Que no quede duda: ¡es por el cambio!

Gustavo Petro tiene el desafío de responder a las expectativas de sus electores sedientos de cambios y tranquilizar al otro medio país que no quiso votar por él por los temores que genera

Gustavo Petro y Francia Márquez durante el discurso de celebración tras ganar las elecciones de Colombia.Santiago Mesa

Después de una durísima campaña de segunda vuelta en la que la gran mayoría de las fuerzas políticas tradicionales y todo el establishment rodearon a un outsider que generaba múltiples incertidumbres para tratar de impedir que ganara un candidato de izquierda clásica, Gustavo Petro sumó más de tres millones de votos a los que ya había obtenido y obtuvo una victoria inobjetable. La mayoría de los electores quisi...

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Después de una durísima campaña de segunda vuelta en la que la gran mayoría de las fuerzas políticas tradicionales y todo el establishment rodearon a un outsider que generaba múltiples incertidumbres para tratar de impedir que ganara un candidato de izquierda clásica, Gustavo Petro sumó más de tres millones de votos a los que ya había obtenido y obtuvo una victoria inobjetable. La mayoría de los electores quisieron dejar claro que el mandato era de cambio.

El hecho de que los más de cinco millones de votantes que en la primera vuelta optaron por el candidato oficialista, Federico Gutiérrez, hubieran expresado claramente que se sumaban a los casi seis millones de electores de Rodolfo Hernández, le dio a éste último una posibilidad real de triunfo, pero le quitó el sello de novedad que lo había llevado hasta la segunda vuelta y le generó un incentivo y un aire adicional a los seguidores de Petro para ir a buscar dos nuevos millones de votantes que consiguieron en las tres semanas que separaron una de otra votación.

La intensa campaña de desprestigio en contra del senador y exalcalde de Bogotá produjo el resultado contrario, no solo no puso un voto más en su contra, sino que animó a algunos indiferentes a sumar para que la posibilidad de que se eligiera un gobierno “popular” no se frustrara.

El aumento de votos en regiones periféricas y el incremento global de participación le aseguró el triunfo a Petro. Los votantes de la primera vuelta se comportaron como era de esperarse: Petro sumaba los propios y un buen porcentaje de los del candidato centrista Sergio Fajardo. Hernández sumaba los de Federico Gutiérrez y los otros pequeños de candidatos de derecha. Con esas cuentas no alcanzaba, era necesario sumar nuevos votantes y la campaña lo logro.

La clave siempre fue definir quién se quedaba con la bandera del cambio. A pesar de los apoyos de unos políticos tradicionales, era casi imposible que un ex guerrillero, que llevaba treinta años en la oposición férrea y una mujer negra, que trabajó en el servicio doméstico, enfrentó empresas mineras y sobrevivió al conflicto armado no representaran el cambio. Hernández pasó una tercera parte de la segunda vuelta en Miami, mientras el uribismo y el gobierno no ocultaban su apoyo, ahí dejó de ser símbolo de cambio.

Ahora hay que pasar del dicho al hecho. Gustavo Petro tiene ahora el enorme desafío de responder a las expectativas de sus electores sedientos de cambios y tranquilizar al otro medio país que no quiso votar por él por los temores que genera.

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La agenda de lo que quieren los unos y los otros está definida desde la primera vuelta.

La mayoría de la ciudadanía espera cambio en lo político y combatir la corrupción. Ese tema no lo mencionó el presidente electo en su primera intervención en esa condición. Los afanes por conseguir una coalición mayoritaria en el Congreso no pueden aplazar esa parte de la tarea.

La mayoría de los electores esperan medidas que palien una situación social insostenible expresada en más de 20 millones de personas por debajo de la línea de pobreza, más de 12% sin ingresos y casi el 50% en la informalidad laboral. A eso le dedicó buena parte de su discurso el Presidente electo.

El castigo electoral que recibió el uribismo a lo largo de las tres elecciones que se realizaron en los últimos meses tiene que ser interpretado como el deseo de cerrar la controversia alrededor del acuerdo que permitió la desmovilización de la guerrilla de las Farc, hace ya seis años, y el anhelo de que eso se exprese en disminución de los índices de violencia en las zonas más afectadas por ese largo conflicto. En orden de prioridades, ese parece ser el primero del presidente electo según lo manifestó en su intervención. La paz completa.

La base electoral de Gustavo Petro está conformada por sectores sociales que se han reunido en múltiples organizaciones alrededor de causas de diversa índole: los jóvenes que reclaman oportunidades, los ambientalistas, las feministas, los indígenas, las comunidades negras, los reclamantes de tierra, los sindicatos, los colectivos LGTBI y un largo etc, que en la práctica reemplazaron a los partidos políticos en el agenciamiento de esas causas ante el Estado. Prácticamente ninguno de ellos se sentía representado en las actuales autoridades, con todos ellos hay que hablar construir agenda y lo más difícil consensuarla con gremios económicos y muchos otros sectores que, en cambio, fueron interlocutores privilegiados de los gobiernos todos estos años.

Todo parece difícil, pero esa parte, la búsqueda de mínimos consensos parece la más compleja. El presidente electo ha prometido un acuerdo nacional y ha convocado al uribismo y a los sectores más conservadores a lograrlo. Algunos han dicho que están dispuestos. Ahí se juega buena parte de la suerte de su gobierno el hoy presidente electo.

Es una tarea para equilibristas: satisfacer la expectativa de cambio, afectar intereses sin generar sobresaltos que terminen creando un ruido tan grande que frustre el resultado.

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