Opinión

Explicar al soberano

Un deporte de alto riesgo recorre México: explicar a Andrés Manuel López Obrador

López Obrador, esta semana en conferencia de prensa.

El presidente surgido de Morena habla en público más que sus predecesores –y quizá más que ningún gobernante del mundo. Pero ¿dice más que otros mandatarios mexicanos, o incluso foráneos? Y lo que dice ¿es relevante?, ¿Tiene sentido?, ¿Es productivo o al menos a la democracia?

Resulta natural que muchos dediquen (dediquemos) tiempo y energía en el intento por desentrañar los incesantes mensajes del titular del Ejecutivo. Pero con AMLO ocurre que no pocos escuchan sus dichos y, de una manera singular le encuentran coherencia, profundidad o incluso legitimidad...

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El presidente surgido de Morena habla en público más que sus predecesores –y quizá más que ningún gobernante del mundo. Pero ¿dice más que otros mandatarios mexicanos, o incluso foráneos? Y lo que dice ¿es relevante?, ¿Tiene sentido?, ¿Es productivo o al menos a la democracia?

Resulta natural que muchos dediquen (dediquemos) tiempo y energía en el intento por desentrañar los incesantes mensajes del titular del Ejecutivo. Pero con AMLO ocurre que no pocos escuchan sus dichos y, de una manera singular le encuentran coherencia, profundidad o incluso legitimidad. Y lo publican.

Entonces todo parece cuadrar. No importa si se trata de una descalificación presidencial a los médicos, a quienes de la nada llamó mercenarios, o de clamar por una sacudida en la UNAM. Y no solo ocurre con respecto a los dichos presidenciales. Ejercicio similar, por supuesto, es emprendido por algunos para encontrarle lógica a decisiones que van por un rumbo (la militarización, por ejemplo) que muchos de esos mismos explicadores denostaron en una pasado nada lejano.

Pero regresemos a los dichos. Líneas arriba utilicé el término singular porque cuando López Obrador dice algo, el engranaje de cierta opinión pública se echa a andar pasando por alto un par de situaciones harto probadas: en cada discurso del tabasqueño hay decenas de aseveraciones no verdaderas o sin sustento; y que quien habla más que honrar la figura de jefe del Estado se emplea como líder de un movimiento, no de un país.

Ahí comienza lo falaz de algunas explicaciones sobre Andrés Manuel. Sus explicadores desestiman el hecho que el morenista muchas veces miente al argumentar algo –ahora con la UNAM lo ha hecho reiteradamente—, y que sus expresiones no se enmarcan en formato alguno de diálogo o intercambio de ideas (sería mucho pedir) entre el hombre más poderoso de México y quien quiera que sea el aludido: institución o persona, da igual.

Qué bueno que Andrés Manuel tenga quién lo explique, porque de otra manera sería relativamente sencillo ver cómo sus argumentos son intrínsecamente endebles, insostenibles a pesar de la reiteración machacona de cada mañanera, y poco edificantes así se les quiera justificar a partir de las “buenas motivaciones” del presidente.

El mandatario tiene derecho (nos la pasamos hablando más de sus derechos que de sus obligaciones) a proponer mejoras en cualquier aspecto de la vida nacional. Pero su obligación es no crear problemas artificiales o riesgosos, sino utilizar los no pocos recursos a su alcance para idear, e impulsar, mejoras.

La Universidad Nacional Autónoma de México es el nuevo objetivo del presidente. Lleva dos semanas criticando a la máxima casa de estudios. ¿Alguien duda de que la UNAM es imperfecta? Acarrea problemas y retos que superan los alcances de esta columna y de este autor. ¿Es buena idea impulsar una mejora en nuestra institución educativa insignia? Siempre. ¿Es con mentiras y descalificaciones la mejor manera de activar un provechoso ejercicio de modernización?

En el ejercicio de autoridad tener buenas intenciones no basta, por mucho. Son los resultados, y las consecuencias, de lo que se dice, de lo que se hace o deja de hacer, a partir de esas motivaciones, lo único que cuenta. Nada más.

Incluso si AMLO se sintiera defraudado de que la máxima casa de estudios no está en sincronía con su agenda, ¿es eso de verdad una justificación, o siquiera una explicación aceptable, de este proceder del inquilino de Palacio Nacional?

Los explicadores no quieren ver, entre otras cosas, que en su cruzada contra la UNAM el presidente tiene evidentes conflictos de interés: no solo es el mandatario al que ni una coma de presupuesto se le cambia en San Lázaro y por tanto quien tiene a la mano la llave del dinero para la Rectoría, sino que es sabido que grupos afines a él aspiran a controlar Ciudad Universitaria (esto último puede ser legítimo, pero ¿la ayuda desde Palacio lo es?). Y hablando de esto último: ¿nos habría parecido “explicable” que Fox diera una “sacudida” a la UNAM?, ¿que alguien claramente ligado a su proyecto —si es que había uno— grillara para dirigir esa casa de estudios a fin de “acompañar el cambio”?

Igualmente, resulta desconcertante que sus explicadores pasen por alto el récord presidencial: en esas explicaciones no priva un juicio surgido desde la evidencia, sino desde la ilusión. Son textos que transminan un ánimo de enhorabuena que el presidente ha decidido arremangarse la camisa para “mejorar” la UNAM, empresa que no tiene sustento en las capacidades mostradas hasta hoy por este gobierno. ¿Ustedes le encargarían al gobierno de Santa Lucía una CCH?

