Reclutados por el cartel en el rancho La Vega: “Me ofrecieron trabajo por Facebook, pero luego me dijeron que sería sicario o me descuartizaban”
Los testimonios de 38 personas captadas en enero por Cartel Jalisco Nueva Generación, a los que ha tenido acceso EL PAÍS, dibujan los engaños y amenazas de la mafia en un lugar próximo al rancho Izaguirre, que supuso un escándalo
Un muchacho de 20 años navega por Facebook. De entre las publicaciones que resbalan por la pantalla, ve una que le llama la atención, una oferta de empleo: guardia de seguridad en una empresa. Trabaja lavando carros, así que le parece una buena oportunidad. Les escribe, le contestan. Todo son facilidades. Le pagan el boleto de autobús, desde su pueblo, a la terminal de la ciudad. De ahí, le mandan un taxi de aplicación. Todo marcha bien, hasta que, de repente, el chófer le amenaza, le quita sus pertenencias. Al cabo del rato, llega a un galpón, en el campo, en mitad de la nada. Ve gente armada y ve, también, a otros como él. Y entonces, los primeros le explican que está allí para convertirse en “sicario” y que, si intenta escapar, le van a “descuartizar”.
El párrafo anterior resume la historia de C. H. C. M., un joven de Jalisco, en el centro de México, víctima de reclutamiento forzado por parte del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), una de las principales organizaciones criminales del país. Los hechos ocurrieron a finales de enero, entre el área metropolitana de Guadalajara, la capital de Jalisco, y el galpón del terror, ubicado en un rancho conocido como La Vega, a hora y media de la ciudad. Su historia es una entre 38, la mayoría hombres jóvenes, arrancados de vidas modestas, en diferentes regiones. La mayoría fueron captados por redes sociales, como Facebook o TikTok. EL PAÍS ha tenido acceso a una parte de las declaraciones que rindieron semanas más tarde, ante el juez, tras su rescate.
El caso del rancho La Vega recuerda inevitablemente a otro, el escándalo del rancho Izaguirre, vecino del primero, que se hizo mundialmente conocido dos meses después, en marzo, por el descubrimiento en el lugar de miles de prendas de ropa, fragmentos óseos y restos de hogueras. Los hallazgos hicieron suponer lo peor a la ciudadanía: el CJNG no solo entrenaba, también mataba a los que se rebelaban. El horror del rancho Izaguirre ponía en el mapa el fenómeno del reclutamiento forzado en México e interpelaba, además, la forma de trabajar de las autoridades, conscientes desde hace años de que el crimen organizado ha usado ranchos aislados para este tipo de actividades en la región, incapaces de ponerle fin.
Decir que los militares rescataron a los 38 del rancho La Vega resulta quizá algo inexacto. La palabra rescate esconde, en realidad, una situación algo más compleja, que pone en entredicho la actuación de las fuerzas de seguridad mexicanas, particularmente la del Ejército, señalado centenares de veces por violaciones a los derechos humanos, en el marco de la llamada guerra contra el narcotráfico, que está por cumplir 20 años. El 29 de enero, cuando los reclutas llevaban apenas unos días en el rancho La Vega, militares irrumpieron en el galpón, alertados por pobladores de la región. Según el relato de los reclutas, los militares los maltrataron, asumiendo que ellos eran tan criminales como sus captores. Se los llevaron detenidos y los presentaron ante la Fiscalía General de la República, que los acusó ante el juez.
Pasaron varios días en prisión, hasta que el juez escuchó sus relatos. Al final, dejó libre a todos menos a dos, que procesó por portación de cartuchos y cargadores de arma de fuego. No está demasiado claro si estos dos eran, en realidad, parte del CJNG, parte del grupo de reclutados, u operaban en un limbo entre ambos. Uno tiene 52 años y vivía en un pueblo del Estado de México, donde trabajaba de guardia de seguridad. En su declaración, señala que llegó al rancho para trabajar de velador y que vigilaba y daba rondines, sin más. El otro tiene 38 y acabó en el hospital, con un pulmón colapsado, según declaró, por los golpes que le propinaron los militares cuando llegaron al rancho.
