Elecciones 2021: las trampas de la fe
En el fondo del crudo debate político que se vive hoy en México no suelen encontrarse argumentos sólidos, reflexiones bien arropadas ni estadísticas elocuentes
Para quien no la profesa o comparte, la fe es un asunto francamente complicado de entender. Porque es una práctica que elude o desdeña las explicaciones y es refractaria a las pruebas. El diccionario de María Moliner la define así: “Creencia en algo sin necesidad de que esté confirmado por la experiencia o por la razón propias”. La fe, pues, no es un asunto de conocimiento e información, sino una decisión irracional (e incluso caprichosa) que se uno se impone. Es afirmar: “Sostengo tal cosa, exista o no, sea verdad o no; y elijo confiar porque me da la gana”. Es cerrar los ojos y saltar al vac...
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Para quien no la profesa o comparte, la fe es un asunto francamente complicado de entender. Porque es una práctica que elude o desdeña las explicaciones y es refractaria a las pruebas. El diccionario de María Moliner la define así: “Creencia en algo sin necesidad de que esté confirmado por la experiencia o por la razón propias”. La fe, pues, no es un asunto de conocimiento e información, sino una decisión irracional (e incluso caprichosa) que se uno se impone. Es afirmar: “Sostengo tal cosa, exista o no, sea verdad o no; y elijo confiar porque me da la gana”. Es cerrar los ojos y saltar al vacío, en la esperanza de que habrá una red que evite el despeñamiento. Red que nadie ha visto antes del salto, desde luego, y mucho menos quien lo ejecuta. Pero así es la fe.
Esto viene a cuento porque en el fondo del crudo debate político que se vive hoy en el país no suelen encontrarse argumentos sólidos, reflexiones bien arropadas ni estadísticas elocuentes, sino, en general, las huellas que deja la fe: una mezcla de ideas fijas e inerciales, insultos y descalificaciones y, sobre todo, muchas frases extraídas de la vil propaganda (que es un subgénero de la mentira, pero que muchos toman como verdad incuestionable). No se está leyendo la realidad mediante los hechos y los datos, como el sentido común indicaría, sino a través de opiniones que vienen de las tripas, prejuicios, ideas-fetiche y todo un arsenal de sofismas y peticiones de principio que solo están justificados por las ganas de quien arguye de que las cosas sean de un cierto modo. Y nomás por su querencia. Vaya: por puritita fe.
Veamos algunos casos. Apoyar al presidente Andrés Manuel López Obrador, y a su movimiento político, exige de sus partidarios (ya sean estos funcionarios, militantes, “prensa afín” o simpatizantes) unas cantidades descomunales de fe. Tienen que creer, por ejemplo, que “vamos muy bien” aunque las cifras económicas, de seguridad, de salud y educación digan lo contrario (y por eso el Gobierno tiene tanta prisa para sacar a México de todo tipo de métodos de evaluación externa y de toda clase de análisis con parámetros racionales, como acaba de suceder con las pruebas PISA). Y también están obligados a confiar en que personajes como Manuel Bartlett, Félix Salgado Macedonio, David Monreal, y tantos otros figurones del movimiento, no son los pájaros de cuenta que sus acciones han mostrado, sino unas mansas víctimas a las que se calumnia por envidia y rencor. Y, claro, no les queda más que sostener que el trabajo de Hugo López-Gatell ha sido ejemplar, a pesar de los más de 215.000 fallecimientos “oficiales” por covid-19 (y que serían más de medio millón, según las cifras de mortalidad excesiva). Y a creer que Pemex y la CFE se están salvando, aunque se encuentren en números púrpuras de tan rojos. Y que el Tren Maya no va a deforestar ni a pasarle por encima a un montón de comunidades indígenas contra su voluntad. Y que el país no se está endeudando, aunque no dejen de contratarse préstamos y más préstamos. Y esto es mucho pedir, incluso si hay millones dispuestos a tragárselo sin chistar… y a enfurecerse con quien no los acompañe en su devoción religiosa.
Pero también, es menester reconocerlo, hay otra clase de fe casi igual de insólita: la de quienes planean votar por la oposición política en las próximas elecciones y eligen creer que el PRI, el PAN y el PRD ya escarmentaron y, ahora sí, luego de un vasto historial de corrupción, ineficacia y autoritarismo, van a trabajar por el bien de los mexicanos. ¿Cuál es la prueba de que esto vaya a suceder? Que sus candidatos no dejan de repetirlo en sus campañas y sus afines en las redes. Nada más.
Sin embargo, me parece, entre los votantes de aquel bando la fe está menos extendida que en el lado oficialista. La mayoría de los votos que reciba la oposición (mismos que, según los sondeos, no le quitarán el poder en el Congreso al partido del presidente, aunque sí le causarán raspones en varios estados) serán, en realidad, sufragios contra Morena, provenientes de personas que no confían en los viejos partidos, sino tratan de bajarle dos rayitas al poder omnímodo que tanto puja por acaparar el presidente.
Porque, aunque sea un poco deprimente reconocerlo, las democracias se construyen mediante los entusiasmos, sí, pero también mediante los repudios. Pero nunca con fe. Y, mucho menos, con fe ciega.
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