El obradorismo que viene

Entre más se denuncian los “males” de la Cuarta Transformación más se polariza la opinión pública, pero no necesariamente disminuye el número de simpatizantes

El presidente de México junto a Claudia Sheinbaum durante los festejos de aniversario de la administración de López Obrador, en julio de 2021.Pedro Martin Gonzalez Castillo (Getty Images)

Para muchos no resultará un pensamiento tranquilizador, pero más convendría asumir que el obradorismo llegó al poder para quedarse un buen rato. Los consistentes niveles de aprobación que mantiene Andrés Manuel López Obrador (por encima de 60%, pese a la pandemia y la consecuente crisis) y el estado calamitoso en el que se encuentra la oposición, prácticamente le garantizan al movimiento un sexenio más en el poder.

Algunos podrían objetar que el apoyo, incluso fervor, del que goza AMLO, no necesariame...

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Para muchos no resultará un pensamiento tranquilizador, pero más convendría asumir que el obradorismo llegó al poder para quedarse un buen rato. Los consistentes niveles de aprobación que mantiene Andrés Manuel López Obrador (por encima de 60%, pese a la pandemia y la consecuente crisis) y el estado calamitoso en el que se encuentra la oposición, prácticamente le garantizan al movimiento un sexenio más en el poder.

Algunos podrían objetar que el apoyo, incluso fervor, del que goza AMLO, no necesariamente habrá de trasladarse a su posible delfín; después de todo, él no será el candidato en campaña. Pero eso no pasa de ser una peregrina esperanza de los anti lopezobradoristas, porque en realidad él sí estará en campaña en el último tramo de su sexenio, de la misma forma que lo ha estado a todo lo largo de estos años. Sin importar el candidato del que se trate, AMLO asumirá que la elección del 2024 entraña una valoración definitiva de su gestión por parte del electorado y, en cierta manera, constituirá un triunfo o una derrota de su presidencia.

Otros podrían argumentar que el desgaste natural del gobierno y los errores reales y presuntos cometidos por su administración, terminarán por derrumbar estos niveles de popularidad antes del verano de 2024, abriéndose así una oportunidad para el triunfo de la oposición. Pero francamente, tal desplome no se atisba por ningún lado. Entre más se denuncian los “males” de la Cuarta Transformación más se polariza la opinión pública, pero no necesariamente disminuye el número de simpatizantes. Es decir, crece el encono y el rechazo entre la población inconforme, pero no parece hacer mella en los sectores populares. Por el contrario, todo indica que la crítica de la prensa y entre los sectores medios y altos, confirma al “México de abajo” que el presidente habla en su nombre.

Para los que no profesan especial cariño por López Obrador esta perspectiva transexenal no es una buena noticia. Pero podría serlo si asumimos que, en cualquier escenario, la siguiente versión del obradorismo podría ser, a sus ojos, más benigna (o menos maligna, si así se prefiere). A diferencia de las series de televisión, muy probablemente la segunda temporada constituya una edición mejorada de la primera. Dos circunstancias llevarían a pensarlo. Por un lado, francamente AMLO solo hay uno y se trata de un fenómeno político irrepetible, para fortuna de los que lo detestan y para infortunio de los muchos que lo aprecian. Por circunstancias históricas singulares, por el largo periplo de éxitos y derrotas, y por una carismática personalidad en sintonía con el mexicano de a pie, el tabasqueño es una avis rara en el espectro político. El único personaje público que parece estar blindado frente a los ataques y no estar sujeto al pago de facturas por sus errores. Quien le suceda no tendrá estos atributos y, en esa medida, estará obligado a una gestión más incluyente y con mayor apertura a la negociación si desea mantener niveles mínimos de aprobación de cara a la gobernabilidad. Por lo menos en teoría.

Pero quizá aún más importante para efectos del obradorismo que viene, es que los candidatos previsibles, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, son cuadros profesionales probados en la administración pública. Ambos con la experiencia de haber sido alcaldes de la Ciudad de México, entre otras cosas, y ninguno con el turbulento lastre de haber pasado la vida a contracorriente como activista político de oposición. A diferencia de AMLO, ninguno de ellos tendría motivos para sentirse víctima de la mafia en el poder y, por consiguiente, sin razones para encabezar una presidencia tan beligerante y polarizada. Por el contrario, se trata de funcionarios modernos, urbanos, con más mundo que su predecesor. Ella, Sheinbaum, más de izquierda que Ebrard quien, por su parte, sería más identificado con el centro ideológico. Pero ambos caracterizados por su espíritu práctico y su capacidad técnica. Francamente no se ven figuras de esta experiencia o calibre entre la oposición o en la vida pública en general, para efectos de una candidatura.

Y, por otro lado, más allá de personalidades, el momento que enfrentará el siguiente “obradorista” es distinto al que vivió el fundador del movimiento. AMLO llegó al poder impulsado por la rabia de las mayorías inconformes frente a los excesos y las frivolidades de gobiernos anteriores. Nunca dejó de sentirse vocero y catalizador de esta exasperación. El mayor reproche que podría hacérsele es que antes que sentirse el presidente de todos los mexicanos, asumió que tenía la obligación moral de invocar los reclamos y resentimientos generados en tantos años de injusticia.

Pero tras un sexenio de eso, quien venga tendrá que instalarse en la lógica del reparador. Despolarizar lo que se polarizó, tender puentes para encontrar zonas de entendimiento, restañar heridas y limar excesos. Obviamente eso tendrá que hacerlo sin perder o enajenar la base social del obradorismo, pero en principio podría pensarse que ello no requiere encender la pradera en cada mañanera.

No hay garantías de lo anterior, desde luego. Pero lo cierto es que ambos, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, son funcionarios públicos antes que ideólogos. Saben que para mejorar la condición de los pobres el país necesita prosperar y para eso requiere la construcción de un clima económico favorable a la inversión.

AMLO fue el explorador que incursionó en terrenos vírgenes con machete en mano, abriéndose paso a codazos y dentelladas. Eso nunca es elegante. Pero el próximo presidente edificará sobre una superficie ya desmontada en lo que respecta a la agenda social. En teoría, una vez realizada la obra negra, la edificación podría ser más limpia.

¿Cuán pendular será ese cambio? ¿Será una administración que los radicales o puros consideren una traición a los principios obradoristas o meramente una versión más incluyente? ¿Un obradorismo más light pero con mayor capacidad de construir sobre las bases dejadas por el fundador? Probablemente es la misma pregunta que se hace López Obrador en sus desvelos, y la que tendrá presente cuando deshoje la margarita respecto a su sucesor. En cualquier caso, tengo la impresión de que cualquiera de ellos será una buena apuesta para el futuro inmediato.

@jorgezepedap

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