Vacunas: una inyección de realidad

Que vayamos a vacunarnos y que nuestra cita sea respetada suena a cosa de otro mundo. Nuestras expectativas de atención por parte de las autoridades suelen ser muy bajas

Personal del Ejército aplica la vacuna contra la covid-19, en Ensenada, Baja California.Alejandro Zepeda (EFE)

El pasado 24 de diciembre se impusieron las primeras vacunas contra la covid-19 en México. Justamente seis meses después de ese momento, y luego de que pasaran primero a recibir su inyección millones de mexicanos mucho más meritorios que un servidor (ya sea porque trabajan en las primeras líneas de atención de la pandemia; porque resultan más vulnerables, por su edad o sus condiciones, a ella; o porque le dio la gana al poder institucional que les tocara antes, que también es razón de peso), llegó mi hora para ...

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El pasado 24 de diciembre se impusieron las primeras vacunas contra la covid-19 en México. Justamente seis meses después de ese momento, y luego de que pasaran primero a recibir su inyección millones de mexicanos mucho más meritorios que un servidor (ya sea porque trabajan en las primeras líneas de atención de la pandemia; porque resultan más vulnerables, por su edad o sus condiciones, a ella; o porque le dio la gana al poder institucional que les tocara antes, que también es razón de peso), llegó mi hora para la primera dosis. Esperaba lo peor del proceso y debo reconocer que salió lo mejor. Lo celebro.

Las confusiones, los amontonaderos, las falsas alarmas, las esperas épicas de los primeros días han pasado ya. Aunque no se han erradicado del todo, porque los mexicanos somos expertos en hacernos bolas, lo cierto es que de la capital y de muchos Estados llegan cada mañana reportes de jornadas de vacunación más ordenadas que caóticas y más eficientes que desastrosas. Esto, me parece, se debe a la abnegación del personal médico y de apoyo, y a que, en general, una acción colectiva que se repite durante semanas y semanas suele mejorar y organizarse un poco mejor cada vez. Así, pues, reconozco que, tanto por el trabajo de las instituciones federales como las de mi Estado, la primera dosis de mi vacunación particular fue un episodio agradable, ágil y exitoso. Como, me parece, debería haber sido la de todos desde un principio. Y como deseo que resulte la de esos millones de personas que aún esperan turno.

Que vayamos a vacunarnos y que nuestra cita sea respetada, y salgamos del módulo en pocos minutos y enteros, suena a cosa de otro mundo. Y esto sucede, me temo, porque nuestras expectativas de atención por parte de las autoridades suelen ser muy bajas. Tanto que, en las primeras semanas de la campaña, en las cuales las filas interminables fueron obligadas y pusieron a sufrir a quienes menos deberían haberlo hecho, que eran los ancianos, varios personeros del Gobierno se sincronizaron para entonar loas y alabanzas a las filas, las asoleadas y las privaciones, para demostrarnos una vez más que el poder no se equivoca ni cuando se equivoca y que molestarse por pasar incomodidades y hasta maltratos era cosa de conservadores y no de mexicanos bien nacidos. Pero las horas de pie y al sol eran, naturalmente, una crueldad y un producto de la insensibilidad y la ineptitud. La mejor prueba de ello es que hace meses que se apostó por un modelo más racional y cuidadoso, que, con algunas reservas y tropiezos, se ha ido imponiendo.

Los mexicanos estamos demasiado acostumbrados a que cualquier clase de trámite o petición de servicio sea un viacrucis y la atención médica pública es, quizá, uno de los peores rubros en ese sentido. Nadamos en un mar de historias de horror con respecto al IMSS, el ISSSTE, el INSABI (ese ente casi fantasmal) y los servicios municipales y estatales. Así que recibir la vacuna en un clima de orden y velocidad parece casi un milagro. Solo que…

Solo que no todo es tan color de rosa. El abasto continúa siendo irregular y aún falta garantizar el acceso a la inmunización de una parte sustancial de los mexicanos. Y, por si fuera poco, las dudas sobre la vacuna Cansino, que se aplicó a los maestros y educadores de todo el país, no han sido desvanecidas del modo categórico que se requiere. ¿Que las dudas son culpa del alarmismo mediático y las controversias políticas? Pues entonces queda más clara la necesidad de salir a atajar los rumores al nivel más alto. Quizá podría dejarse por un rato, en las ruedas presidenciales, la crítica despechada a la clase media que no votó por Morena, por ejemplo, y difundir información veraz e importante por una vez.

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