a un grupo ni a otro cerca. “Todo este año han estado negociando, pero no han llegado a acuerdos”, dice la fuente que conoce la dinámicas criminales de la región. “El alcalde sustituto es un títere y la pelea sigue”, añade.
Sea o no parte de la escalada de violencia, el asesinato del padre Bertoldo Pantaleón responde a la temporada de marea alta. El aumento de las hostilidades en la región reverbera y sacude. La frase de que la violencia engendra más violencia nunca fue tan cierta como en este pequeño y próspero rincón de Guerrero, Mezcala, una tierra preñada de oro. Que el ataque contra el religioso esté o no directamente relacionado con las redes económico-criminales de la región acaba por parecer una duda secundaria. El hecho es que la violencia crece y el horror se instala en cualquier lado, incluso en medio de las montañas verdes.