Un refresco y dos nueve milímetros: las máquinas expendedoras de balas abren mercado en Texas
Un supermercado de Canyon Lake estrena el primer autoservicio de municiones del Estado. “En este momento tenemos más de 200 tiendas a la espera de máquinas”, dice el director de la empresa
Amanece en Canyon Lake y las horas transcurren sin aglomeraciones en esta ciudad enclavada entre el verde y el agua, una imagen que rompe con el paisaje eternamente plano de la geografía de Texas. Bajo el sol turistas van y vienen en traje de baño y chanclas por la avenida principal mientras otros descansan panza al cielo sobre el apacible cauce del río Guadalupe. La localidad es famosa por su atmósfera rural, el fresco del río y del lago, los paseos en velero, el esquí acuático, el kayak, la pesca, las excursiones en helicóptero o el senderismo. Pero también, en las últimas fechas, por estrenar una máquina expendedora de municiones, la primera de este tipo en el Estado. Balas a la carta de calibre 38, 9 milímetros, 45, 40 S&W; cartuchos 22 para rifle o 223 Remington, entre otros. Tan fácil comprarlas como si se tratara de un agua embotellada o unos chips.
La máquina expendedora está instalada dentro de la principal tienda de comestibles en el centro de Canyon Lake, a unos pasos de las puertas automáticas de entrada. Pagada al cajero automático y la línea de congeladores de venta de hielo, y a unos pasos de los flotadores multicolor, los goggles, las cubetas y palas infantiles para jugar con la arena. Es una máquina vertical de unos dos metros de alto y un metro de ancho, con pantalla táctil.
Un hombre rubio de cabello largo, pantalón cargo y camisa holgada navega por las opciones mientras sostiene una bolsa con comida y una caja de cerveza. La pantalla de la expendedora se activa al tocarla, aparece un aviso de venta solo para mayores de 21 años con documentos de identidad y pago con tarjeta. Conversa con su esposa sobre la variedad de municiones, pero no compra ninguna. Si se hubiera decidido, habría tenido que posar para una foto del rostro y un escaneo de su identificación oficial. Cuando termina de ver el funcionamiento, no quiere responder a ninguna alguna y se va con prisa. Otra mujer en el mismo supermercado sí quiere opinar sobre esta nueva tecnología.
“¿Y por qué no? En los viejos tiempos, en los supermercados y en las tiendas generales se vendía de todo incluyendo armas”, dice Reagen Smith, de 71, con una voz suave y familiar. Un chico flaco que escucha la respuesta de Smith dice que lo que se encuentra en la máquina exprés de municiones no es nada comparado con las tiendas deportivas de alrededor, y enumera las marcas y los calibres. Así como llegó se va. “Soy lo suficientemente vieja para recordar cuando se vendían las armas en todo tipo de tiendas. Es normal que se vendan las municiones”, añade Smith.
Celina Durán, de 27 años, también vive en el área y no está de acuerdo con que la venta de balas se normalice así y la máquina esté a la vista de todos, incluidos sus sobrinos que van a la escuela junto a esta tienda de barrio que forma parte de la cadena Lowe’s Markets, cuyos dueños son texanos. “Realmente me sorprende porque estoy en contra de las armas. Me da miedo que esté tan cerca de la escuela porque es como fomentar que el día de mañana todos los niños quieran tener armas, solo por el hecho de tener eso (la expendedora) aquí”, dice Durán.
La calle donde está el supermercado es la Sattler y es tan calmada que los vehículos no pueden correr a más de 30 millas para respetar el paso de los estudiantes. Además de la secundaria, los niños más pequeños estudian en un preescolar que se anuncia con un cartel de arcoíris y un sol sonriente. “Si hay escuelas alrededor deberían de tener más cosas de inspiración, no algo que el día de mañana les pueda causar daño como las armas”, sigue Durán. “Porque uno los cría, pero ellos van teniendo sus propias ideas. Aunque uno les fomente la educación, el respeto, nunca falta el amiguito que les anime a tener armas y ellos lo hagan nada más por querer encajar en un grupo”.
Las expendedoras de municiones son de American Rounds, su director general es Grant Magers, un texano del norte de Dallas. La primera máquina la colocó en Oklahoma en el verano de 2023, luego puso unas más en Alabama, y esta de Canyon Lake es la primera en el Estado de la estrella solitaria que gobierna el conservador y republicano Greg Abbott. En Canyon Lake instalarán una más en otra tienda Lowe’s fuera del centro.
“En este momento tenemos más de 200 tiendas a la espera de máquinas de municiones”, explica Magers. “Ya hay máquinas de municiones en armerías y campos de tiro, pero somos la primera empresa en hacerlas a una escala de mercado más grande. Vendemos munición para rifles, para escopetas, para pistolas. Vas a encontrar lo mismo con cualquier minorista a un 5% más de precio. Puede variar, depende de la munición. Una puede costar 10 dólares, otra puede costar 20 o 35. Somos competitivos”.
Sobre el escaneo facial y la copia de la identificación que muestra que el comprador tiene más de 21 años, Magers asegura que los datos no se almacenan y no se le venden a nadie más, y que una tercera empresa trabaja con la aplicación del software.
Salvo el azul del agua, el mapa político de Canyon Lake muestra un claro tinte rojo y tiende a ser más conservador que otros lugares cercanos. La localidad es parte del condado de Comal y está a unos minutos de Austin y a otros tantos de San Antonio, dos de las principales ciudades de Texas. No hay Starbucks, Chick-fil-A, Olive Garden, Whataburger en la zona céntrica, aquí priman los negocios locales. En este sitio texano, la máquina expendedora de municiones no es solo un punto de venta, es una realidad que refleja las contradicciones que definen otro paisaje, el social y político del país.
Justice Aponte, 21 años, llega a su trabajo cerca del mediodía. Las estilistas del salón de belleza del pequeño centro comercial a metros de la Lowe’s recomiendan hablar con él, que trabaja como tatuador. Ellas han escuchado muy poco sobre la máquina expendedora. La han visto en las noticias pero no se han dado vueltas por la tienda Aponte tiene la cara de un adolescente, piel muy blanca, cabello muy negro, desbarbado. “Mi papá trabaja en el otro Lowe’s que está como a 10 minutos de aquí y pronto van a tener otra máquina”, dice con tranquilidad mientras acomoda una botella grande de Gatorade en su mesa de trabajo. “Si tienes tú identificación y estás verificado, supongo que está bien”, razona el joven, que tiene un revólver de seis disparos, calibre 22.
No le sorprende tampoco que la expendedora esté en Canyon Lake porque “aquí todo mundo tiene un arma”. “Mi papá lleva una todo el tiempo”.