El mirador de la discordia
La escena se ajustaba a la perfección a la imagen cinematográfica de los indios americanos. El hechicero de la tribu, con su corona de plumas y sus mocasines, movía un colorido sonajero al ritmo de la música nativa que sonaba por los altavoces. Al final de la ceremonia, reposó una mano sobre la pared y entonó un cántico en aras de la buena fortuna y la felicidad.