Entre la muerte de Franco y la retirada de su estatua ecuestre de la plaza del Ayuntamiento de Valencia pasaron ocho años. Se han necesitado otros 27 y una Ley de la Memoria Histórica para izar la misma estatua del patio de la Capitanía General de Valencia, donde había recalado en un repliegue airoso, y depositarla en un almacén militar en Bétera, fuera del ojo público.
Jorge Semprún, deportado en Buchenwald con el número 44.904, instaba a los escritores a apoderarse de la memoria de los campos: "Si no la hacen revivir y sobrevivir mediante su imaginación creadora, se apagará con los últimos testigos, dejará de ser un recuerdo en carne y hueso de la experiencia de la muerte".
Javier Moro (uno de las cuatro jotas de las que se hablaba estos días) obtuvo anoche la 60º edición del Premio Planeta (dotado de 601.000 euros) con El imperio eres tú, presentada a concurso con el título de El emperador del fin del mundo.