Explicamos el comportamiento —la frustración o incluso el ánimo pendenciero— de AMLO desde su lógica en vez de hacerlo desde la lógica del deber ser de las instituciones. Cuando era candidato, e incluso como jefe de gobierno de la ciudad de México, un López Obrador contestatario resultaba funcional para la democracia mexicana. Pero lo que es virtud en un oponente puede ser un gran defecto en quien detenta el máximo poder. Es del soberano de quien estamos hablando.

Cosa similar se puede señalar de los explicadores. La capacidad de generar daño por parte de un candidato es limitada por las instituciones. De ahí que, sin justificarlo y sin mea culpa, quizá diversos analistas ponderaron más lo que aportaba AMLO/opositor aun si su proceder era incosistente o errático. Pero a un presidente mexicano no se le deben dar tales licencias. Acotarlo es en bien de la sociedad y del gobierno mismo. Tratar de siempre justificarlo porque alguien puso por fin la agenda de los pobres/anticorrupción en primer lugar es un flaco favor a la democracia.

Lo malo de lo bueno

La conferencia del miércoles pasado, en la que se detalló la manera en que se irán incrementando las pensiones a los mayores de 65 años hasta llegar a 3 mil pesos mensuales es un buen ejemplo de lo que le falla a AMLO.

Esas pensiones son incuestionables, es justicia que llega tarde pero que afortunadamente parece irreversible. Sin embargo, lo responsable ahora, para el presidente, su partido y todos los demás, es que tan buena intención no reviente a las finanzas públicas.

Ese tipo de política supone un reto complejo, que se antoja más difícil porque tenemos un soberano que no suma voluntades de otros partidos, ni de expertos, para darle viabilidad a sus ideas. Contra lo que él cree, ese aislamiento le hace daño a su proyecto, uno que repercutirá a todos pero más severamente a quienes se pretendió beneficiar. Si las pensiones para los adultos mayores se vuelven inmanejables, los 6 mil pesos bimestrales serán confeti en una crisis como la que vivimos en 1995.

Explicar que era justo, o necesario, dar esas pensiones no basta. Una argumentación de esa naturaleza solo tranquiliza las conciencias de quienes han renunciado a ver que todo gobierno tiene que ser sujetado a las mismas exigencias, se proponga reformas “neoliberales” o “progresistas”. Muchos explicadores fallan porque privilegian la intención lopezobradorista por sobre su estilo personal de gobernar.

El problema ni siquiera es que estemos ante un mandatario arrogante, uno que plantee aquí está mi reforma eléctrica, si la mejoran a favor del pueblo, la cambiamos, si no, olvídenlo. No. El presidente cree que solo sus ideas –que son motivaciones y propósitos antes que razonamientos— son aceptables. Las buenas intenciones podrían parir graves problemas antes que nobles mejoras. Expliquen también eso.

Cabe decir que en el pasado enfrentamos la misma petulancia: no se puede subir el salario mínimo porque sería inflacionario, nos dijeron demasiadas veces. El que este gobierno haya probado que sí se podía pagar más a los trabajadores que menos ganan y nada malo pasaba, no es prueba de que en otras cosas tenga razón.

Todo es mejorable. Y en él se depositó un poder como nunca en cuatro sexenios (fue el presidente que volvió a gozar de mayoría en San Lázaro). Pero precisamente si algo aprendió México al lidiar en el pasado con mandatarios todopoderosos fue que es la suma de opiniones y visiones distintas lo que puede salir menos caro, así sea más engorroso que solo seguir el melatismo del tlatoani sexenal.

López Obrador tiene el mandato popular para llevar a cabo un cambio radical. Los ejes de ese viraje eran la transparencia, la racionalidad del uso de los recursos, la honestidad de los funcionarios y, por supuesto, priorizar a los pobres.

Sí se votó hace tres años para darle una sacudida al INAI, para lograr una transparencia más efectiva, que alcanzara a la FGR y a las Fuerzas Armadas. ¿La hizo AMLO?

Sí se votó por una revisión al sistema electoral: adiós al exorbitante presupuesto a partidos. Mas lo que tuvimos fue la simulación y la trampa de Mario Delgado, que prometió en campaña devolver la mitad de lo dado a Morena a fin de que se usara en la pandemia. No cumplieron ni el partido ni el meñique del presidente.

Sí se votó por combatir la discrecionalidad en los presupuestos dados a los medios de comunicación. Lo que se ha visto es que se gasta menos pero básicamente en su prensa amiga.

Las críticas lopezobradoristas a la UNAM no tienen pies ni cabeza. La única interpretación posible es que --para sorpresa de nadie que sí se lo quiera explicar genuinamente-- es un intento, uno más, por descalificar a una entidad con autonomía. No lo mueve la agenda social, ni la excelencia educativa.

En democracia no hay que dar cheques al portador, ni a la UNAM ni a institución alguna. La autonomía universitaria no significa, en efecto, que una institución de estudios superiores sea incuestionable. Pero cuáles son las cartas credenciales de este gobierno para criticar a la máxima casa de estudios ya que todos sus cuestionamientos han sido evidenciados como falaces.

Los intérpretes del evangelio amlista se afanan en desdeñar el contexto de los dichos, lo mismo que la inoperancia de múltiples hechos presidenciales. Se hacen preguntas presuntamente explorativas cuando de antemano su tesis es justificativa. Se maravillan ante el fenómeno político que sigue siendo AMLO, pero se autoengañan al obviar los múltiples desatinos de su gobierno.

Lleva 3 años en el poder. Toca —básicamente— interpretar sus hechos, no sus dichos. Si así lo hacen, abandonarán las vaporosas explicaciones sobre lo que quiso decir o pretendió hacer el presidente; y quizá desde una genuina decepción aportarán luz sobre por qué no ha podido, a pesar de su buena intención y legitimidad, construir además de socavar.

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