Este diario ha preguntado a la Secretaría de la Defensa por los presuntos malos tratos perpetrados contra los cautivos, pero no ha obtenido respuesta.
Agave y tablazo
Los reclutadores del rancho La Vega usaron diferentes excusas, aunque una prevaleció sobre el resto: el corte de agave. En Jalisco, en el centro de México, la industria del tequila, que se basa en el destilado de esta planta, da de comer cada año a miles de personas. Por eso, a pocos les extrañó la oferta de trabajo que vieron en redes, unos en Facebook, otros en Tiktok. Les pagaban el boleto de autobús, llegaban por ellos y les llevaban a cortar pencas de agave al campo. Lo que ignoraban es que esa oferta, igual que otras, para ser guardia de seguridad, por ejemplo, o para instalar cámaras de vigilancia, o para ser albañil o maestro de obra, eran falsas. Un engaño del CJNG, que maneja campos de entrenamiento por el estilo en la región al menos desde 2017.
El 24 de enero, por ejemplo, A. N. G. T., un muchacho de 20 años de Zacatecas, encontró un vídeo en Tiktok “en el cual contrataban trabajadores para agave”, según la declaración que dio ante el juez. El joven se puso en contacto con el número anunciado en el vídeo y le citaron, un par de días más tarde, en la terminal de autobuses de Zapopan, en la zona metropolitana de Guadalajara. Allí se puso en contacto de nuevo con los empleadores, que enseguida le mandaron un taxi. El problema empezó cuando llegó el vehículo. “El chofer llevaba un arma y me indicó que no mirase”, explica. Luego, le llevó al galpón. Allí, los captores les obligaban a “correr” y los “golpeaban”.
Otro cortador de agave que llegó al rancho es F. J. F. L., de 19 años. Vecino de Zamora, en Michoacán, él cuenta que un día, a finales de enero, se peleó con su mujer. Hacía tiempo que veía en Tiktok ofertas de trabajo para cortar agave, así que aprovechó la bronca, contactó a los falsos empleadores y se marchó. El proceso fue parecido, llegó a Zapopan y de allí le recogió un taxi, que le condujo hasta el rancho. “Uno de los captores dijo que había de dos, o seguir un adiestramiento de tres meses, o un balazo en la cabeza”, cuenta. El muchacho aceptó el adiestramiento y refiere que los maltratos eran habituales. “Los castigos eran golpearnos con una tabla” de madera, explica.
Amenazas y maltratos eran habituales. G. J. G. D., un obrero de una fábrica de autobuses de Veracruz, de 24 años, cuenta por ejemplo que los obligaban a desnudarse y hacer sentadillas sin ropa. J. J. J., un campesino de Oaxaca, de 18 años, que llegó bajo la promesa de trabajar en la cosecha de “fruta y agave”, dice que “la gente mala” lo desnudó y le dio de tablazos. El CJNG también cuidaba cada detalle de su operación. Conocedores de que las familias de muchos de ellos denunciarían su desaparición, les obligaban a grabar vídeos diciendo que estaban allí por voluntad propia. Una de las dos mujeres rescatadas, R. N. S. C., de 18 años, cuenta que llegó al rancho por un trabajo de cocinera. Una vez allí, le obligaron a grabar un vídeo agradeciendo la oportunidad al CJNG, y “al señor de los gallos”, apodo del líder del grupo criminal, Nemesio Oseguera, conocido también como Mencho. La otra mujer, A. K. C. S., de 30, que llegó de cocinera también, tuvo que grabar un vídeo, “donde decía mi nombre, y que no estaba siendo obligada a permanecer en el cartel”, cuenta.