El gusto del público no tiene por qué coincidir con el de los profesionales de la Academia de Cine. Y, de hecho, no coincide. Las películas más taquilleras no tienen por qué gozar de los votos de los miembros de la institución de cara a los premios Goya. Y no gozan de ellos.
Un impresionante José Coronado en la piel de un expolicía desquiciado (No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu); Banderas y Elena Anaya como pareja infernal (La piel que habito, de Pedro Almodóvar); la sabiduría de Sam Shepard (Blackthorn, de Mateo Gil) y Daniel Brühl (Eva, de Kike Maíllo).
Las palabras de un crítico de cine tienen el poder de santificar o destruir una película, aunque al final siempre sea el público quien acabe decidiendo qué título ver y los resultados de las taquillas no siempre coincidan con lo que dijeron los críticos.
CARLES GELI | Barcelona
El historiador Jesús Villanueva sostiene que la imagen de la España fanática se forjó en el siglo XX y fue utilizada por Primo de Rivera y Franco