Un diálogo que incluya a las personas

No se trata de la agenda de una generación; se trata de aquellos temas en los que hoy estamos al debe en materia de desarrollo y en materia de dignidad para las personas en Chile: educación, trabajo, pensiones, salud, seguridad

Jóvenes durante una manifestación para exigir mejores condiciones laborales, en Santiago de Chile, el 26 de julio de 2023.IVAN ALVARADO (REUTERS)

Los procesos de diálogo capaces de generar avances contundentes en los países son tan difíciles como fundamentales. Se inician desde una conciencia sectorial específica, que permea la gran conversación de la sociedad y vuelve una exigencia transversal, que debe ser respondida desde la política.

Pertenezco a una generación a la que le correspondió, desde la calle, y luego desde el Congreso, hacerse parte de una de las grandes urgencias de nuestra sociedad: la comprensión de la educación como un derecho universal y no como un privilegio o una condena financiera para las familias. Esa caus...

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Los procesos de diálogo capaces de generar avances contundentes en los países son tan difíciles como fundamentales. Se inician desde una conciencia sectorial específica, que permea la gran conversación de la sociedad y vuelve una exigencia transversal, que debe ser respondida desde la política.

Pertenezco a una generación a la que le correspondió, desde la calle, y luego desde el Congreso, hacerse parte de una de las grandes urgencias de nuestra sociedad: la comprensión de la educación como un derecho universal y no como un privilegio o una condena financiera para las familias. Esa causa se hizo intergeneracional y, a partir de esa idea, compartida ampliamente por toda la sociedad, han sido posibles avances relevantes, como la implementación de la gratuidad, que ha permitido a miles de jóvenes acceder a la universidad y ser, en muchos casos, los primeros en sus familias en lograrlo.

Pero además de los desafíos en educación, sabemos que hay urgencias que no podemos seguir postergando, no solo en el debate, sino en su resolución. No se trata de la agenda de una generación, no se trata del programa de un sector; se trata de aquellos temas en los que hoy estamos al debe en materia de desarrollo y en materia de dignidad para las personas en Chile: educación, trabajo, pensiones, salud, seguridad.

Esa es la conciencia con la que hemos entrado en política y con la que buscamos gobernar. Siendo Gobierno, hemos aprobado, con acuerdos transversales, las 40 horas que hasta hace años parecían imposibles. También hemos logrado un salario mínimo histórico en su aumento, el royalty minero tan anhelado en las regiones o el Copago Cero para fortalecer la salud pública. Son logros no para un grupo político, sino para millones de chilenos y chilenas. Son respuestas articuladas entre todos los actores, que mejoran la calidad de vida en nuestro país y van marcando nuevos mínimos civilizatorios

No son tiempos fáciles para gobernar. El inmediatismo mueve las agujas del debate político y juega con las expectativas de las personas. Los réditos parecen más fáciles desde el antagonismo cerrado que desde la colaboración, y el chantaje político con las necesidades de las personas muestra su peor rostro. Pero esta es un arma de doble filo: nuestro sistema representativo está pagando los costos del clientelismo político (yo te apoyo si me das algo a cambio, y te pego si no lo consigo) y la credibilidad del servicio público se desviste de descrédito.

Estas son lógicas que debemos superar. Temas como las pensiones no son preocupaciones de una sola generación –los mayores–, y tampoco se resuelven en el debate entre izquierdas y derechas; representan una necesidad transversal de millones de hombres y mujeres que, aún después de trabajar toda una vida, enfrentan la incertidumbre de la precariedad. No se trata de un programa de Gobierno ni de veredas opuestas. Se trata de que podamos, a través del quehacer político, dar respuesta a las necesidades de quienes hoy parecen no estar representados en el debate de las élites, y demostrar que el propósito de la acción política está alineado con las expectativas, las necesidades y la vida cotidiana de chilenas y chilenos.

Hoy, que la encuesta Casen nos muestra cifras más favorables y que las perspectivas económicas dan indicios de mejoría, hay razones para la esperanza si, desde el quehacer público, somos capaces de trascender a lo inmediato, abandonamos el diálogo de trincheras y ponemos el acento en las personas y sus prioridades. Un pacto fiscal debiese ser una ejemplar demostración de esa capacidad para dibujar el camino hacia un Estado más moderno, más confiable y que financie de manera sostenible mejores pensiones, salas cunas, mayor seguridad y una salud pública más oportuna.


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