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Martes, 14 de junio de 2011

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Carlos Yushimito / MARCEL·LÍ SÀENZ

"Encuentro fascinante lo imperfecto"

"Encuentro fascinante lo imperfecto; la perfección siempre es una forma de violencia, de lo autoritario". Hay algo inquietante en Carlos Yushimito (Lima, 1975): parece imposible que de ese cuerpo enjuto que refuerza su imperceptible hilillo de voz, tras ese afable rostro barbilampiño, surjan esas historias con niños de tan oscuras perversiones, mutantes, robots, gatos que hablan, escenarios de regusto postnuclear y hasta un Macondo metafórico con sede en el Brasil de las favelas más peligrosas (donde no ha estado nunca, por otro lado). Pero ese es el humus de la selección de sus relatos Lecciones para un niño que llega tarde (Duomo), desasosegante puerta para acceder al mundo del que es, sin duda, uno de los más sugestivos de entre las grandes promesas de la narrativa en español elegidas por la revista Granta. "Somos una generación nacida entre el riesgo de coches bomba, sin agua corriente y con velas en las escuelas, atrapados en casa con toques de queda y en mi caso, reforzado por mi abuelo, japonés, que emigró a Perú al poco de la segunda guerra mundial y fue expropiado y a punto de ser internado en un campo de concentración. Todo ello me ha hecho muy consciente de la precariedad de la vida... además, como buenos indígenas, los peruanos somos fatalistas". Unas letras niponas en el interior de su antebrazo derecho tatúan ese episodio que alimenta la explicación de por qué sus personajes se muestran siempre paralizados ante el destino, como le ocurre al protagonista de Seltz, de largo el más redondo relato del conjunto. Seres predestinados, sí, que por ello pueden destilar compasión, pero capaces de una muy refinada crueldad. La culpa, al parecer, es de la "forma perversa" con la que Yushimito lee los clásicos tras años de vaciar como un poseso la literatura contemporánea. "¿No le parece El flautista de Hamelin, llevándose a todos los niños, una gran metáfora del genocidio del hombre? ¿Y ese crío cojo que se lamenta por llegar tarde a su fin? Quería que mis cuentos jugaran con esa perversidad, por eso hago que un gato tipo el de Cheshire diga lo que dice [Mr. Munch] o un robot hable con su creador [Oz]". Y se queda en silencio. "Sí, en mi literatura hay una aniquilación de fronteras, no sé si voy al otro lado o me estoy incorporando", suelta con toda inocencia, como si dudara de ser el padre de esos engendros que pueblan con generosidad sus historias. "Mi libro gira sobre monstruos, mutantes, seres deformes, pero mantiene una dignidad muy humana. Lo monstruoso tiene que ver con la mirada; el monstruo es destrucción y renacimiento, por esos mis deformes son humanos, gente que vive contigo, que se asemeja a ti en su deformidad; en la ciencia ficción, suelen habitar mundos paralelos; yo los incorporo a la realidad corrompida". La devastación que traspiran los cuentos de Yushimito "supone la destrucción del orden imperante hoy; mi libro funciona por ideas distópicas, contra las utopías; terminar significa empezar algo"; en consecuencia, aparecen familias extrañas: un pequeño y un anciano; el creador y su máquina; una niña sordomuda que goza mostrando sus refinadas técnicas de inmovilización de insectos ante su perplejo compañero de juegos... "Siempre interpelo al padre, tanto al natural como al divino; tengo una cierta idea de orfandad parecida a la de César Vallejo; mis familias son el reflejo minúsculo de esta sociedad precaria, desestructurada, que funciona como islas y que explican la soledad". Lo insular también ilustra que en sus cuentos, como mínimo, coexistan siempre dos o tres planos. "La linealidad del relato hoy es absurda, la mirada sólo puede ser fragmentada porque el mundo ya lo es. Yo, secuencialmente, ya no puedo pensar. Mi cabeza se me agota mucho; necesito pausas; escribo lento como si pusiera colores... No, imposible una escritura secuencial: trabajo en bloques, en la poética de la insularidad; escribo en archipiélagos frente a los continentes clásicos. Pero eso lo hace también César Aira, Mario Bellatín, Zambra...". Bebe Yushimito de fuentes de todo tipo, algunas más obvias (por ahí se entrevé a Quentin Tarantino), otras bastantes menos, como el uruguayo Felisberto Hernández, que ahora lo tiene "fascinado" y que quizá explicarían el auge de la tendencia onírica en su producción desde que en 2004 debutara con los relatos de El mago y al que le siguió Las islas (2006). Pero considera "peligroso" que se le pueda localizar literariamente tanto, por eso es escurridizo ante la reflexión literaria y su distancia o no del resto de escritores peruanos, capítulo pues que zanja con un "es imposible ya remodelar más el lenguaje, la escritura; me parece sospechoso el experimentalismo sin base clásica", dice quien trufa con generosidad sus textos de bellas frases cinceladas a pulso. No rehúye, sin embargo, la realidad de su continente, del que, claro, sólo podía tener una mirada inquietante. ¿De qué su macondiano Brasil? "Su marginalidad, su violencia, su mestizaje, sus distancias culturales, tan cercano y lejano... Me sorprende su poco ascendente en Suramérica". También le descoloca su país, Perú, que ha estado a punto de llevar a la hija del dictador Fujimori al poder. "Es escandaloso la falta de memoria de la gente; el mundo parece cíclico, como si el liberalismo fuera panteísta. En las sociedades antiguas, el tótem gobernante, los dioses quizá, te enviaban al sacrificio; era la fatalidad, alguien decidía por ti... Hoy parece lo mismo, alguien te empuja para que te disuelvas en una sociedad en la que otros deciden y piensan por ti. Tu ya no vives, lo tuyo es un simulacro de vida". Fascinante imperfección.

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