El legado de un escritor
Ángel González había desarrollado en vida un arte del que bien podía haber escrito todo un tratado: la discreción. Su maestría para decirlo todo con el silencio, entregado casi exclusivamente a la fonética de sus miradas y a la entonación con la que exhalaba el humo de sus cigarros, era tan auténtica que llegó a ser proverbial. Pura ley. Un pacto con el que nadie debía sentirse ofendido.
Fue un poeta viajero, un ser nómada, inquieto. Pasaba sus temporadas en Madrid, donde fue una época en pleno franquismo funcionario de Obras Públicas en horas libres y poeta hondo de calle, tertulias y tascas cuando trabajaba.
B. HERMOSO / G. BELINCHÓN | Madrid
PERE RÍOS / CARLES GELI | Barcelona
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